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CARTA ENCÍCLICA
LAUDATO SI’
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
SOBRE EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN
LAUDATO SI’
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
SOBRE EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN
1. «Laudato si’, mi’ Signore» –
«Alabado seas, mi Señor», cantaba san Francisco de Asís. En ese hermoso cántico
nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual
compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus
brazos: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual
nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba»[1].
2. Esta hermana clama por el daño
que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que
Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y
dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón
humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de
enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres
vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está
nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22).
Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7).
Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire
es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura.
Nada de este mundo nos resulta
indiferente
3. Hace más de cincuenta años,
cuando el mundo estaba vacilando al filo de una crisis nuclear, el santo Papa
Juan XXIII escribió una encíclica en la cual no se conformaba con rechazar una
guerra, sino que quiso transmitir una propuesta de paz. Dirigió su
mensaje Pacem in terris a todo el «mundo
católico », pero agregaba «y a todos los hombres de buena voluntad ». Ahora,
frente al deterioro ambiental global, quiero dirigirme a cada persona que
habita este planeta. En mi exhortación Evangelii gaudium, escribí a los miembros de
la Iglesia en orden a movilizar un proceso de reforma misionera todavía
pendiente. En esta encíclica, intento especialmente entrar en diálogo con todos
acerca de nuestra casa común.
4. Ocho años después de Pacem in terris, en 1971, el beato Papa
Pablo VI se refirió a la problemática ecológica, presentándola como una crisis,
que es « una consecuencia dramática » de la actividad descontrolada del ser
humano: « Debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, [el ser
humano] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta
degradación »[2].También
habló a la FAO sobre la posibilidad de una «catástrofe ecológica bajo el efecto
de la explosión de la civilización industrial», subrayando la «urgencia y la
necesidad de un cambio radical en el comportamiento de la humanidad», porque
«los progresos científicos más extraordinarios, las proezas técnicas más
sorprendentes, el crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados
por un auténtico progreso social y moral, se vuelven en definitiva contra el
hombre»[3].
5. San Juan Pablo II se ocupó de
este tema con un interés cada vez mayor. En su primera encíclica, advirtió que
el ser humano parece «no percibir otros significados de su ambiente natural,
sino solamente aquellos que sirven a los fines de un uso inmediato y consumo»[4].
Sucesivamente llamó a una conversión ecológica global[5].
Pero al mismo tiempo hizo notar que se pone poco empeño para «salvaguardar las
condiciones morales de una auténtica ecología humana»[6].
La destrucción del ambiente humano es algo muy serio, porque Dios no sólo le
encomendó el mundo al ser humano, sino que su propia vida es un don que debe
ser protegido de diversas formas de degradación. Toda pretensión de cuidar y
mejorar el mundo supone cambios profundos en «los estilos de vida, los modelos
de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy
la sociedad»[7].El
auténtico desarrollo humano posee un carácter moral y supone el pleno respeto a
la persona humana, pero también debe prestar atención al mundo natural y «tener
en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado»[8].
Por lo tanto, la capacidad de transformar la realidad que tiene el ser humano
debe desarrollarse sobre la base de la donación originaria de las cosas por
parte de Dios[9].
6. Mi predecesor Benedicto XVI
renovó la invitación a «eliminar las causas estructurales de las disfunciones
de la economía mundial y corregir los modelos de crecimiento que parecen
incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente»[10].
Recordó que el mundo no puede ser analizado sólo aislando uno de sus aspectos,
porque «el libro de la naturaleza es uno e indivisible», e incluye el ambiente,
la vida, la sexualidad, la familia, las relaciones sociales, etc. Por
consiguiente, «la degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la
cultura que modela la convivencia humana »[11].
El Papa Benedicto nos propuso reconocer que el ambiente natural está lleno de
heridas producidas por nuestro comportamiento irresponsable. También el
ambiente social tiene sus heridas. Pero todas ellas se deben en el fondo al
mismo mal, es decir, a la idea de que no existen verdades indiscutibles que
guíen nuestras vidas, por lo cual la libertad humana no tiene límites. Se
olvida que «el hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo.
El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también
naturaleza»[12].
Con paternal preocupación, nos invitó a tomar conciencia de que la creación se
ve perjudicada «donde nosotros mismos somos las últimas instancias, donde el
conjunto es simplemente una propiedad nuestra y el consumo es sólo para
nosotros mismos. El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya
ninguna instancia por encima de nosotros, sino que sólo nos vemos a nosotros
mismos»[13].
Unidos por una misma preocupación
7. Estos aportes de los Papas
recogen la reflexión de innumerables científicos, filósofos, teólogos y
organizaciones sociales que enriquecieron el pensamiento de la Iglesia sobre
estas cuestiones. Pero no podemos ignorar que, también fuera de la Iglesia
Católica, otras Iglesias y Comunidades cristianas –como también otras
religiones– han desarrollado una amplia preocupación y una valiosa reflexión
sobre estos temas que nos preocupan a todos. Para poner sólo un ejemplo
destacable, quiero recoger brevemente parte del aporte del querido Patriarca
Ecuménico Bartolomé, con el que compartimos la esperanza de la comunión
eclesial plena.
8. El Patriarca Bartolomé se ha
referido particularmente a la necesidad de que cada uno se arrepienta de sus
propias maneras de dañar el planeta, porque, «en la medida en que todos
generamos pequeños daños ecológicos», estamos llamados a reconocer «nuestra
contribución –pequeña o grande– a la desfiguración y destrucción de la
creación»[14].
Sobre este punto él se ha expresado repetidamente de una manera firme y
estimulante, invitándonos a reconocer los pecados contra la creación: «Que los
seres humanos destruyan la diversidad biológica en la creación divina; que los
seres humanos degraden la integridad de la tierra y contribuyan al cambio
climático, desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus
zonas húmedas; que los seres humanos contaminen las aguas, el suelo, el aire.
Todos estos son pecados»[15].
Porque «un crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros mismos y un
pecado contra Dios»[16].
9. Al mismo tiempo, Bartolomé
llamó la atención sobre las raíces éticas y espirituales de los problemas
ambientales, que nos invitan a encontrar soluciones no sólo en la técnica sino
en un cambio del ser humano, porque de otro modo afrontaríamos sólo los
síntomas. Nos propuso pasar del consumo al sacrificio, de la avidez a la
generosidad, del desperdicio a la capacidad de compartir, en una ascesis que
«significa aprender a dar, y no simplemente renunciar. Es un modo de amar, de
pasar poco a poco de lo que yo quiero a lo que necesita el mundo de Dios. Es
liberación del miedo, de la avidez, de la dependencia»[17].
Los cristianos, además, estamos llamados a « aceptar el mundo como sacramento
de comunión, como modo de compartir con Dios y con el prójimo en una escala global.
Es nuestra humilde convicción que lo divino y lo humano se encuentran en el más
pequeño detalle contenido en los vestidos sin costuras de la creación de Dios,
hasta en el último grano de polvo de nuestro planeta »[18].
San Francisco de Asís
10. No quiero desarrollar esta
encíclica sin acudir a un modelo bello que puede motivarnos. Tomé su nombre
como guía y como inspiración en el momento de mi elección como Obispo de Roma.
Creo que Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil
y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. Es el santo
patrono de todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología, amado
también por muchos que no son cristianos. Él manifestó una atención particular
hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era
amado por su alegría, su entrega generosa, su corazón universal. Era un místico
y un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios,
con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué
punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los
pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior.
11. Su testimonio nos muestra
también que una ecología integral requiere apertura hacia categorías que
trascienden el lenguaje de las matemáticas o de la biología y nos conectan con
la esencia de lo humano. Así como sucede cuando nos enamoramos de una persona,
cada vez que él miraba el sol, la luna o los más pequeños animales, su reacción
era cantar, incorporando en su alabanza a las demás criaturas. Él entraba en
comunicación con todo lo creado, y hasta predicaba a las flores «invitándolas a
alabar al Señor, como si gozaran del don de la razón»[19].
Su reacción era mucho más que una valoración intelectual o un cálculo
económico, porque para él cualquier criatura era una hermana, unida a él con
lazos de cariño. Por eso se sentía llamado a cuidar todo lo que existe. Su
discípulo san Buenaventura decía de él que, «lleno de la mayor ternura al
considerar el origen común de todas las cosas, daba a todas las criaturas, por
más despreciables que parecieran, el dulce nombre de hermanas»[20].
Esta convicción no puede ser despreciada como un romanticismo irracional,
porque tiene consecuencias en las opciones que determinan nuestro
comportamiento. Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta
apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la
fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras
actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero explotador de recursos,
incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos. En cambio, si nos
sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado
brotarán de modo espontáneo. La pobreza y la austeridad de san Francisco no
eran un ascetismo meramente exterior, sino algo más radical: una renuncia a
convertir la realidad en mero objeto de uso y de dominio.
12. Por otra parte, san
Francisco, fiel a la Escritura, nos propone reconocer la naturaleza como un
espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y
de su bondad: «A través de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se
conoce por analogía al autor» (Sb 13,5), y «su eterna potencia y
divinidad se hacen visibles para la inteligencia a través de sus obras desde la
creación del mundo» (Rm 1,20). Por eso, él pedía que en el convento
siempre se dejara una parte del huerto sin cultivar, para que crecieran las
hierbas silvestres, de manera que quienes las admiraran pudieran elevar su
pensamiento a Dios, autor de tanta belleza[21].
El mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que
contemplamos con jubilosa alabanza.
Mi llamado
13. El desafío urgente de
proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia
humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que
las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás
en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún
posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común. Deseo
reconocer, alentar y dar las gracias a todos los que, en los más variados sectores
de la actividad humana, están trabajando para garantizar la protección de la
casa que compartimos. Merecen una gratitud especial quienes luchan con vigor
para resolver las consecuencias dramáticas de la degradación ambiental en las
vidas de los más pobres del mundo. Los jóvenes nos reclaman un cambio. Ellos se
preguntan cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor sin pensar
en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos.
14. Hago una invitación urgente a
un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta.
Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental
que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos. El
movimiento ecológico mundial ya ha recorrido un largo y rico camino, y ha
generado numerosas agrupaciones ciudadanas que ayudaron a la concientización.
Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis
ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino
también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los
caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a
la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones
técnicas. Necesitamos una solidaridad universal nueva. Como dijeron los Obispos
de Sudáfrica, «se necesitan los talentos y la implicación de
todos para reparar el daño causado por el abuso humano a la creación
de Dios»[22].
Todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la
creación, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus
capacidades.
15. Espero que esta Carta
encíclica, que se agrega al Magisterio social de la Iglesia, nos ayude a
reconocer la grandeza, la urgencia y la hermosura del desafío que se nos
presenta. En primer lugar, haré un breve recorrido por distintos aspectos de la
actual crisis ecológica, con el fin de asumir los mejores frutos de la
investigación científica actualmente disponible, dejarnos interpelar por ella
en profundidad y dar una base concreta al itinerario ético y espiritual como se
indica a continuación. A partir de esa mirada, retomaré algunas razones que se
desprenden de la tradición judío-cristiana, a fin de procurar una mayor
coherencia en nuestro compromiso con el ambiente. Luego intentaré llegar a las
raíces de la actual situación, de manera que no miremos sólo los síntomas sino
también las causas más profundas. Así podremos proponer una ecología que, entre
sus distintas dimensiones, incorpore el lugar peculiar del ser humano en este
mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea. A la luz de esa reflexión
quisiera avanzar en algunas líneas amplias de diálogo y de acción que
involucren tanto a cada uno de nosotros como a la política internacional.
Finalmente, puesto que estoy convencido de que todo cambio necesita
motivaciones y un camino educativo, propondré algunas líneas de maduración
humana inspiradas en el tesoro de la experiencia espiritual cristiana.
16. Si bien cada capítulo posee
su temática propia y una metodología específica, a su vez retoma desde una
nueva óptica cuestiones importantes abordadas en los capítulos anteriores. Esto
ocurre especialmente con algunos ejes que atraviesan toda la encíclica. Por
ejemplo: la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la
convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo
paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a
buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de
cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros
y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la
cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida. Estos temas no
se cierran ni abandonan, sino que son constantemente replanteados y
enriquecidos.
CAPÍTULO PRIMERO
LO QUE LE ESTÁ
PASANDO A NUESTRA CASA
17. Las reflexiones
teológicas o filosóficas sobre la situación de la humanidad y del mundo pueden
sonar a mensaje repetido y abstracto si no se presentan nuevamente a partir de
una confrontación con el contexto actual, en lo que tiene de inédito para la
historia de la humanidad. Por eso, antes de reconocer cómo la fe aporta nuevas
motivaciones y exigencias frente al mundo del cual formamos parte, propongo
detenernos brevemente a considerar lo que le está pasando a nuestra casa común.
18. A la continua
aceleración de los cambios de la humanidad y del planeta se une hoy la
intensificación de ritmos de vida y de trabajo, en eso que algunos llaman
«rapidación». Si bien el cambio es parte de la dinámica de los sistemas
complejos, la velocidad que las acciones humanas le imponen hoy contrasta con
la natural lentitud de la evolución biológica. A esto se suma el problema de
que los objetivos de ese cambio veloz y constante no necesariamente se orientan
al bien común y a un desarrollo humano, sostenible e integral. El cambio es
algo deseable, pero se vuelve preocupante cuando se convierte en deterioro del
mundo y de la calidad de vida de gran parte de la humanidad.
19. Después de un
tiempo de confianza irracional en el progreso y en la capacidad humana, una
parte de la sociedad está entrando en una etapa de mayor conciencia. Se
advierte una creciente sensibilidad con respecto al ambiente y al cuidado de la
naturaleza, y crece una sincera y dolorosa preocupación por lo que está
ocurriendo con nuestro planeta. Hagamos un recorrido, que será ciertamente
incompleto, por aquellas cuestiones que hoy nos provocan inquietud y que ya no
podemos esconder debajo de la alfombra. El objetivo no es recoger información o
saciar nuestra curiosidad, sino tomar dolorosa conciencia, atrevernos a
convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, y así reconocer cuál
es la contribución que cada uno puede aportar.
I. Contaminación y
cambio climático
Contaminación, basura
y cultura del descarte
20. Existen formas de
contaminación que afectan cotidianamente a las personas. La exposición a los
contaminantes atmosféricos produce un amplio espectro de efectos sobre la
salud, especialmente de los más pobres, provocando millones de muertes prematuras.
Se enferman, por ejemplo, a causa de la inhalación de elevados niveles de humo
que procede de los combustibles que utilizan para cocinar o para calentarse. A
ello se suma la contaminación que afecta a todos, debida al transporte, al humo
de la industria, a los depósitos de sustancias que contribuyen a la
acidificación del suelo y del agua, a los fertilizantes, insecticidas,
fungicidas, controladores de malezas y agrotóxicos en general. La tecnología
que, ligada a las finanzas, pretende ser la única solución de los problemas, de
hecho suele ser incapaz de ver el misterio de las múltiples relaciones que
existen entre las cosas, y por eso a veces resuelve un problema creando otros.
21. Hay que
considerar también la contaminación producida por los residuos, incluyendo los
desechos peligrosos presentes en distintos ambientes. Se producen cientos de
millones de toneladas de residuos por año, muchos de ellos no biodegradables:
residuos domiciliarios y comerciales, residuos de demolición, residuos
clínicos, electrónicos e industriales, residuos altamente tóxicos y
radioactivos. La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un
inmenso depósito de porquería. En muchos lugares del planeta, los ancianos
añoran los paisajes de otros tiempos, que ahora se ven inundados de basura.
Tanto los residuos industriales como los productos químicos utilizados en las
ciudades y en el agro pueden producir un efecto de bioacumulación en los
organismos de los pobladores de zonas cercanas, que ocurre aun cuando el nivel
de presencia de un elemento tóxico en un lugar sea bajo. Muchas veces se toman
medidas sólo cuando se han producido efectos irreversibles para la salud de las
personas.
22. Estos problemas
están íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto a los
seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en
basura. Advirtamos, por ejemplo, que la mayor parte del papel que se produce se
desperdicia y no se recicla. Nos cuesta reconocer que el funcionamiento de los
ecosistemas naturales es ejemplar: las plantas sintetizan nutrientes que
alimentan a los herbívoros; estos a su vez alimentan a los seres carnívoros,
que proporcionan importantes cantidades de residuos orgánicos, los cuales dan
lugar a una nueva generación de vegetales. En cambio, el sistema industrial, al
final del ciclo de producción y de consumo, no ha desarrollado la capacidad de
absorber y reutilizar residuos y desechos. Todavía no se ha logrado adoptar un
modelo circular de producción que asegure recursos para todos y para las
generaciones futuras, y que supone limitar al máximo el uso de los recursos no
renovables, moderar el consumo, maximizar la eficiencia del aprovechamiento,
reutilizar y reciclar. Abordar esta cuestión sería un modo de contrarrestar la
cultura del descarte, que termina afectando al planeta entero, pero observamos
que los avances en este sentido son todavía muy escasos.
El clima como bien
común
23. El clima es un
bien común, de todos y para todos. A nivel global, es un sistema complejo
relacionado con muchas condiciones esenciales para la vida humana. Hay un
consenso científico muy consistente que indica que nos encontramos ante un
preocupante calentamiento del sistema climático. En las últimas décadas, este
calentamiento ha estado acompañado del constante crecimiento del nivel del mar,
y además es difícil no relacionarlo con el aumento de eventos meteorológicos
extremos, más allá de que no pueda atribuirse una causa científicamente
determinable a cada fenómeno particular. La humanidad está llamada a tomar
conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de
producción y de consumo, para combatir este calentamiento o, al menos, las
causas humanas que lo producen o acentúan. Es verdad que hay otros factores
(como el vulcanismo, las variaciones de la órbita y del eje de la Tierra o el
ciclo solar), pero numerosos estudios científicos señalan que la mayor parte
del calentamiento global de las últimas décadas se debe a la gran concentración
de gases de efecto invernadero (anhídrido carbónico, metano, óxidos de
nitrógeno y otros) emitidos sobre todo a causa de la actividad humana. Al
concentrarse en la atmósfera, impiden que el calor de los rayos solares
reflejados por la tierra se disperse en el espacio. Esto se ve potenciado
especialmente por el patrón de desarrollo basado en el uso intensivo de
combustibles fósiles, que hace al corazón del sistema energético mundial.
También ha incidido el aumento en la práctica del cambio de usos del suelo,
principalmente la deforestación para agricultura.
24. A su vez, el
calentamiento tiene efectos sobre el ciclo del carbono. Crea un círculo vicioso
que agrava aún más la situación, y que afectará la disponibilidad de recursos
imprescindibles como el agua potable, la energía y la producción agrícola de las
zonas más cálidas, y provocará la extinción de parte de la biodiversidad del
planeta. El derretimiento de los hielos polares y de planicies de altura
amenaza con una liberación de alto riesgo de gas metano, y la descomposición de
la materia orgánica congelada podría acentuar todavía más la emanación de
anhídrido carbónico. A su vez, la pérdida de selvas tropicales empeora las
cosas, ya que ayudan a mitigar el cambio climático. La contaminación que
produce el anhídrido carbónico aumenta la acidez de los océanos y compromete la
cadena alimentaria marina. Si la actual tendencia continúa, este siglo podría
ser testigo de cambios climáticos inauditos y de una destrucción sin
precedentes de los ecosistemas, con graves consecuencias para todos nosotros.
El crecimiento del nivel del mar, por ejemplo, puede crear situaciones de
extrema gravedad si se tiene en cuenta que la cuarta parte de la población
mundial vive junto al mar o muy cerca de él, y la mayor parte de las
megaciudades están situadas en zonas costeras.
25. El cambio
climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales,
económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales
desafíos actuales para la humanidad. Los peores impactos probablemente recaerán
en las próximas décadas sobre los países en desarrollo. Muchos pobres viven en
lugares particularmente afectados por fenómenos relacionados con el
calentamiento, y sus medios de subsistencia dependen fuertemente de las
reservas naturales y de los servicios ecosistémicos, como la agricultura, la
pesca y los recursos forestales. No tienen otras actividades financieras y
otros recursos que les permitan adaptarse a los impactos climáticos o hacer
frente a situaciones catastróficas, y poseen poco acceso a servicios sociales y
a protección. Por ejemplo, los cambios del clima originan migraciones de
animales y vegetales que no siempre pueden adaptarse, y esto a su vez afecta
los recursos productivos de los más pobres, quienes también se ven obligados a
migrar con gran incertidumbre por el futuro de sus vidas y de sus hijos. Es
trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la
degradación ambiental, que no son reconocidos como refugiados en las
convenciones internacionales y llevan el peso de sus vidas abandonadas sin
protección normativa alguna. Lamentablemente, hay una general indiferencia ante
estas tragedias, que suceden ahora mismo en distintas partes del mundo. La
falta de reacciones ante estos dramas de nuestros hermanos y hermanas es un
signo de la pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes
sobre el cual se funda toda sociedad civil.
26. Muchos de
aquellos que tienen más recursos y poder económico o político parecen
concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas,
tratando sólo de reducir algunos impactos negativos del cambio climático. Pero
muchos síntomas indican que esos efectos podrán ser cada vez peores si
continuamos con los actuales modelos de producción y de consumo. Por eso se ha
vuelto urgente e imperioso el desarrollo de políticas para que en los próximos
años la emisión de anhídrido carbónico y de otros gases altamente contaminantes
sea reducida drásticamente, por ejemplo, reemplazando la utilización de
combustibles fósiles y desarrollando fuentes de energía renovable. En el mundo
hay un nivel exiguo de acceso a energías limpias y renovables. Todavía es
necesario desarrollar tecnologías adecuadas de acumulación. Sin embargo, en
algunos países se han dado avances que comienzan a ser significativos, aunque
estén lejos de lograr una proporción importante. También ha habido algunas
inversiones en formas de producción y de transporte que consumen menos energía
y requieren menos cantidad de materia prima, así como en formas de construcción
o de saneamiento de edificios para mejorar su eficiencia energética. Pero estas
buenas prácticas están lejos de generalizarse.
II. La cuestión del
agua
27. Otros indicadores
de la situación actual tienen que ver con el agotamiento de los recursos
naturales. Conocemos bien la imposibilidad de sostener el actual nivel de
consumo de los países más desarrollados y de los sectores más ricos de las
sociedades, donde el hábito de gastar y tirar alcanza niveles inauditos. Ya se
han rebasado ciertos límites máximos de explotación del planeta, sin que
hayamos resuelto el problema de la pobreza.
28. El agua potable y
limpia representa una cuestión de primera importancia, porque es indispensable
para la vida humana y para sustentar los ecosistemas terrestres y acuáticos.
Las fuentes de agua dulce abastecen a sectores sanitarios, agropecuarios e
industriales. La provisión de agua permaneció relativamente constante durante
mucho tiempo, pero ahora en muchos lugares la demanda supera a la oferta
sostenible, con graves consecuencias a corto y largo término. Grandes ciudades
que dependen de un importante nivel de almacenamiento de agua, sufren períodos
de disminución del recurso, que en los momentos críticos no se administra
siempre con una adecuada gobernanza y con imparcialidad. La pobreza del agua
social se da especialmente en África, donde grandes sectores de la población no
acceden al agua potable segura, o padecen sequías que dificultan la producción
de alimentos. En algunos países hay regiones con abundante agua y al mismo
tiempo otras que padecen grave escasez.
29. Un problema
particularmente serio es el de la calidad del agua disponible para los pobres,
que provoca muchas muertes todos los días. Entre los pobres son frecuentes
enfermedades relacionadas con el agua, incluidas las causadas por
microorganismos y por sustancias químicas. La diarrea y el cólera, que se
relacionan con servicios higiénicos y provisión de agua inadecuados, son un
factor significativo de sufrimiento y de mortalidad infantil. Las aguas
subterráneas en muchos lugares están amenazadas por la contaminación que
producen algunas actividades extractivas, agrícolas e industriales, sobre todo
en países donde no hay una reglamentación y controles suficientes. No pensemos
solamente en los vertidos de las fábricas. Los detergentes y productos químicos
que utiliza la población en muchos lugares del mundo siguen derramándose en
ríos, lagos y mares.
30. Mientras se
deteriora constantemente la calidad del agua disponible, en algunos lugares
avanza la tendencia a privatizar este recurso escaso, convertido en mercancía
que se regula por las leyes del mercado. En realidad, el acceso al agua
potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque
determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el
ejercicio de los demás derechos humanos. Este mundo tiene una grave deuda
social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es
negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable. Esa
deuda se salda en parte con más aportes económicos para proveer de agua limpia
y saneamiento a los pueblos más pobres. Pero se advierte un derroche de agua no
sólo en países desarrollados, sino también en aquellos menos desarrollados que
poseen grandes reservas. Esto muestra que el problema del agua es en parte una
cuestión educativa y cultural, porque no hay conciencia de la gravedad de estas
conductas en un contexto de gran inequidad.
31. Una mayor escasez
de agua provocará el aumento del costo de los alimentos y de distintos
productos que dependen de su uso. Algunos estudios han alertado sobre la
posibilidad de sufrir una escasez aguda de agua dentro de pocas décadas si no
se actúa con urgencia. Los impactos ambientales podrían afectar a miles de
millones de personas, pero es previsible que el control del agua por parte de
grandes empresas mundiales se convierta en una de las principales fuentes de
conflictos de este siglo[23].
III. Pérdida de
biodiversidad
32. Los recursos de
la tierra también están siendo depredados a causa de formas inmediatistas de
entender la economía y la actividad comercial y productiva. La pérdida de
selvas y bosques implica al mismo tiempo la pérdida de especies que podrían
significar en el futuro recursos sumamente importantes, no sólo para la
alimentación, sino también para la curación de enfermedades y para múltiples
servicios. Las diversas especies contienen genes que pueden ser recursos claves
para resolver en el futuro alguna necesidad humana o para regular algún
problema ambiental.
33. Pero no basta
pensar en las distintas especies sólo como eventuales « recursos » explotables,
olvidando que tienen un valor en sí mismas. Cada año desaparecen miles de
especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya
no podrán ver, perdidas para siempre. La inmensa mayoría se extinguen por
razones que tienen que ver con alguna acción humana. Por nuestra causa, miles
de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos
su propio mensaje. No tenemos derecho.
34. Posiblemente nos
inquieta saber de la extinción de un mamífero o de un ave, por su mayor visibilidad.
Pero para el buen funcionamiento de los ecosistemas también son necesarios los
hongos, las algas, los gusanos, los insectos, los reptiles y la innumerable
variedad de microorganismos. Algunas especies poco numerosas, que suelen pasar
desapercibidas, juegan un rol crítico fundamental para estabilizar el
equilibrio de un lugar. Es verdad que el ser humano debe intervenir cuando un
geosistema entra en estado crítico, pero hoy el nivel de intervención humana en
una realidad tan compleja como la naturaleza es tal, que los constantes
desastres que el ser humano ocasiona provocan una nueva intervención suya, de
tal modo que la actividad humana se hace omnipresente, con todos los riesgos
que esto implica. Suele crearse un círculo vicioso donde la intervención del
ser humano para resolver una dificultad muchas veces agrava más la situación.
Por ejemplo, muchos pájaros e insectos que desaparecen a causa de los
agrotóxicos creados por la tecnología son útiles a la misma agricultura, y su
desaparición deberá ser sustituida con otra intervención tecnológica, que
posiblemente traerá nuevos efectos nocivos. Son loables y a veces admirables
los esfuerzos de científicos y técnicos que tratan de aportar soluciones a los
problemas creados por el ser humano. Pero mirando el mundo advertimos que este
nivel de intervención humana, frecuentemente al servicio de las finanzas y del
consumismo, hace que la tierra en que vivimos en realidad se vuelva menos rica
y bella, cada vez más limitada y gris, mientras al mismo tiempo el desarrollo
de la tecnología y de las ofertas de consumo sigue avanzando sin límite. De
este modo, parece que pretendiéramos sustituir una belleza irreemplazable e
irrecuperable, por otra creada por nosotros.
35. Cuando se analiza
el impacto ambiental de algún emprendimiento, se suele atender a los efectos en
el suelo, en el agua y en el aire, pero no siempre se incluye un estudio
cuidadoso sobre el impacto en la biodiversidad, como si la pérdida de algunas
especies o de grupos animales o vegetales fuera algo de poca relevancia. Las
carreteras, los nuevos cultivos, los alambrados, los embalses y otras
construcciones van tomando posesión de los hábitats y a veces los fragmentan de
tal manera que las poblaciones de animales ya no pueden migrar ni desplazarse
libremente, de modo que algunas especies entran en riesgo de extinción. Existen
alternativas que al menos mitigan el impacto de estas obras, como la creación
de corredores biológicos, pero en pocos países se advierte este cuidado y esta
previsión. Cuando se explotan comercialmente algunas especies, no siempre se
estudia su forma de crecimiento para evitar su disminución excesiva con el
consiguiente desequilibrio del ecosistema.
36. El cuidado de los
ecosistemas supone una mirada que vaya más allá de lo inmediato, porque cuando
sólo se busca un rédito económico rápido y fácil, a nadie le interesa realmente
su preservación. Pero el costo de los daños que se ocasionan por el descuido
egoísta es muchísimo más alto que el beneficio económico que se pueda obtener.
En el caso de la pérdida o el daño grave de algunas especies, estamos hablando
de valores que exceden todo cálculo. Por eso, podemos ser testigos mudos de
gravísimas inequidades cuando se pretende obtener importantes beneficios
haciendo pagar al resto de la humanidad, presente y futura, los altísimos
costos de la degradación ambiental.
37. Algunos países
han avanzado en la preservación eficaz de ciertos lugares y zonas –en la tierra
y en los océanos– donde se prohíbe toda intervención humana que pueda modificar
su fisonomía o alterar su constitución original. En el cuidado de la
biodiversidad, los especialistas insisten en la necesidad de poner especial
atención a las zonas más ricas en variedad de especies, en especies endémicas,
poco frecuentes o con menor grado de protección efectiva. Hay lugares que
requieren un cuidado particular por su enorme importancia para el ecosistema
mundial, o que constituyen importantes reservas de agua y así aseguran otras
formas de vida.
38. Mencionemos, por
ejemplo, esos pulmones del planeta repletos de biodiversidad que son la
Amazonia y la cuenca fluvial del Congo, o los grandes acuíferos y los
glaciares. No se ignora la importancia de esos lugares para la totalidad del
planeta y para el futuro de la humanidad. Los ecosistemas de las selvas
tropicales tienen una biodiversidad con una enorme complejidad, casi imposible
de reconocer integralmente, pero cuando esas selvas son quemadas o arrasadas
para desarrollar cultivos, en pocos años se pierden innumerables especies,
cuando no se convierten en áridos desiertos. Sin embargo, un delicado
equilibrio se impone a la hora de hablar sobre estos lugares, porque tampoco se
pueden ignorar los enormes intereses económicos internacionales que, bajo el
pretexto de cuidarlos, pueden atentar contra las soberanías nacionales. De
hecho, existen «propuestas de internacionalización de la Amazonia, que sólo
sirven a los intereses económicos de las corporaciones transnacionales»[24].
Es loable la tarea de organismos internacionales y de organizaciones de la
sociedad civil que sensibilizan a las poblaciones y cooperan críticamente,
también utilizando legítimos mecanismos de presión, para que cada gobierno
cumpla con su propio e indelegable deber de preservar el ambiente y los
recursos naturales de su país, sin venderse a intereses espurios locales o
internacionales.
39. El reemplazo de
la flora silvestre por áreas forestadas con árboles, que generalmente son
monocultivos, tampoco suele ser objeto de un adecuado análisis. Porque puede
afectar gravemente a una biodiversidad que no es albergada por las nuevas
especies que se implantan. También los humedales, que son transformados en
terreno de cultivo, pierden la enorme biodiversidad que acogían. En algunas
zonas costeras, es preocupante la desaparición de los ecosistemas constituidos
por manglares.
40. Los océanos no
sólo contienen la mayor parte del agua del planeta, sino también la mayor parte
de la vasta variedad de seres vivientes, muchos de ellos todavía desconocidos
para nosotros y amenazados por diversas causas. Por otra parte, la vida en los
ríos, lagos, mares y océanos, que alimenta a gran parte de la población
mundial, se ve afectada por el descontrol en la extracción de los recursos
pesqueros, que provoca disminuciones drásticas de algunas especies. Todavía
siguen desarrollándose formas selectivas de pesca que desperdician gran parte
de las especies recogidas. Están especialmente amenazados organismos marinos
que no tenemos en cuenta, como ciertas formas de plancton que constituyen un
componente muy importante en la cadena alimentaria marina, y de las cuales
dependen, en definitiva, especies que utilizamos para alimentarnos.
41. Adentrándonos en
los mares tropicales y subtropicales, encontramos las barreras de coral, que
equivalen a las grandes selvas de la tierra, porque hospedan aproximadamente un
millón de especies, incluyendo peces, cangrejos, moluscos, esponjas, algas,
etc. Muchas de las barreras de coral del mundo hoy ya son estériles o están en
un continuo estado de declinación: «¿Quién ha convertido el maravilloso mundo
marino en cementerios subacuáticos despojados de vida y de color?»[25].
Este fenómeno se debe en gran parte a la contaminación que llega al mar como
resultado de la deforestación, de los monocultivos agrícolas, de los vertidos
industriales y de métodos destructivos de pesca, especialmente los que utilizan
cianuro y dinamita. Se agrava por el aumento de la temperatura de los océanos.
Todo esto nos ayuda a darnos cuenta de que cualquier acción sobre la naturaleza
puede tener consecuencias que no advertimos a simple vista, y que ciertas
formas de explotación de recursos se hacen a costa de una degradación que
finalmente llega hasta el fondo de los océanos.
42. Es necesario
invertir mucho más en investigación para entender mejor el comportamiento de
los ecosistemas y analizar adecuadamente las diversas variables de impacto de
cualquier modificación importante del ambiente. Porque todas las criaturas
están conectadas, cada una debe ser valorada con afecto y admiración, y todos
los seres nos necesitamos unos a otros. Cada territorio tiene una
responsabilidad en el cuidado de esta familia, por lo cual debería hacer un
cuidadoso inventario de las especies que alberga en orden a desarrollar
programas y estrategias de protección, cuidando con especial preocupación a las
especies en vías de extinción.
IV. Deterioro de la
calidad de la vida humana y degradación social
43. Si tenemos en
cuenta que el ser humano también es una criatura de este mundo, que tiene
derecho a vivir y a ser feliz, y que además tiene una dignidad especialísima,
no podemos dejar de considerar los efectos de la degradación ambiental, del
actual modelo de desarrollo y de la cultura del descarte en la vida de las
personas.
44. Hoy advertimos,
por ejemplo, el crecimiento desmedido y desordenado de muchas ciudades que se
han hecho insalubres para vivir, debido no solamente a la contaminación
originada por las emisiones tóxicas, sino también al caos urbano, a los
problemas del transporte y a la contaminación visual y acústica. Muchas
ciudades son grandes estructuras ineficientes que gastan energía y agua en
exceso. Hay barrios que, aunque hayan sido construidos recientemente, están
congestionados y desordenados, sin espacios verdes suficientes. No es propio de
habitantes de este planeta vivir cada vez más inundados de cemento, asfalto,
vidrio y metales, privados del contacto físico con la naturaleza.
45. En algunos
lugares, rurales y urbanos, la privatización de los espacios ha hecho que el
acceso de los ciudadanos a zonas de particular belleza se vuelva difícil. En
otros, se crean urbanizaciones « ecológicas » sólo al servicio de unos pocos,
donde se procura evitar que otros entren a molestar una tranquilidad
artificial. Suele encontrarse una ciudad bella y llena de espacios verdes bien
cuidados en algunas áreas « seguras », pero no tanto en zonas menos visibles,
donde viven los descartables de la sociedad.
46. Entre los
componentes sociales del cambio global se incluyen los efectos laborales de
algunas innovaciones tecnológicas, la exclusión social, la inequidad en la
disponibilidad y el consumo de energía y de otros servicios, la fragmentación
social, el crecimiento de la violencia y el surgimiento de nuevas formas de
agresividad social, el narcotráfico y el consumo creciente de drogas entre los
más jóvenes, la pérdida de identidad. Son signos, entre otros, que muestran que
el crecimiento de los últimos dos siglos no ha significado en todos sus
aspectos un verdadero progreso integral y una mejora de la calidad de vida.
Algunos de estos signos son al mismo tiempo síntomas de una verdadera
degradación social, de una silenciosa ruptura de los lazos de integración y de
comunión social.
47. A esto se agregan
las dinámicas de los medios del mundo digital que, cuando se convierten en
omnipresentes, no favorecen el desarrollo de una capacidad de vivir sabiamente,
de pensar en profundidad, de amar con generosidad. Los grandes sabios del
pasado, en este contexto, correrían el riesgo de apagar su sabiduría en medio
del ruido dispersivo de la información. Esto nos exige un esfuerzo para que
esos medios se traduzcan en un nuevo desarrollo cultural de la humanidad y no
en un deterioro de su riqueza más profunda. La verdadera sabiduría, producto de
la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre las personas, no se
consigue con una mera acumulación de datos que termina saturando y obnubilando,
en una especie de contaminación mental. Al mismo tiempo, tienden a reemplazarse
las relaciones reales con los demás, con todos los desafíos que implican, por
un tipo de comunicación mediada por internet. Esto permite seleccionar o
eliminar las relaciones según nuestro arbitrio, y así suele generarse un nuevo
tipo de emociones artificiales, que tienen que ver más con dispositivos y
pantallas que con las personas y la naturaleza. Los medios actuales permiten
que nos comuniquemos y que compartamos conocimientos y afectos. Sin embargo, a
veces también nos impiden tomar contacto directo con la angustia, con el
temblor, con la alegría del otro y con la complejidad de su experiencia
personal. Por eso no debería llamar la atención que, junto con la abrumadora
oferta de estos productos, se desarrolle una profunda y melancólica
insatisfacción en las relaciones interpersonales, o un dañino aislamiento.
V. Inequidad
planetaria
48. El ambiente
humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar
adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que
tienen que ver con la degradación humana y social. De hecho, el deterioro del
ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del
planeta: «Tanto la experiencia común de la vida ordinaria como la investigación
científica demuestran que los más graves efectos de todas las agresiones
ambientales los sufre la gente más pobre»[26].
Por ejemplo, el agotamiento de las reservas ictícolas perjudica especialmente a
quienes viven de la pesca artesanal y no tienen cómo reemplazarla, la
contaminación del agua afecta particularmente a los más pobres que no tienen
posibilidad de comprar agua envasada, y la elevación del nivel del mar afecta principalmente
a las poblaciones costeras empobrecidas que no tienen a dónde trasladarse. El
impacto de los desajustes actuales se manifiesta también en la muerte prematura
de muchos pobres, en los conflictos generados por falta de recursos y en tantos
otros problemas que no tienen espacio suficiente en las agendas del mundo[27].
49. Quisiera advertir
que no suele haber conciencia clara de los problemas que afectan
particularmente a los excluidos. Ellos son la mayor parte del planeta, miles de
millones de personas. Hoy están presentes en los debates políticos y económicos
internacionales, pero frecuentemente parece que sus problemas se plantean como
un apéndice, como una cuestión que se añade casi por obligación o de manera
periférica, si es que no se los considera un mero daño colateral. De hecho, a
la hora de la actuación concreta, quedan frecuentemente en el último lugar.
Ello se debe en parte a que muchos profesionales, formadores de opinión, medios
de comunicación y centros de poder están ubicados lejos de ellos, en áreas
urbanas aisladas, sin tomar contacto directo con sus problemas. Viven y
reflexionan desde la comodidad de un desarrollo y de una calidad de vida que no
están al alcance de la mayoría de la población mundial. Esta falta de contacto
físico y de encuentro, a veces favorecida por la desintegración de nuestras
ciudades, ayuda a cauterizar la conciencia y a ignorar parte de la realidad en
análisis sesgados. Esto a veces convive con un discurso «verde». Pero hoy no
podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se
convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las
discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la
tierra como el clamor de los pobres.
50. En lugar de
resolver los problemas de los pobres y de pensar en un mundo diferente, algunos
atinan sólo a proponer una reducción de la natalidad. No faltan presiones
internacionales a los países en desarrollo, condicionando ayudas económicas a
ciertas políticas de «salud reproductiva». Pero, «si bien es cierto que la
desigual distribución de la población y de los recursos disponibles crean
obstáculos al desarrollo y al uso sostenible del ambiente, debe reconocerse que
el crecimiento demográfico es plenamente compatible con un desarrollo integral
y solidario»[28].
Culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de
algunos es un modo de no enfrentar los problemas. Se pretende legitimar así el
modelo distributivo actual, donde una minoría se cree con el derecho de
consumir en una proporción que sería imposible generalizar, porque el planeta
no podría ni siquiera contener los residuos de semejante consumo. Además,
sabemos que se desperdicia aproximadamente un tercio de los alimentos que se
producen, y «el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del
pobre»[29].
De cualquier manera, es cierto que hay que prestar atención al desequilibrio en
la distribución de la población sobre el territorio, tanto en el nivel nacional
como en el global, porque el aumento del consumo llevaría a situaciones
regionales complejas, por las combinaciones de problemas ligados a la
contaminación ambiental, al transporte, al tratamiento de residuos, a la
pérdida de recursos, a la calidad de vida.
51. La inequidad no
afecta sólo a individuos, sino a países enteros, y obliga a pensar en una ética
de las relaciones internacionales. Porque hay una verdadera « deuda ecológica
», particularmente entre el Norte y el Sur, relacionada con desequilibrios comerciales
con consecuencias en el ámbito ecológico, así como con el uso desproporcionado
de los recursos naturales llevado a cabo históricamente por algunos países. Las
exportaciones de algunas materias primas para satisfacer los mercados en el
Norte industrializado han producido daños locales, como la contaminación con
mercurio en la minería del oro o con dióxido de azufre en la del cobre.
Especialmente hay que computar el uso del espacio ambiental de todo el planeta
para depositar residuos gaseosos que se han ido acumulando durante dos siglos y
han generado una situación que ahora afecta a todos los países del mundo. El
calentamiento originado por el enorme consumo de algunos países ricos tiene
repercusiones en los lugares más pobres de la tierra, especialmente en África,
donde el aumento de la temperatura unido a la sequía hace estragos en el
rendimiento de los cultivos. A esto se agregan los daños causados por la
exportación hacia los países en desarrollo de residuos sólidos y líquidos
tóxicos, y por la actividad contaminante de empresas que hacen en los países
menos desarrollados lo que no pueden hacer en los países que les aportan
capital: «Constatamos que con frecuencia las empresas que obran así son
multinacionales, que hacen aquí lo que no se les permite en países
desarrollados o del llamado primer mundo. Generalmente, al cesar sus
actividades y al retirarse, dejan grandes pasivos humanos y ambientales, como
la desocupación, pueblos sin vida, agotamiento de algunas reservas naturales,
deforestación, empobrecimiento de la agricultura y ganadería local, cráteres,
cerros triturados, ríos contaminados y algunas pocas obras sociales que ya no
se pueden sostener»[30].
52. La deuda externa
de los países pobres se ha convertido en un instrumento de control, pero no
ocurre lo mismo con la deuda ecológica. De diversas maneras, los pueblos en
vías de desarrollo, donde se encuentran las más importantes reservas de la
biosfera, siguen alimentando el desarrollo de los países más ricos a costa de
su presente y de su futuro. La tierra de los pobres del Sur es rica y poco
contaminada, pero el acceso a la propiedad de los bienes y recursos para
satisfacer sus necesidades vitales les está vedado por un sistema de relaciones
comerciales y de propiedad estructuralmente perverso. Es necesario que los
países desarrollados contribuyan a resolver esta deuda limitando de manera
importante el consumo de energía no renovable y aportando recursos a los países
más necesitados para apoyar políticas y programas de desarrollo sostenible. Las
regiones y los países más pobres tienen menos posibilidades de adoptar nuevos
modelos en orden a reducir el impacto ambiental, porque no tienen la
capacitación para desarrollar los procesos necesarios y no pueden cubrir los
costos. Por eso, hay que mantener con claridad la conciencia de que en el
cambio climático hay responsabilidades diversificadas y, como
dijeron los Obispos de Estados Unidos, corresponde enfocarse «especialmente en
las necesidades de los pobres, débiles y vulnerables, en un debate a menudo
dominado por intereses más poderosos»[31].
Necesitamos fortalecer la conciencia de que somos una sola familia humana. No
hay fronteras ni barreras políticas o sociales que nos permitan aislarnos, y
por eso mismo tampoco hay espacio para la globalización de la indiferencia.
VI. La debilidad de
las reacciones
53. Estas situaciones
provocan el gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de los
abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo. Nunca hemos
maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos. Pero
estamos llamados a ser los instrumentos del Padre Dios para que nuestro planeta
sea lo que él soñó al crearlo y responda a su proyecto de paz, belleza y
plenitud. El problema es que no disponemos todavía de la cultura necesaria para
enfrentar esta crisis y hace falta construir liderazgos que marquen caminos,
buscando atender las necesidades de las generaciones actuales incluyendo a
todos, sin perjudicar a las generaciones futuras. Se vuelve indispensable crear
un sistema normativo que incluya límites infranqueables y asegure la protección
de los ecosistemas, antes que las nuevas formas de poder derivadas del
paradigma tecnoeconómico terminen arrasando no sólo con la política sino
también con la libertad y la justicia.
54. Llama la atención
la debilidad de la reacción política internacional. El sometimiento de la
política ante la tecnología y las finanzas se muestra en el fracaso de las
Cumbres mundiales sobre medio ambiente. Hay demasiados intereses particulares y
muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien común y a
manipular la información para no ver afectados sus proyectos. En esta línea,
el Documento de Aparecida reclama que «en las intervenciones
sobre los recursos naturales no predominen los intereses de grupos económicos
que arrasan irracionalmente las fuentes de vida»[32].
La alianza entre la economía y la tecnología termina dejando afuera lo que no
forme parte de sus intereses inmediatos. Así sólo podrían esperarse algunas
declamaciones superficiales, acciones filantrópicas aisladas, y aun esfuerzos
por mostrar sensibilidad hacia el medio ambiente, cuando en la realidad
cualquier intento de las organizaciones sociales por modificar las cosas será
visto como una molestia provocada por ilusos románticos o como un obstáculo a
sortear.
55. Poco a poco
algunos países pueden mostrar avances importantes, el desarrollo de controles
más eficientes y una lucha más sincera contra la corrupción. Hay más
sensibilidad ecológica en las poblaciones, aunque no alcanza para modificar los
hábitos dañinos de consumo, que no parecen ceder sino que se amplían y
desarrollan. Es lo que sucede, para dar sólo un sencillo ejemplo, con el
creciente aumento del uso y de la intensidad de los acondicionadores de aire.
Los mercados, procurando un beneficio inmediato, estimulan todavía más la
demanda. Si alguien observara desde afuera la sociedad planetaria, se
asombraría ante semejante comportamiento que a veces parece suicida.
56. Mientras tanto,
los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde
priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a
ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio
ambiente. Así se manifiesta que la degradación ambiental y la degradación
humana y ética están íntimamente unidas. Muchos dirán que no tienen conciencia
de realizar acciones inmorales, porque la distracción constante nos quita la
valentía de advertir la realidad de un mundo limitado y finito. Por eso, hoy
«cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante
los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta»[33].
57. Es previsible que,
ante el agotamiento de algunos recursos, se vaya creando un escenario favorable
para nuevas guerras, disfrazadas detrás de nobles reivindicaciones. La guerra
siempre produce daños graves al medio ambiente y a la riqueza cultural de las
poblaciones, y los riesgos se agigantan cuando se piensa en las armas nucleares
y en las armas biológicas. Porque, «a pesar de que determinados acuerdos
internacionales prohíban la guerra química, bacteriológica y biológica, de
hecho en los laboratorios se sigue investigando para el desarrollo de nuevas
armas ofensivas, capaces de alterar los equilibrios naturales»[34].
Se requiere de la política una mayor atención para prevenir y resolver las
causas que puedan originar nuevos conflictos. Pero el poder conectado con las
finanzas es el que más se resiste a este esfuerzo, y los diseños políticos no
suelen tener amplitud de miras. ¿Para qué se quiere preservar hoy un poder que
será recordado por su incapacidad de intervenir cuando era urgente y necesario
hacerlo?
58. En algunos países
hay ejemplos positivos de logros en la mejora del ambiente, como la
purificación de algunos ríos que han estado contaminados durante muchas
décadas, o la recuperación de bosques autóctonos, o el embellecimiento de
paisajes con obras de saneamiento ambiental, o proyectos edilicios de gran
valor estético, o avances en la producción de energía no contaminante, en la
mejora del transporte público. Estas acciones no resuelven los problemas
globales, pero confirman que el ser humano todavía es capaz de intervenir
positivamente. Como ha sido creado para amar, en medio de sus límites brotan
inevitablemente gestos de generosidad, solidaridad y cuidado.
59. Al mismo tiempo,
crece una ecología superficial o aparente que consolida un cierto
adormecimiento y una alegre irresponsabilidad. Como suele suceder en épocas de
profundas crisis, que requieren decisiones valientes, tenemos la tentación de
pensar que lo que está ocurriendo no es cierto. Si miramos la superficie, más
allá de algunos signos visibles de contaminación y de degradación, parece que
las cosas no fueran tan graves y que el planeta podría persistir por mucho
tiempo en las actuales condiciones. Este comportamiento evasivo nos sirve para
seguir con nuestros estilos de vida, de producción y de consumo. Es el modo
como el ser humano se las arregla para alimentar todos los vicios
autodestructivos: intentando no verlos, luchando para no reconocerlos,
postergando las decisiones importantes, actuando como si nada ocurriera.
VII. Diversidad de
opiniones
Finalmente,
reconozcamos que se han desarrollado diversas visiones y líneas de pensamiento
acerca de la situación y de las posibles soluciones. En un extremo, algunos
sostienen a toda costa el mito del progreso y afirman que los problemas
ecológicos se resolverán simplemente con nuevas aplicaciones técnicas, sin
consideraciones éticas ni cambios de fondo. En el otro extremo, otros entienden
que el ser humano, con cualquiera de sus intervenciones, sólo puede ser una
amenaza y perjudicar al ecosistema mundial, por lo cual conviene reducir su
presencia en el planeta e impedirle todo tipo de intervención. Entre estos
extremos, la reflexión debería identificar posibles escenarios futuros, porque
no hay un solo camino de solución. Esto daría lugar a diversos aportes que
podrían entrar en diálogo hacia respuestas integrales.
61. Sobre muchas
cuestiones concretas la Iglesia no tiene por qué proponer una palabra
definitiva y entiende que debe escuchar y promover el debate honesto entre los
científicos, respetando la diversidad de opiniones. Pero basta mirar la
realidad con sinceridad para ver que hay un gran deterioro de nuestra casa
común. La esperanza nos invita a reconocer que siempre hay una salida, que
siempre podemos reorientar el rumbo, que siempre podemos hacer algo para
resolver los problemas. Sin embargo, parecen advertirse síntomas de un punto de
quiebre, a causa de la gran velocidad de los cambios y de la degradación, que
se manifiestan tanto en catástrofes naturales regionales como en crisis
sociales o incluso financieras, dado que los problemas del mundo no pueden
analizarse ni explicarse de forma aislada. Hay regiones que ya están
especialmente en riesgo y, más allá de cualquier predicción catastrófica, lo
cierto es que el actual sistema mundial es insostenible desde diversos puntos
de vista, porque hemos dejado de pensar en los fines de la acción humana: «Si
la mirada recorre las regiones de nuestro planeta, enseguida nos damos cuenta
de que la humanidad ha defraudado las expectativas divinas»[35].
CAPÍTULO SEGUNDO
EL EVANGELIO DE LA
CREACIÓN
62. ¿Por qué incluir
en este documento, dirigido a todas las personas de buena voluntad, un capítulo
referido a convicciones creyentes? No ignoro que, en el campo de la política y
del pensamiento, algunos rechazan con fuerza la idea de un Creador, o la
consideran irrelevante, hasta el punto de relegar al ámbito de lo irracional la
riqueza que las religiones pueden ofrecer para una ecología integral y para un
desarrollo pleno de la humanidad. Otras veces se supone que constituyen una
subcultura que simplemente debe ser tolerada. Sin embargo, la ciencia y la
religión, que aportan diferentes aproximaciones a la realidad, pueden entrar en
un diálogo intenso y productivo para ambas.
I. La luz que ofrece
la fe
63. Si tenemos en
cuenta la complejidad de la crisis ecológica y sus múltiples causas, deberíamos
reconocer que las soluciones no pueden llegar desde un único modo de
interpretar y transformar la realidad. También es necesario acudir a las
diversas riquezas culturales de los pueblos, al arte y a la poesía, a la vida
interior y a la espiritualidad. Si de verdad queremos construir una ecología
que nos permita sanar todo lo que hemos destruido, entonces ninguna rama de las
ciencias y ninguna forma de sabiduría puede ser dejada de lado, tampoco la
religiosa con su propio lenguaje. Además, la Iglesia Católica está abierta al
diálogo con el pensamiento filosófico, y eso le permite producir diversas
síntesis entre la fe y la razón. En lo que respecta a las cuestiones sociales,
esto se puede constatar en el desarrollo de la doctrina social de la Iglesia,
que está llamada a enriquecerse cada vez más a partir de los nuevos desafíos.
64. Por otra parte,
si bien esta encíclica se abre a un diálogo con todos, para buscar juntos
caminos de liberación, quiero mostrar desde el comienzo cómo las convicciones
de la fe ofrecen a los cristianos, y en parte también a otros creyentes,
grandes motivaciones para el cuidado de la naturaleza y de los hermanos y
hermanas más frágiles. Si el solo hecho de ser humanos mueve a las personas a
cuidar el ambiente del cual forman parte, «los cristianos, en particular,
descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la
naturaleza y el Creador, forman parte de su fe»[36].
Por eso, es un bien para la humanidad y para el mundo que los creyentes reconozcamos
mejor los compromisos ecológicos que brotan de nuestras convicciones.
II. La sabiduría de
los relatos bíblicos
65. Sin repetir aquí
la entera teología de la creación, nos preguntamos qué nos dicen los grandes
relatos bíblicos acerca de la relación del ser humano con el mundo. En la
primera narración de la obra creadora en el libro del Génesis, el plan de Dios
incluye la creación de la humanidad. Luego de la creación del ser humano, se
dice que «Dios vio todo lo que había hecho y era muy bueno» (Gn 1,31).
La Biblia enseña que cada ser humano es creado por amor, hecho a imagen y
semejanza de Dios (cf. Gn 1,26). Esta afirmación nos muestra
la inmensa dignidad de cada persona humana, que «no es solamente algo, sino
alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en
comunión con otras personas»[37].
San Juan Pablo II recordó que el amor especialísimo que el Creador tiene por
cada ser humano le confiere una dignidad infinita[38].
Quienes se empeñan en la defensa de la dignidad de las personas pueden
encontrar en la fe cristiana los argumentos más profundos para ese compromiso.
¡Qué maravillosa certeza es que la vida de cada persona no se pierde en un
desesperante caos, en un mundo regido por la pura casualidad o por ciclos que
se repiten sin sentido! El Creador puede decir a cada uno de nosotros: «Antes
que te formaras en el seno de tu madre, yo te conocía» ( Jr 1,5).
Fuimos concebidos en el corazón de Dios, y por eso «cada uno de nosotros es el
fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es
amado, cada uno es necesario»[39].
66. Los relatos de la
creación en el libro del Génesis contienen, en su lenguaje simbólico y
narrativo, profundas enseñanzas sobre la existencia humana y su realidad
histórica. Estas narraciones sugieren que la existencia humana se basa en tres
relaciones fundamentales estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el
prójimo y con la tierra. Según la Biblia, las tres relaciones vitales se han
roto, no sólo externamente, sino también dentro de nosotros. Esta ruptura es el
pecado. La armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo creado fue
destruida por haber pretendido ocupar el lugar de Dios, negándonos a
reconocernos como criaturas limitadas. Este hecho desnaturalizó también el
mandato de « dominar » la tierra (cf. Gn 1,28) y de «labrarla
y cuidarla» (cf. Gn 2,15). Como resultado, la relación
originariamente armoniosa entre el ser humano y la naturaleza se transformó en
un conflicto (cf. Gn 3,17-19). Por eso es significativo que la
armonía que vivía san Francisco de Asís con todas las criaturas haya sido
interpretada como una sanación de aquella ruptura. Decía san Buenaventura que,
por la reconciliación universal con todas las criaturas, de algún modo
Francisco retornaba al estado de inocencia primitiva[40].
Lejos de ese modelo, hoy el pecado se manifiesta con toda su fuerza de
destrucción en las guerras, las diversas formas de violencia y maltrato, el
abandono de los más frágiles, los ataques a la naturaleza.
67. No somos Dios. La
tierra nos precede y nos ha sido dada. Esto permite responder a una acusación
lanzada al pensamiento judío-cristiano: se ha dicho que, desde el relato del
Génesis que invita a « dominar » la tierra (cf. Gn 1,28), se
favorecería la explotación salvaje de la naturaleza presentando una imagen del
ser humano como dominante y destructivo. Esta no es una correcta interpretación
de la Biblia como la entiende la Iglesia. Si es verdad que algunas veces los
cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos
rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del
mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás criaturas.
Es importante leer los textos bíblicos en su contexto, con una hermenéutica
adecuada, y recordar que nos invitan a «labrar y cuidar» el jardín del mundo
(cf. Gn 2,15). Mientras «labrar» significa cultivar, arar o
trabajar, «cuidar» significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar.
Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la
naturaleza. Cada comunidad puede tomar de la bondad de la tierra lo que
necesita para su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y de
garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras.
Porque, en definitiva, «la tierra es del Señor » (Sal 24,1), a él
pertenece « la tierra y cuanto hay en ella » (Dt 10,14). Por eso,
Dios niega toda pretensión de propiedad absoluta: « La tierra no puede venderse
a perpetuidad, porque la tierra es mía, y vosotros sois forasteros y huéspedes
en mi tierra » (Lv 25,23).
68. Esta
responsabilidad ante una tierra que es de Dios implica que el ser humano,
dotado de inteligencia, respete las leyes de la naturaleza y los delicados
equilibrios entre los seres de este mundo, porque « él lo ordenó y fueron
creados, él los fijó por siempre, por los siglos, y les dio una ley que nunca
pasará » (Sal 148,5b-6). De ahí que la legislación bíblica se
detenga a proponer al ser humano varias normas, no sólo en relación con los
demás seres humanos, sino también en relación con los demás seres vivos: « Si
ves caído en el camino el asno o el buey de tu hermano, no te desentenderás de
ellos […] Cuando encuentres en el camino un nido de ave en un árbol o sobre la
tierra, y esté la madre echada sobre los pichones o sobre los huevos, no
tomarás a la madre con los hijos » (Dt 22,4.6). En esta línea, el
descanso del séptimo día no se propone sólo para el ser humano, sino también «
para que reposen tu buey y tu asno » (Ex 23,12). De este modo
advertimos que la Biblia no da lugar a un antropocentrismo despótico que se
desentienda de las demás criaturas.
69. A la vez que
podemos hacer un uso responsable de las cosas, estamos llamados a reconocer que
los demás seres vivos tienen un valor propio ante Dios y, «por su simple
existencia, lo bendicen y le dan gloria»[41],
porque el Señor se regocija en sus obras (cf. Sal 104,31).
Precisamente por su dignidad única y por estar dotado de inteligencia, el ser
humano está llamado a respetar lo creado con sus leyes internas, ya que «por la
sabiduría el Señor fundó la tierra» (Pr 3,19). Hoy la Iglesia no
dice simplemente que las demás criaturas están completamente subordinadas al
bien del ser humano, como si no tuvieran un valor en sí mismas y nosotros
pudiéramos disponer de ellas a voluntad. Por eso los Obispos de Alemania
enseñaron que en las demás criaturas «se podría hablar de la prioridad
del ser sobre el ser útiles»[42].
El Catecismo cuestiona de manera
muy directa e insistente lo que sería un antropocentrismo desviado: «Toda
criatura posee su bondad y su perfección propias […] Las distintas criaturas,
queridas en su ser propio, reflejan, cada una a su manera, un rayo de la
sabiduría y de la bondad infinitas de Dios. Por esto, el hombre debe respetar
la bondad propia de cada criatura para evitar un uso desordenado de las cosas»[43].
70. En la narración
sobre Caín y Abel, vemos que los celos condujeron a Caín a cometer la
injusticia extrema con su hermano. Esto a su vez provocó una ruptura de la
relación entre Caín y Dios y entre Caín y la tierra, de la cual fue exiliado.
Este pasaje se resume en la dramática conversación de Dios con Caín. Dios
pregunta: «¿Dónde está Abel, tu hermano?». Caín responde que no lo sabe y Dios
le insiste: «¿Qué hiciste? ¡La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde
el suelo! Ahora serás maldito y te alejarás de esta tierra» (Gn 4,9-11).
El descuido en el empeño de cultivar y mantener una relación adecuada con el
vecino, hacia el cual tengo el deber del cuidado y de la custodia, destruye mi
relación interior conmigo mismo, con los demás, con Dios y con la tierra.
Cuando todas estas relaciones son descuidadas, cuando la justicia ya no habita
en la tierra, la Biblia nos dice que toda la vida está en peligro. Esto es lo
que nos enseña la narración sobre Noé, cuando Dios amenaza con exterminar la
humanidad por su constante incapacidad de vivir a la altura de las exigencias
de la justicia y de la paz: « He decidido acabar con todos los seres humanos,
porque la tierra, a causa de ellos, está llena de violencia » (Gn 6,13).
En estos relatos tan antiguos, cargados de profundo simbolismo, ya estaba
contenida una convicción actual: que todo está relacionado, y que el auténtico
cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es
inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás.
71. Aunque «la maldad
se extendía sobre la faz de la tierra» (Gn 6,5) y a Dios «le pesó
haber creado al hombre en la tierra» (Gn6,6), sin embargo, a través de
Noé, que todavía se conservaba íntegro y justo, decidió abrir un camino de
salvación. Así dio a la humanidad la posibilidad de un nuevo comienzo. ¡Basta
un hombre bueno para que haya esperanza! La tradición bíblica establece
claramente que esta rehabilitación implica el redescubrimiento y el respeto de
los ritmos inscritos en la naturaleza por la mano del Creador. Esto se muestra,
por ejemplo, en la ley del Shabbath. El séptimo día, Dios
descansó de todas sus obras. Dios ordenó a Israel que cada séptimo día debía
celebrarse como un día de descanso, un Shabbath (cf. Gn 2,2-3; Ex 16,23;
20,10). Por otra parte, también se instauró un año sabático para Israel y su
tierra, cada siete años (cf. Lv 25,1-4), durante el cual se
daba un completo descanso a la tierra, no se sembraba y sólo se cosechaba lo
indispensable para subsistir y brindar hospitalidad (cf. Lv25,4-6).
Finalmente, pasadas siete semanas de años, es decir, cuarenta y nueve años, se
celebraba el Jubileo, año de perdón universal y «de liberación para todos los
habitantes» (Lv 25,10). El desarrollo de esta legislación trató de
asegurar el equilibrio y la equidad en las relaciones del ser humano con los
demás y con la tierra donde vivía y trabajaba. Pero al mismo tiempo era un
reconocimiento de que el regalo de la tierra con sus frutos pertenece a todo el
pueblo. Aquellos que cultivaban y custodiaban el territorio tenían que
compartir sus frutos, especialmente con los pobres, las viudas, los huérfanos y
los extranjeros: «Cuando coseches la tierra, no llegues hasta la última orilla
de tu campo, ni trates de aprovechar los restos de tu mies. No rebusques en la
viña ni recojas los frutos caídos del huerto. Los dejarás para el pobre y el
forastero» (Lv 19,9-10).
72. Los Salmos con
frecuencia invitan al ser humano a alabar a Dios creador: «Al que asentó la
tierra sobre las aguas, porque es eterno su amor» (Sal 136,6). Pero
también invitan a las demás criaturas a alabarlo: «¡Alabadlo, sol y luna,
alabadlo, estrellas lucientes, alabadlo, cielos de los cielos, aguas que estáis
sobre los cielos! Alaben ellos el nombre del Señor, porque él lo ordenó y
fueron creados» (Sal 148,3-5). Existimos no sólo por el poder de
Dios, sino frente a él y junto a él. Por eso lo adoramos.
73. Los escritos de
los profetas invitan a recobrar la fortaleza en los momentos difíciles
contemplando al Dios poderoso que creó el universo. El poder infinito de Dios
no nos lleva a escapar de su ternura paterna, porque en él se conjugan el
cariño y el vigor. De hecho, toda sana espiritualidad implica al mismo tiempo
acoger el amor divino y adorar con confianza al Señor por su infinito poder. En
la Biblia, el Dios que libera y salva es el mismo que creó el universo, y esos
dos modos divinos de actuar están íntima e inseparablemente conectados: «¡Ay,
mi Señor! Tú eres quien hiciste los cielos y la tierra con tu gran poder y
tenso brazo. Nada es extraordinario para ti […] Y sacaste a tu pueblo Israel de
Egipto con señales y prodigios» ( Jr 32,17.21). «El
Señor es un Dios eterno, creador de la tierra hasta sus bordes, no se cansa ni
fatiga. Es imposible escrutar su inteligencia. Al cansado da vigor, y al que no
tiene fuerzas le acrecienta la energía» (Is 40,28b-29).
74. La experiencia de
la cautividad en Babilonia engendró una crisis espiritual que provocó una
profundización de la fe en Dios, explicitando su omnipotencia creadora, para
exhortar al pueblo a recuperar la esperanza en medio de su situación
desdichada. Siglos después, en otro momento de prueba y persecución, cuando el
Imperio Romano buscaba imponer un dominio absoluto, los fieles volvían a
encontrar consuelo y esperanza acrecentando su confianza en el Dios
todopoderoso, y cantaban: «¡Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios
omnipotente, justos y verdaderos tus caminos!» (Ap 15,3). Si pudo
crear el universo de la nada, puede también intervenir en este mundo y vencer
cualquier forma de mal. Entonces, la injusticia no es invencible.
75. No podemos
sostener una espiritualidad que olvide al Dios todopoderoso y creador. De ese
modo, terminaríamos adorando otros poderes del mundo, o nos colocaríamos en el
lugar del Señor, hasta pretender pisotear la realidad creada por él sin conocer
límites. La mejor manera de poner en su lugar al ser humano, y de acabar con su
pretensión de ser un dominador absoluto de la tierra, es volver a proponer la
figura de un Padre creador y único dueño del mundo, porque de otro modo el ser
humano tenderá siempre a querer imponer a la realidad sus propias leyes e
intereses.
III. El misterio del
universo
76. Para la tradición
judío-cristiana, decir « creación » es más que decir naturaleza, porque tiene
que ver con un proyecto del amor de Dios donde cada criatura tiene un valor y
un significado. La naturaleza suele entenderse como un sistema que se analiza,
comprende y gestiona, pero la creación sólo puede ser entendida como un don que
surge de la mano abierta del Padre de todos, como una realidad iluminada por el
amor que nos convoca a una comunión universal.
77. «Por la palabra
del Señor fueron hechos los cielos» (Sal 33,6). Así se nos indica
que el mundo procedió de una decisión, no del caos o la casualidad, lo cual lo
enaltece todavía más. Hay una opción libre expresada en la palabra creadora. El
universo no surgió como resultado de una omnipotencia arbitraria, de una
demostración de fuerza o de un deseo de autoafirmación. La creación es del
orden del amor. El amor de Dios es el móvil fundamental de todo lo creado: «
Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste, porque, si algo
odiaras, no lo habrías creado » (Sb 11,24). Entonces, cada criatura
es objeto de la ternura del Padre, que le da un lugar en el mundo. Hasta la
vida efímera del ser más insignificante es objeto de su amor y, en esos pocos
segundos de existencia, él lo rodea con su cariño. Decía san Basilio Magno que
el Creador es también «la bondad sin envidia»[44],
y Dante Alighieri hablaba del « amor que mueve el sol y las estrellas »[45].
Por eso, de las obras creadas se asciende «hasta su misericordia amorosa »[46].
78. Al mismo tiempo,
el pensamiento judío-cristiano desmitificó la naturaleza. Sin dejar de
admirarla por su esplendor y su inmensidad, ya no le atribuyó un carácter
divino. De esa manera se destaca todavía más nuestro compromiso ante ella. Un
retorno a la naturaleza no puede ser a costa de la libertad y la
responsabilidad del ser humano, que es parte del mundo con el deber de cultivar
sus propias capacidades para protegerlo y desarrollar sus potencialidades. Si
reconocemos el valor y la fragilidad de la naturaleza, y al mismo tiempo las
capacidades que el Creador nos otorgó, esto nos permite terminar hoy con el
mito moderno del progreso material sin límites. Un mundo frágil, con un ser
humano a quien Dios le confía su cuidado, interpela nuestra inteligencia para
reconocer cómo deberíamos orientar, cultivar y limitar nuestro poder.
79. En este universo,
conformado por sistemas abiertos que entran en comunicación unos con otros,
podemos descubrir innumerables formas de relación y participación. Esto lleva a
pensar también al conjunto como abierto a la trascendencia de Dios, dentro de
la cual se desarrolla. La fe nos permite interpretar el sentido y la belleza
misteriosa de lo que acontece. La libertad humana puede hacer su aporte
inteligente hacia una evolución positiva, pero también puede agregar nuevos
males, nuevas causas de sufrimiento y verdaderos retrocesos. Esto da lugar a la
apasionante y dramática historia humana, capaz de convertirse en un despliegue
de liberación, crecimiento, salvación y amor, o en un camino de decadencia y de
mutua destrucción. Por eso, la acción de la Iglesia no sólo intenta recordar el
deber de cuidar la naturaleza, sino que al mismo tiempo «debe proteger sobre
todo al hombre contra la destrucción de sí mismo»[47].
80. No obstante,
Dios, que quiere actuar con nosotros y contar con nuestra cooperación, también
es capaz de sacar algún bien de los males que nosotros realizamos, porque «el
Espíritu Santo posee una inventiva infinita, propia de la mente divina, que
provee a desatar los nudos de los sucesos humanos, incluso los más complejos e
impenetrables»[48]. Él,
de algún modo, quiso limitarse a sí mismo al crear un mundo necesitado de
desarrollo, donde muchas cosas que nosotros consideramos males, peligros o
fuentes de sufrimiento, en realidad son parte de los dolores de parto que nos
estimulan a colaborar con el Creador[49].
Él está presente en lo más íntimo de cada cosa sin condicionar la autonomía de
su criatura, y esto también da lugar a la legítima autonomía de las realidades
terrenas[50].
Esa presencia divina, que asegura la permanencia y el desarrollo de cada ser,
«es la continuación de la acción creadora»[51].
El Espíritu de Dios llenó el universo con virtualidades que permiten que del
seno mismo de las cosas pueda brotar siempre algo nuevo: «La naturaleza no es
otra cosa sino la razón de cierto arte, concretamente el arte divino, inscrito
en las cosas, por el cual las cosas mismas se mueven hacia un fin determinado.
Como si el maestro constructor de barcos pudiera otorgar a la madera que
pudiera moverse a sí misma para tomar la forma del barco»[52].
81. El ser humano, si
bien supone también procesos evolutivos, implica una novedad no explicable
plenamente por la evolución de otros sistemas abiertos. Cada uno de nosotros
tiene en sí una identidad personal, capaz de entrar en diálogo con los demás y
con el mismo Dios. La capacidad de reflexión, la argumentación, la creatividad,
la interpretación, la elaboración artística y otras capacidades inéditas
muestran una singularidad que trasciende el ámbito físico y biológico. La
novedad cualitativa que implica el surgimiento de un ser personal dentro del
universo material supone una acción directa de Dios, un llamado peculiar a la
vida y a la relación de un Tú a otro tú. A partir de los relatos bíblicos,
consideramos al ser humano como sujeto, que nunca puede ser reducido a la
categoría de objeto.
82. Pero también
sería equivocado pensar que los demás seres vivos deban ser considerados como
meros objetos sometidos a la arbitraria dominación humana. Cuando se propone
una visión de la naturaleza únicamente como objeto de provecho y de interés,
esto también tiene serias consecuencias en la sociedad. La visión que consolida
la arbitrariedad del más fuerte ha propiciado inmensas desigualdades, injusticias
y violencia para la mayoría de la humanidad, porque los recursos pasan a ser
del primero que llega o del que tiene más poder: el ganador se lleva todo. El
ideal de armonía, de justicia, de fraternidad y de paz que propone Jesús está
en las antípodas de semejante modelo, y así lo expresaba con respecto a los
poderes de su época: «Los poderosos de las naciones las dominan como señores
absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. Que no sea así entre
vosotros, sino que el que quiera ser grande sea el servidor » (Mt 20,25-26).
83. El fin de la
marcha del universo está en la plenitud de Dios, que ya ha sido alcanzada por
Cristo resucitado, eje de la maduración universal[53].
Así agregamos un argumento más para rechazar todo dominio despótico e
irresponsable del ser humano sobre las demás criaturas. El fin último de las
demás criaturas no somos nosotros. Pero todas avanzan, junto con nosotros y a
través de nosotros, hacia el término común, que es Dios, en una plenitud
trascendente donde Cristo resucitado abraza e ilumina todo. Porque el ser
humano, dotado de inteligencia y de amor, y atraído por la plenitud de Cristo,
está llamado a reconducir todas las criaturas a su Creador.
IV. El mensaje de
cada criatura en la armonía de todo lo creado
84. Cuando insistimos
en decir que el ser humano es imagen de Dios, eso no debería llevarnos a
olvidar que cada criatura tiene una función y ninguna es superflua. Todo el
universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño
hacia nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios. La
historia de la propia amistad con Dios siempre se desarrolla en un espacio
geográfico que se convierte en un signo personalísimo, y cada uno de nosotros
guarda en la memoria lugares cuyo recuerdo le hace mucho bien. Quien ha crecido
entre los montes, o quien de niño se sentaba junto al arroyo a beber, o quien
jugaba en una plaza de su barrio, cuando vuelve a esos lugares, se siente
llamado a recuperar su propia identidad.
85. Dios ha escrito
un libro precioso, «cuyas letras son la multitud de criaturas presentes en el
universo»[54].
Bien expresaron los Obispos de Canadá que ninguna criatura queda fuera de esta
manifestación de Dios: «Desde los panoramas más amplios a la forma de vida más
ínfima, la naturaleza es un continuo manantial de maravilla y de temor. Ella
es, además, una continua revelación de lo divino»[55].
Los Obispos de Japón, por su parte, dijeron algo muy sugestivo: «Percibir a
cada criatura cantando el himno de su existencia es vivir gozosamente en el
amor de Dios y en la esperanza»[56].
Esta contemplación de lo creado nos permite descubrir a través de cada cosa
alguna enseñanza que Dios nos quiere transmitir, porque «para el creyente
contemplar lo creado es también escuchar un mensaje, oír una voz paradójica y
silenciosa»[57].
Podemos decir que, «junto a la Revelación propiamente dicha, contenida en la
sagrada Escritura, se da una manifestación divina cuando brilla el sol y cuando
cae la noche»[58].
Prestando atención a esa manifestación, el ser humano aprende a reconocerse a
sí mismo en la relación con las demás criaturas: «Yo me autoexpreso al expresar
el mundo; yo exploro mi propia sacralidad al intentar descifrar la del mundo»[59].
86. El conjunto del
universo, con sus múltiples relaciones, muestra mejor la inagotable riqueza de
Dios. Santo Tomás de Aquino remarcaba sabiamente que la multiplicidad y la
variedad provienen «de la intención del primer agente», que quiso que «lo que
falta a cada cosa para representar la bondad divina fuera suplido por las
otras»[60],
porque su bondad «no puede ser representada convenientemente por una sola
criatura»[61].
Por eso, nosotros necesitamos captar la variedad de las cosas en sus múltiples
relaciones[62].
Entonces, se entiende mejor la importancia y el sentido de cualquier criatura
si se la contempla en el conjunto del proyecto de Dios. Así lo enseña el Catecismo: «La
interdependencia de las criaturas es querida por Dios. El sol y la luna, el
cedro y la florecilla, el águila y el gorrión, las innumerables diversidades y
desigualdades significan que ninguna criatura se basta a sí misma, que no
existen sino en dependencia unas de otras, para complementarse y servirse
mutuamente»[63].
87. Cuando tomamos
conciencia del reflejo de Dios que hay en todo lo que existe, el corazón
experimenta el deseo de adorar al Señor por todas sus criaturas y junto con
ellas, como se expresa en el precioso himno de san Francisco de Asís:
«Alabado seas, mi
Señor,
con todas tus criaturas,
especialmente el hermano sol,
por quien nos das el día y nos iluminas.
Y es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas, y bellas.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire, y la nube y el cielo sereno,
y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento.
Alabado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy humilde, y preciosa y casta.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual iluminas la noche,
y es bello, y alegre y vigoroso, y fuerte»[64].
con todas tus criaturas,
especialmente el hermano sol,
por quien nos das el día y nos iluminas.
Y es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas, y bellas.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire, y la nube y el cielo sereno,
y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento.
Alabado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy humilde, y preciosa y casta.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual iluminas la noche,
y es bello, y alegre y vigoroso, y fuerte»[64].
88. Los Obispos de
Brasil han remarcado que toda la naturaleza, además de manifestar a Dios, es
lugar de su presencia. En cada criatura habita su Espíritu vivificante que nos
llama a una relación con él[65].
El descubrimiento de esta presencia estimula en nosotros el desarrollo de las
«virtudes ecológicas»[66].
Pero cuando decimos esto, no olvidamos que también existe una distancia
infinita, que las cosas de este mundo no poseen la plenitud de Dios. De otro
modo, tampoco haríamos un bien a las criaturas, porque no reconoceríamos su
propio y verdadero lugar, y terminaríamos exigiéndoles indebidamente lo que en
su pequeñez no nos pueden dar.
V. Una comunión
universal
89. Las criaturas de
este mundo no pueden ser consideradas un bien sin dueño: «Son tuyas, Señor, que
amas la vida» (Sb 11,26). Esto provoca la convicción de que, siendo
creados por el mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por
lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime
comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde. Quiero
recordar que «Dios nos ha unido tan estrechamente al mundo que nos rodea, que
la desertificación del suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos
lamentar la extinción de una especie como si fuera una mutilación»[67].
90. Esto no significa
igualar a todos los seres vivos y quitarle al ser humano ese valor peculiar que
implica al mismo tiempo una tremenda responsabilidad. Tampoco supone una
divinización de la tierra que nos privaría del llamado a colaborar con ella y a
proteger su fragilidad. Estas concepciones terminarían creando nuevos
desequilibrios por escapar de la realidad que nos interpela[68].
A veces se advierte una obsesión por negar toda preeminencia a la persona
humana, y se lleva adelante una lucha por otras especies que no desarrollamos
para defender la igual dignidad entre los seres humanos. Es verdad que debe
preocuparnos que otros seres vivos no sean tratados irresponsablemente. Pero
especialmente deberían exasperarnos las enormes inequidades que existen entre
nosotros, porque seguimos tolerando que unos se consideren más dignos que
otros. Dejamos de advertir que algunos se arrastran en una degradante miseria,
sin posibilidades reales de superación, mientras otros ni siquiera saben qué
hacer con lo que poseen, ostentan vanidosamente una supuesta superioridad y
dejan tras de sí un nivel de desperdicio que sería imposible generalizar sin
destrozar el planeta. Seguimos admitiendo en la práctica que unos se sientan
más humanos que otros, como si hubieran nacido con mayores derechos.
91. No puede ser real
un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo
tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres
humanos. Es evidente la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de
animales en riesgo de extinción, pero permanece completamente indiferente ante
la trata de personas, se desentiende de los pobres o se empeña en destruir a
otro ser humano que le desagrada. Esto pone en riesgo el sentido de la lucha
por el ambiente. No es casual que, en el himno donde san Francisco alaba a Dios
por las criaturas, añada lo siguiente: «Alabado seas, mi Señor, por aquellos
que perdonan por tu amor». Todo está conectado. Por eso se requiere una
preocupación por el ambiente unida al amor sincero hacia los seres humanos y a
un constante compromiso ante los problemas de la sociedad.
92. Por otra parte,
cuando el corazón está auténticamente abierto a una comunión universal, nada ni
nadie está excluido de esa fraternidad. Por consiguiente, también es verdad que
la indiferencia o la crueldad ante las demás criaturas de este mundo siempre
terminan trasladándose de algún modo al trato que damos a otros seres humanos.
El corazón es uno solo, y la misma miseria que lleva a maltratar a un animal no
tarda en manifestarse en la relación con las demás personas. Todo ensañamiento
con cualquier criatura «es contrario a la dignidad humana»[69].
No podemos considerarnos grandes amantes si excluimos de nuestros intereses
alguna parte de la realidad: «Paz, justicia y conservación de la creación son
tres temas absolutamente ligados, que no podrán apartarse para ser tratados
individualmente so pena de caer nuevamente en el reduccionismo»[70].
Todo está relacionado, y todos los seres humanos estamos juntos como hermanos y
hermanas en una maravillosa peregrinación, entrelazados por el amor que Dios
tiene a cada una de sus criaturas y que nos une también, con tierno cariño, al
hermano sol, a la hermana luna, al hermano río y a la madre tierra.
VI. Destino común de
los bienes
93. Hoy creyentes y
no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia
común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se
convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo
para todos. Por consiguiente, todo planteo ecológico debe incorporar una
perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más
postergados. El principio de la subordinación de la propiedad privada al
destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es
una «regla de oro» del comportamiento social y el «primer principio de todo el
ordenamiento ético-social»[71].
La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a
la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de
propiedad privada. San Juan Pablo II recordó con mucho énfasis esta doctrina,
diciendo que «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella
sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a
ninguno»[72].
Son palabras densas y fuertes. Remarcó que «no sería verdaderamente digno del
hombre un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos
humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos
de las naciones y de los pueblos»[73].
Con toda claridad explicó que «la Iglesia defiende, sí, el legítimo derecho a
la propiedad privada, pero enseña con no menor claridad que sobre toda
propiedad privada grava siempre una hipoteca social, para que los bienes sirvan
a la destinación general que Dios les ha dado»[74].
Por lo tanto afirmó que «no es conforme con el designio de Dios usar este don
de modo tal que sus beneficios favorezcan sólo a unos pocos»[75].
Esto cuestiona seriamente los hábitos injustos de una parte de la humanidad[76].
94. El rico y el
pobre tienen igual dignidad, porque «a los dos los hizo el Señor» (Pr 22,2);
«Él mismo hizo a pequeños y a grandes» (Sb 6,7) y «hace salir su
sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45). Esto tiene consecuencias
prácticas, como las que enunciaron los Obispos de Paraguay: «Todo campesino
tiene derecho natural a poseer un lote racional de tierra donde pueda
establecer su hogar, trabajar para la subsistencia de su familia y tener
seguridad existencial. Este derecho debe estar garantizado para que su
ejercicio no sea ilusorio sino real. Lo cual significa que, además del título
de propiedad, el campesino debe contar con medios de educación técnica,
créditos, seguros y comercialización»[77].
95. El medio ambiente
es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de
todos. Quien se apropia algo es sólo para administrarlo en bien de todos. Si no
lo hacemos, cargamos sobre la conciencia el peso de negar la existencia de los
otros. Por eso, los Obispos de Nueva Zelanda se preguntaron qué significa el
mandamiento «no matarás» cuando «un veinte por ciento de la población mundial
consume recursos en tal medida que roba a las naciones pobres y a las futuras
generaciones lo que necesitan para sobrevivir»[78].
VII. La mirada de
Jesús
96. Jesús asume la fe
bíblica en el Dios creador y destaca un dato fundamental: Dios es Padre
(cf. Mt 11,25). En los diálogos con sus discípulos, Jesús los
invitaba a reconocer la relación paterna que Dios tiene con todas las
criaturas, y les recordaba con una conmovedora ternura cómo cada una de ellas
es importante a sus ojos: «¿No se venden cinco pajarillos por dos monedas? Pues
bien, ninguno de ellos está olvidado ante Dios» (Lc 12,6). «Mirad
las aves del cielo, que no siembran ni cosechan, y no tienen graneros. Pero el
Padre celestial las alimenta» (Mt 6,26).
97. El Señor podía
invitar a otros a estar atentos a la belleza que hay en el mundo porque él
mismo estaba en contacto permanente con la naturaleza y le prestaba una
atención llena de cariño y asombro. Cuando recorría cada rincón de su tierra se
detenía a contemplar la hermosura sembrada por su Padre, e invitaba a sus
discípulos a reconocer en las cosas un mensaje divino: «Levantad los ojos y
mirad los campos, que ya están listos para la cosecha» (Jn 4,35).
«El reino de los cielos es como una semilla de mostaza que un hombre siembra en
su campo. Es más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que
las hortalizas y se hace un árbol» (Mt 13,31-32).
98. Jesús vivía en
armonía plena con la creación, y los demás se asombraban: «¿Quién es este, que
hasta el viento y el mar le obedecen?» (Mt 8,27). No aparecía como
un asceta separado del mundo o enemigo de las cosas agradables de la vida.
Refiriéndose a sí mismo expresaba: «Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y
dicen que es un comilón y borracho» (Mt 11,19). Estaba lejos de las
filosofías que despreciaban el cuerpo, la materia y las cosas de este mundo.
Sin embargo, esos dualismos malsanos llegaron a tener una importante influencia
en algunos pensadores cristianos a lo largo de la historia y desfiguraron el
Evangelio. Jesús trabajaba con sus manos, tomando contacto cotidiano con la
materia creada por Dios para darle forma con su habilidad de artesano. Llama la
atención que la mayor parte de su vida fue consagrada a esa tarea, en una
existencia sencilla que no despertaba admiración alguna: «¿No es este el
carpintero, el hijo de María?» (Mc 6,3). Así santificó el trabajo y
le otorgó un peculiar valor para nuestra maduración. San Juan Pablo II enseñaba
que, «soportando la fatiga del trabajo en unión con Cristo crucificado por
nosotros, el hombre colabora en cierto modo con el Hijo de Dios en la redención
de la humanidad»[79].
99. Para la
comprensión cristiana de la realidad, el destino de toda la creación pasa por
el misterio de Cristo, que está presente desde el origen de todas las cosas:
«Todo fue creado por él y para él » (Col 1,16)[80].
El prólogo del Evangelio de Juan (1,1-18) muestra la actividad creadora de
Cristo como Palabra divina (Logos). Pero este prólogo sorprende por su
afirmación de que esta Palabra «se hizo carne» (Jn 1,14). Una
Persona de la Trinidad se insertó en el cosmos creado, corriendo su suerte con
él hasta la cruz. Desde el inicio del mundo, pero de modo peculiar a partir de
la encarnación, el misterio de Cristo opera de manera oculta en el
conjunto de la realidad natural, sin por ello afectar su autonomía.
100. El Nuevo
Testamento no sólo nos habla del Jesús terreno y de su relación tan concreta y
amable con todo el mundo. También lo muestra como resucitado y glorioso,
presente en toda la creación con su señorío universal: «Dios quiso que en él
residiera toda la Plenitud. Por él quiso reconciliar consigo todo lo que existe
en la tierra y en el cielo, restableciendo la paz por la sangre de su cruz» (Col 1,19-20).
Esto nos proyecta al final de los tiempos, cuando el Hijo entregue al Padre
todas las cosas y «Dios sea todo en todos» (1 Co 15,28). De ese
modo, las criaturas de este mundo ya no se nos presentan como una realidad
meramente natural, porque el Resucitado las envuelve misteriosamente y las
orienta a un destino de plenitud. Las mismas flores del campo y las aves que él
contempló admirado con sus ojos humanos, ahora están llenas de su presencia
luminosa.
CAPÍTULO TERCERO
RAÍZ HUMANA DE LA
CRISIS ECOLÓGICA
101. No nos servirá
describir los síntomas, si no reconocemos la raíz humana de la crisis
ecológica. Hay un modo de entender la vida y la acción humana que se ha
desviado y que contradice la realidad hasta dañarla. ¿Por qué no podemos
detenernos a pensarlo? En esta reflexión propongo que nos concentremos en el
paradigma tecnocrático dominante y en el lugar del ser humano y de su acción en
el mundo.
I. La tecnología:
creatividad y poder
102. La humanidad ha
ingresado en una nueva era en la que el poderío tecnológico nos pone en una
encrucijada. Somos los herederos de dos siglos de enormes olas de cambio: el
motor a vapor, el ferrocarril, el telégrafo, la electricidad, el automóvil, el
avión, las industrias químicas, la medicina moderna, la informática y, más
recientemente, la revolución digital, la robótica, las biotecnologías y las
nanotecnologías. Es justo alegrarse ante estos avances, y entusiasmarse frente
a las amplias posibilidades que nos abren estas constantes novedades, porque
«la ciencia y la tecnología son un maravilloso producto de la creatividad
humana donada por Dios»[81].
La modificación de la naturaleza con fines útiles es una característica de la
humanidad desde sus inicios, y así la técnica «expresa la tensión del ánimo
humano hacia la superación gradual de ciertos condicionamientos materiales»[82].
La tecnología ha remediado innumerables males que dañaban y limitaban al ser
humano. No podemos dejar de valorar y de agradecer el progreso técnico,
especialmente en la medicina, la ingeniería y las comunicaciones. ¿Y cómo no
reconocer todos los esfuerzos de muchos científicos y técnicos, que han
aportado alternativas para un desarrollo sostenible?
103. La tecnociencia
bien orientada no sólo puede producir cosas realmente valiosas para mejorar la
calidad de vida del ser humano, desde objetos domésticos útiles hasta grandes
medios de transporte, puentes, edificios, lugares públicos. También es capaz de
producir lo bello y de hacer « saltar » al ser humano inmerso en el mundo
material al ámbito de la belleza. ¿Se puede negar la belleza de un avión, o de
algunos rascacielos? Hay preciosas obras pictóricas y musicales logradas con la
utilización de nuevos instrumentos técnicos. Así, en la intención de belleza
del productor técnico y en el contemplador de tal belleza, se da el salto a una
cierta plenitud propiamente humana.
104. Pero no podemos
ignorar que la energía nuclear, la biotecnología, la informática, el
conocimiento de nuestro propio ADN y otras capacidades que hemos adquirido nos
dan un tremendo poder. Mejor dicho, dan a quienes tienen el conocimiento, y
sobre todo el poder económico para utilizarlo, un dominio impresionante sobre
el conjunto de la humanidad y del mundo entero. Nunca la humanidad tuvo tanto
poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a utilizarlo bien, sobre todo si
se considera el modo como lo está haciendo. Basta recordar las bombas atómicas
lanzadas en pleno siglo XX, como el gran despliegue tecnológico ostentado por
el nazismo, por el comunismo y por otros regímenes totalitarios al servicio de
la matanza de millones de personas, sin olvidar que hoy la guerra posee un instrumental
cada vez más mortífero. ¿En manos de quiénes está y puede llegar a estar tanto
poder? Es tremendamente riesgoso que resida en una pequeña parte de la
humanidad.
105. Se tiende a
creer «que todo incremento del poder constituye sin más un progreso, un aumento
de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital, de plenitud de los
valores»[83],
como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo
poder tecnológico y económico. El hecho es que «el hombre moderno no está
preparado para utilizar el poder con acierto»[84],
porque el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo
del ser humano en responsabilidad, valores, conciencia. Cada época tiende a
desarrollar una escasa autoconciencia de sus propios límites. Por eso es
posible que hoy la humanidad no advierta la seriedad de los desafíos que se
presentan, y «la posibilidad de que el hombre utilice mal el poder crece
constantemente » cuando no está « sometido a norma alguna reguladora de la
libertad, sino únicamente a los supuestos imperativos de la utilidad y de la
seguridad»[85].
El ser humano no es plenamente autónomo. Su libertad se enferma cuando se
entrega a las fuerzas ciegas del inconsciente, de las necesidades inmediatas,
del egoísmo, de la violencia. En ese sentido, está desnudo y expuesto frente a
su propio poder, que sigue creciendo, sin tener los elementos para controlarlo.
Puede disponer de mecanismos superficiales, pero podemos sostener que le falta
una ética sólida, una cultura y una espiritualidad que realmente lo limiten y
lo contengan en una lúcida abnegación.
II. Globalización del
paradigma tecnocrático
106. El problema
fundamental es otro más profundo todavía: el modo como la humanidad de hecho ha
asumido la tecnología y su desarrollo junto con un paradigma homogéneo
y unidimensional. En él se destaca un concepto del sujeto que
progresivamente, en el proceso lógico-racional, abarca y así posee el objeto
que se halla afuera. Ese sujeto se despliega en el establecimiento del método
científico con su experimentación, que ya es explícitamente técnica de posesión,
dominio y transformación. Es como si el sujeto se hallara frente a lo informe
totalmente disponible para su manipulación. La intervención humana en la
naturaleza siempre ha acontecido, pero durante mucho tiempo tuvo la
característica de acompañar, de plegarse a las posibilidades que ofrecen las
cosas mismas. Se trataba de recibir lo que la realidad natural de suyo permite,
como tendiendo la mano. En cambio ahora lo que interesa es extraer todo lo
posible de las cosas por la imposición de la mano humana, que tiende a ignorar
u olvidar la realidad misma de lo que tiene delante. Por eso, el ser humano y
las cosas han dejado de tenderse amigablemente la mano para pasar a estar
enfrentados. De aquí se pasa fácilmente a la idea de un crecimiento infinito o
ilimitado, que ha entusiasmado tanto a economistas, financistas y tecnólogos.
Supone la mentira de la disponibilidad infinita de los bienes del planeta, que
lleva a «estrujarlo» hasta el límite y más allá del límite. Es el presupuesto
falso de que «existe una cantidad ilimitada de energía y de recursos
utilizables, que su regeneración inmediata es posible y que los efectos
negativos de las manipulaciones de la naturaleza pueden ser fácilmente
absorbidos»[86].
107. Podemos decir
entonces que, en el origen de muchas dificultades del mundo actual, está ante
todo la tendencia, no siempre consciente, a constituir la metodología y los
objetivos de la tecnociencia en un paradigma de comprensión que condiciona la
vida de las personas y el funcionamiento de la sociedad. Los efectos de la
aplicación de este molde a toda la realidad, humana y social, se constatan en
la degradación del ambiente, pero este es solamente un signo del reduccionismo
que afecta a la vida humana y a la sociedad en todas sus dimensiones. Hay que
reconocer que los objetos producto de la técnica no son neutros, porque crean
un entramado que termina condicionando los estilos de vida y orientan las
posibilidades sociales en la línea de los intereses de determinados grupos de
poder. Ciertas elecciones, que parecen puramente instrumentales, en realidad
son elecciones acerca de la vida social que se quiere desarrollar.
108. No puede
pensarse que sea posible sostener otro paradigma cultural y servirse de la
técnica como de un mero instrumento, porque hoy el paradigma tecnocrático se ha
vuelto tan dominante que es muy difícil prescindir de sus recursos, y más difícil
todavía es utilizarlos sin ser dominados por su lógica. Se volvió
contracultural elegir un estilo de vida con objetivos que puedan ser al menos
en parte independientes de la técnica, de sus costos y de su poder globalizador
y masificador. De hecho, la técnica tiene una inclinación a buscar que nada
quede fuera de su férrea lógica, y «el hombre que posee la técnica sabe que, en
el fondo, esta no se dirige ni a la utilidad ni al bienestar, sino al dominio;
el dominio, en el sentido más extremo de la palabra»[87].
Por eso «intenta controlar tanto los elementos de la naturaleza como los de la
existencia humana»[88].
La capacidad de decisión, la libertad más genuina y el espacio para la
creatividad alternativa de los individuos se ven reducidos.
109. El paradigma
tecnocrático también tiende a ejercer su dominio sobre la economía y la
política. La economía asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito,
sin prestar atención a eventuales consecuencias negativas para el ser humano.
Las finanzas ahogan a la economía real. No se aprendieron las lecciones de la
crisis financiera mundial y con mucha lentitud se aprenden las lecciones del
deterioro ambiental. En algunos círculos se sostiene que la economía actual y
la tecnología resolverán todos los problemas ambientales, del mismo modo que se
afirma, con lenguajes no académicos, que los problemas del hambre y la miseria
en el mundo simplemente se resolverán con el crecimiento del mercado. No es una
cuestión de teorías económicas, que quizás nadie se atreve hoy a defender, sino
de su instalación en el desarrollo fáctico de la economía. Quienes no lo
afirman con palabras lo sostienen con los hechos, cuando no parece preocuparles
una justa dimensión de la producción, una mejor distribución de la riqueza, un
cuidado responsable del ambiente o los derechos de las generaciones futuras.
Con sus comportamientos expresan que el objetivo de maximizar los beneficios es
suficiente. Pero el mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo humano
integral y la inclusión social[89].
Mientras tanto, tenemos un «superdesarrollo derrochador y consumista, que
contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria
deshumanizadora»[90],
y no se elaboran con suficiente celeridad instituciones económicas y cauces
sociales que permitan a los más pobres acceder de manera regular a los recursos
básicos. No se termina de advertir cuáles son las raíces más profundas de los
actuales desajustes, que tienen que ver con la orientación, los fines, el
sentido y el contexto social del crecimiento tecnológico y económico.
110. La
especialización propia de la tecnología implica una gran dificultad para mirar
el conjunto. La fragmentación de los saberes cumple su función a la hora de
lograr aplicaciones concretas, pero suele llevar a perder el sentido de la
totalidad, de las relaciones que existen entre las cosas, del horizonte amplio,
que se vuelve irrelevante. Esto mismo impide encontrar caminos adecuados para
resolver los problemas más complejos del mundo actual, sobre todo del ambiente
y de los pobres, que no se pueden abordar desde una sola mirada o desde un solo
tipo de intereses. Una ciencia que pretenda ofrecer soluciones a los grandes
asuntos, necesariamente debería sumar todo lo que ha generado el conocimiento
en las demás áreas del saber, incluyendo la filosofía y la ética social. Pero
este es un hábito difícil de desarrollar hoy. Por eso tampoco pueden
reconocerse verdaderos horizontes éticos de referencia. La vida pasa a ser un
abandonarse a las circunstancias condicionadas por la técnica, entendida como
el principal recurso para interpretar la existencia. En la realidad concreta
que nos interpela, aparecen diversos síntomas que muestran el error, como la
degradación del ambiente, la angustia, la pérdida del sentido de la vida y de
la convivencia. Así se muestra una vez más que «la realidad es superior a la
idea»[91].
111. La cultura
ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a
los problemas que van apareciendo en torno a la degradación del ambiente, al
agotamiento de las reservas naturales y a la contaminación. Debería ser una
mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo
de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del
paradigma tecnocrático. De otro modo, aun las mejores iniciativas ecologistas
pueden terminar encerradas en la misma lógica globalizada. Buscar sólo un
remedio técnico a cada problema ambiental que surja es aislar cosas que en la
realidad están entrelazadas y esconder los verdaderos y más profundos problemas
del sistema mundial.
112. Sin embargo, es
posible volver a ampliar la mirada, y la libertad humana es capaz de limitar la
técnica, orientarla y colocarla al servicio de otro tipo de progreso más sano,
más humano, más social, más integral. La liberación del paradigma tecnocrático
reinante se produce de hecho en algunas ocasiones. Por ejemplo, cuando
comunidades de pequeños productores optan por sistemas de producción menos
contaminantes, sosteniendo un modelo de vida, de gozo y de convivencia no
consumista. O cuando la técnica se orienta prioritariamente a resolver los
problemas concretos de los demás, con la pasión de ayudar a otros a vivir con
más dignidad y menos sufrimiento. También cuando la intención creadora de lo
bello y su contemplación logran superar el poder objetivante en una suerte de
salvación que acontece en lo bello y en la persona que lo contempla. La
auténtica humanidad, que invita a una nueva síntesis, parece habitar en medio
de la civilización tecnológica, casi imperceptiblemente, como la niebla que se
filtra bajo la puerta cerrada. ¿Será una promesa permanente, a pesar de todo,
brotando como una empecinada resistencia de lo auténtico?
113. Por otra parte,
la gente ya no parece creer en un futuro feliz, no confía ciegamente en un
mañana mejor a partir de las condiciones actuales del mundo y de las
capacidades técnicas. Toma conciencia de que el avance de la ciencia y de la
técnica no equivale al avance de la humanidad y de la historia, y vislumbra que
son otros los caminos fundamentales para un futuro feliz. No obstante, tampoco
se imagina renunciando a las posibilidades que ofrece la tecnología. La
humanidad se ha modificado profundamente, y la sumatoria de constantes
novedades consagra una fugacidad que nos arrastra por la superficie, en una
única dirección. Se hace difícil detenernos para recuperar la profundidad de la
vida. Si la arquitectura refleja el espíritu de una época, las megaestructuras
y las casas en serie expresan el espíritu de la técnica globalizada, donde la
permanente novedad de los productos se une a un pesado aburrimiento. No nos
resignemos a ello y no renunciemos a preguntarnos por los fines y por el
sentido de todo. De otro modo, sólo legitimaremos la situación vigente y
necesitaremos más sucedáneos para soportar el vacío.
114. Lo que está
ocurriendo nos pone ante la urgencia de avanzar en una valiente revolución
cultural. La ciencia y la tecnología no son neutrales, sino que pueden implicar
desde el comienzo hasta el final de un proceso diversas intenciones o
posibilidades, y pueden configurarse de distintas maneras. Nadie pretende
volver a la época de las cavernas, pero sí es indispensable aminorar la marcha
para mirar la realidad de otra manera, recoger los avances positivos y
sostenibles, y a la vez recuperar los valores y los grandes fines arrasados por
un desenfreno megalómano.
III. Crisis y
consecuencias del antropocentrismo moderno
115. El
antropocentrismo moderno, paradójicamente, ha terminado colocando la razón
técnica sobre la realidad, porque este ser humano «ni siente la naturaleza como
norma válida, ni menos aún como refugio viviente. La ve sin hacer hipótesis,
prácticamente, como lugar y objeto de una tarea en la que se encierra todo,
siéndole indiferente lo que con ello suceda»[92].
De ese modo, se debilita el valor que tiene el mundo en sí mismo. Pero si el
ser humano no redescubre su verdadero lugar, se entiende mal a sí mismo y
termina contradiciendo su propia realidad: «No sólo la tierra ha sido dada por
Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intención originaria de que
es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí mismo
un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la
que ha sido dotado»[93].
116. En la modernidad
hubo una gran desmesura antropocéntrica que, con otro ropaje, hoy sigue dañando
toda referencia común y todo intento por fortalecer los lazos sociales. Por eso
ha llegado el momento de volver a prestar atención a la realidad con los
límites que ella impone, que a su vez son la posibilidad de un desarrollo
humano y social más sano y fecundo. Una presentación inadecuada de la
antropología cristiana pudo llegar a respaldar una concepción equivocada sobre
la relación del ser humano con el mundo. Se transmitió muchas veces un sueño
prometeico de dominio sobre el mundo que provocó la impresión de que el cuidado
de la naturaleza es cosa de débiles. En cambio, la forma correcta de
interpretar el concepto del ser humano como « señor » del universo consiste en
entenderlo como administrador responsable[94].
117. La falta de
preocupación por medir el daño a la naturaleza y el impacto ambiental de las
decisiones es sólo el reflejo muy visible de un desinterés por reconocer el
mensaje que la naturaleza lleva inscrito en sus mismas estructuras. Cuando no
se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de
una persona con discapacidad –por poner sólo algunos ejemplos–, difícilmente se
escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado. Si el ser
humano se declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador
absoluto, la misma base de su existencia se desmorona, porque, «en vez de
desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre
suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza»[95].
118. Esta situación
nos lleva a una constante esquizofrenia, que va de la exaltación tecnocrática
que no reconoce a los demás seres un valor propio, hasta la reacción de negar
todo valor peculiar al ser humano. Pero no se puede prescindir de la humanidad.
No habrá una nueva relación con la naturaleza sin un nuevo ser humano. No hay
ecología sin una adecuada antropología. Cuando la persona humana es considerada
sólo un ser más entre otros, que procede de los juegos del azar o de un
determinismo físico, «se corre el riesgo de que disminuya en las personas la
conciencia de la responsabilidad»[96].
Un antropocentrismo desviado no necesariamente debe dar paso a un
«biocentrismo», porque eso implicaría incorporar un nuevo desajuste que no sólo
no resolverá los problemas sino que añadirá otros. No puede exigirse al ser
humano un compromiso con respecto al mundo si no se reconocen y valoran al
mismo tiempo sus capacidades peculiares de conocimiento, voluntad, libertad y
responsabilidad.
119. La crítica al
antropocentrismo desviado tampoco debería colocar en un segundo plano el valor
de las relaciones entre las personas. Si la crisis ecológica es una eclosión o
una manifestación externa de la crisis ética, cultural y espiritual de la
modernidad, no podemos pretender sanar nuestra relación con la naturaleza y el
ambiente sin sanar todas las relaciones básicas del ser humano. Cuando el
pensamiento cristiano reclama un valor peculiar para el ser humano por encima
de las demás criaturas, da lugar a la valoración de cada persona humana, y así
provoca el reconocimiento del otro. La apertura a un «tú» capaz de conocer,
amar y dialogar sigue siendo la gran nobleza de la persona humana. Por eso,
para una adecuada relación con el mundo creado no hace falta debilitar la
dimensión social del ser humano y tampoco su dimensión trascendente, su
apertura al «Tú» divino. Porque no se puede proponer una relación con el
ambiente aislada de la relación con las demás personas y con Dios. Sería un
individualismo romántico disfrazado de belleza ecológica y un asfixiante
encierro en la inmanencia.
120. Dado que todo
está relacionado, tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la
justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a
los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no
se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y
dificultades: «Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una
nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la
vida social»[97].
121. Está pendiente
el desarrollo de una nueva síntesis que supere falsas dialécticas de los
últimos siglos. El mismo cristianismo, manteniéndose fiel a su identidad y al
tesoro de verdad que recibió de Jesucristo, siempre se repiensa y se reexpresa
en el diálogo con las nuevas situaciones históricas, dejando brotar así su
eterna novedad[98].
El relativismo
práctico
122. Un
antropocentrismo desviado da lugar a un estilo de vida desviado. En la
Exhortación apostólica Evangelii gaudium me referí al
relativismo práctico que caracteriza nuestra época, y que es «todavía más
peligroso que el doctrinal»[99].
Cuando el ser humano se coloca a sí mismo en el centro, termina dando prioridad
absoluta a sus conveniencias circunstanciales, y todo lo demás se vuelve
relativo. Por eso no debería llamar la atención que, junto con la omnipresencia
del paradigma tecnocrático y la adoración del poder humano sin límites, se
desarrolle en los sujetos este relativismo donde todo se vuelve irrelevante si
no sirve a los propios intereses inmediatos. Hay en esto una lógica que permite
comprender cómo se alimentan mutuamente diversas actitudes que provocan al
mismo tiempo la degradación ambiental y la degradación social.
123. La cultura del
relativismo es la misma patología que empuja a una persona a aprovecharse de
otra y a tratarla como mero objeto, obligándola a trabajos forzados, o convirtiéndola
en esclava a causa de una deuda. Es la misma lógica que lleva a la explotación
sexual de los niños, o al abandono de los ancianos que no sirven para los
propios intereses. Es también la lógica interna de quien dice: « Dejemos que
las fuerzas invisibles del mercado regulen la economía, porque sus impactos
sobre la sociedad y sobre la naturaleza son daños inevitables ». Si no hay
verdades objetivas ni principios sólidos, fuera de la satisfacción de los
propios proyectos y de las necesidades inmediatas, ¿qué límites pueden tener la
trata de seres humanos, la criminalidad organizada, el narcotráfico, el
comercio de diamantes ensangrentados y de pieles de animales en vías de
extinción? ¿No es la misma lógica relativista la que justifica la compra de
órganos a los pobres con el fin de venderlos o de utilizarlos para
experimentación, o el descarte de niños porque no responden al deseo de sus
padres? Es la misma lógica del «usa y tira», que genera tantos residuos sólo
por el deseo desordenado de consumir más de lo que realmente se necesita.
Entonces no podemos pensar que los proyectos políticos o la fuerza de la ley
serán suficientes para evitar los comportamientos que afectan al ambiente,
porque, cuando es la cultura la que se corrompe y ya no se reconoce alguna
verdad objetiva o unos principios universalmente válidos, las leyes sólo se
entenderán como imposiciones arbitrarias y como obstáculos a evitar.
Necesidad de
preservar el trabajo
124. En cualquier
planteo sobre una ecología integral, que no excluya al ser humano, es
indispensable incorporar el valor del trabajo, tan sabiamente desarrollado por
san Juan Pablo II en su encíclica Laborem exercens. Recordemos que, según el
relato bíblico de la creación, Dios colocó al ser humano en el jardín recién
creado (cf. Gn 2,15) no sólo para preservar lo existente
(cuidar), sino para trabajar sobre ello de manera que produzca frutos (labrar).
Así, los obreros y artesanos «aseguran la creación eterna» (Si 38,34).
En realidad, la intervención humana que procura el prudente desarrollo de lo
creado es la forma más adecuada de cuidarlo, porque implica situarse como
instrumento de Dios para ayudar a brotar las potencialidades que él mismo
colocó en las cosas: «Dios puso en la tierra medicinas y el hombre prudente no
las desprecia» (Si 38,4).
125. Si intentamos
pensar cuáles son las relaciones adecuadas del ser humano con el mundo que lo
rodea, emerge la necesidad de una correcta concepción del trabajo porque, si
hablamos sobre la relación del ser humano con las cosas, aparece la pregunta
por el sentido y la finalidad de la acción humana sobre la realidad. No
hablamos sólo del trabajo manual o del trabajo con la tierra, sino de cualquier
actividad que implique alguna transformación de lo existente, desde la
elaboración de un informe social hasta el diseño de un desarrollo tecnológico.
Cualquier forma de trabajo tiene detrás una idea sobre la relación que el ser
humano puede o debe establecer con lo otro de sí. La espiritualidad cristiana,
junto con la admiración contemplativa de las criaturas que encontramos en san
Francisco de Asís, ha desarrollado también una rica y sana comprensión sobre el
trabajo, como podemos encontrar, por ejemplo, en la vida del beato Carlos de
Foucauld y sus discípulos.
126. Recojamos
también algo de la larga tradición del monacato. Al comienzo favorecía en
cierto modo la fuga del mundo, intentando escapar de la decadencia urbana. Por
eso, los monjes buscaban el desierto, convencidos de que era el lugar adecuado
para reconocer la presencia de Dios. Posteriormente, san Benito de Nursia
propuso que sus monjes vivieran en comunidad combinando la oración y la lectura
con el trabajo manual (ora et labora). Esta introducción del trabajo
manual impregnado de sentido espiritual fue revolucionaria. Se aprendió a
buscar la maduración y la santificación en la compenetración entre el
recogimiento y el trabajo. Esa manera de vivir el trabajo nos vuelve más
cuidadosos y respetuosos del ambiente, impregna de sana sobriedad nuestra relación
con el mundo.
127. Decimos que «el
hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social»[100].
No obstante, cuando en el ser humano se daña la capacidad de contemplar y de
respetar, se crean las condiciones para que el sentido del trabajo se desfigure[101].
Conviene recordar siempre que el ser humano es «capaz de ser por sí mismo
agente responsable de su mejora material, de su progreso moral y de su
desarrollo espiritual»[102].
El trabajo debería ser el ámbito de este múltiple desarrollo personal, donde se
ponen en juego muchas dimensiones de la vida: la creatividad, la proyección del
futuro, el desarrollo de capacidades, el ejercicio de los valores, la
comunicación con los demás, una actitud de adoración. Por eso, en la actual
realidad social mundial, más allá de los intereses limitados de las empresas y
de una cuestionable racionalidad económica, es necesario que «se siga buscando
como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de
todos»[103].
128. Estamos llamados
al trabajo desde nuestra creación. No debe buscarse que el progreso tecnológico
reemplace cada vez más el trabajo humano, con lo cual la humanidad se dañaría a
sí misma. El trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta
tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal.
En este sentido, ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución
provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre
permitirles una vida digna a través del trabajo. Pero la orientación de la
economía ha propiciado un tipo de avance tecnológico para reducir costos de
producción en razón de la disminución de los puestos de trabajo, que se reemplazan
por máquinas. Es un modo más como la acción del ser humano puede volverse en
contra de él mismo. La disminución de los puestos de trabajo «tiene también un
impacto negativo en el plano económico por el progresivo desgaste del “capital
social”, es decir, del conjunto de relaciones de confianza, fiabilidad, y
respeto de las normas, que son indispensables en toda convivencia civil»[104].
En definitiva, «los costes humanos son siempre también costes
económicos y las disfunciones económicas comportan igualmente costes
humanos»[105].
Dejar de invertir en las personas para obtener un mayor rédito inmediato es muy
mal negocio para la sociedad.
129. Para que siga
siendo posible dar empleo, es imperioso promover una economía que favorezca la
diversidad productiva y la creatividad empresarial. Por ejemplo, hay una gran
variedad de sistemas alimentarios campesinos y de pequeña escala que sigue
alimentando a la mayor parte de la población mundial, utilizando una baja
proporción del territorio y del agua, y produciendo menos residuos, sea en
pequeñas parcelas agrícolas, huertas, caza y recolección silvestre o pesca
artesanal. Las economías de escala, especialmente en el sector agrícola,
terminan forzando a los pequeños agricultores a vender sus tierras o a
abandonar sus cultivos tradicionales. Los intentos de algunos de ellos por
avanzar en otras formas de producción más diversificadas terminan siendo
inútiles por la dificultad de conectarse con los mercados regionales y globales
o porque la infraestructura de venta y de transporte está al servicio de las
grandes empresas. Las autoridades tienen el derecho y la responsabilidad de
tomar medidas de claro y firme apoyo a los pequeños productores y a la variedad
productiva. Para que haya una libertad económica de la que todos efectivamente
se beneficien, a veces puede ser necesario poner límites a quienes tienen
mayores recursos y poder financiero. Una libertad económica sólo declamada,
pero donde las condiciones reales impiden que muchos puedan
acceder realmente a ella, y donde se deteriora el acceso al trabajo, se
convierte en un discurso contradictorio que deshonra a la política. La
actividad empresarial, que es una noble vocación orientada a producir riqueza y
a mejorar el mundo para todos, puede ser una manera muy fecunda de promover la
región donde instala sus emprendimientos, sobre todo si entiende que la
creación de puestos de trabajo es parte ineludible de su servicio al bien
común.
Innovación biológica
a partir de la investigación
130. En la visión
filosófica y teológica de la creación que he tratado de proponer, queda claro
que la persona humana, con la peculiaridad de su razón y de su ciencia, no es
un factor externo que deba ser totalmente excluido. No obstante, si bien el ser
humano puede intervenir en vegetales y animales, y hacer uso de ellos cuando es
necesario para su vida, el Catecismo enseña que las
experimentaciones con animales sólo son legítimas «si se mantienen en límites
razonables y contribuyen a cuidar o salvar vidas humanas»[106].
Recuerda con firmeza que el poder humano tiene límites y que «es contrario a la
dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin
necesidad sus vidas»[107].
Todo uso y experimentación «exige un respeto religioso de la integridad de la
creación»[108].
131. Quiero recoger
aquí la equilibrada posición de san Juan Pablo II, quien resaltaba los
beneficios de los adelantos científicos y tecnológicos, que «manifiestan cuán
noble es la vocación del hombre a participar responsablemente en la acción
creadora de Dios», pero al mismo tiempo recordaba que «toda intervención en un
área del ecosistema debe considerar sus consecuencias en otras áreas»[109].
Expresaba que la Iglesia valora el aporte «del estudio y de las aplicaciones de
la biología molecular, completada con otras disciplinas, como la genética, y su
aplicación tecnológica en la agricultura y en la industria»[110],
aunque también decía que esto no debe dar lugar a una «indiscriminada
manipulación genética»[111] que
ignore los efectos negativos de estas intervenciones. No es posible frenar la
creatividad humana. Si no se puede prohibir a un artista el despliegue de su
capacidad creadora, tampoco se puede inhabilitar a quienes tienen especiales
dones para el desarrollo científico y tecnológico, cuyas capacidades han sido
donadas por Dios para el servicio a los demás. Al mismo tiempo, no pueden dejar
de replantearse los objetivos, los efectos, el contexto y los límites éticos de
esa actividad humana que es una forma de poder con altos riesgos.
132. En este marco
debería situarse cualquier reflexión acerca de la intervención humana sobre los
vegetales y animales, que hoy implica mutaciones genéticas generadas por la
biotecnología, en orden a aprovechar las posibilidades presentes en la realidad
material. El respeto de la fe a la razón implica prestar atención a lo que la
misma ciencia biológica, desarrollada de manera independiente con respecto a
los intereses económicos, puede enseñar acerca de las estructuras biológicas y
de sus posibilidades y mutaciones. En todo caso, una intervención legítima es
aquella que actúa en la naturaleza «para ayudarla a desarrollarse en su línea,
la de la creación, la querida por Dios»[112].
133. Es difícil
emitir un juicio general sobre el desarrollo de organismos genéticamente
modificados (OMG), vegetales o animales, médicos o agropecuarios, ya que pueden
ser muy diversos entre sí y requerir distintas consideraciones. Por otra parte,
los riesgos no siempre se atribuyen a la técnica misma sino a su aplicación
inadecuada o excesiva. En realidad, las mutaciones genéticas muchas veces
fueron y son producidas por la misma naturaleza. Ni siquiera aquellas
provocadas por la intervención humana son un fenómeno moderno. La domesticación
de animales, el cruzamiento de especies y otras prácticas antiguas y
universalmente aceptadas pueden incluirse en estas consideraciones. Cabe
recordar que el inicio de los desarrollos científicos de cereales transgénicos
estuvo en la observación de una bacteria que natural y espontáneamente producía
una modificación en el genoma de un vegetal. Pero en la naturaleza estos
procesos tienen un ritmo lento, que no se compara con la velocidad que imponen
los avances tecnológicos actuales, aun cuando estos avances tengan detrás un
desarrollo científico de varios siglos.
134. Si bien no hay
comprobación contundente acerca del daño que podrían causar los cereales
transgénicos a los seres humanos, y en algunas regiones su utilización ha
provocado un crecimiento económico que ayudó a resolver problemas, hay
dificultades importantes que no deben ser relativizadas. En muchos lugares,
tras la introducción de estos cultivos, se constata una concentración de
tierras productivas en manos de pocos debido a «la progresiva desaparición de
pequeños productores que, como consecuencia de la pérdida de las tierras
explotadas, se han visto obligados a retirarse de la producción directa»[113].Los
más frágiles se convierten en trabajadores precarios, y muchos empleados
rurales terminan migrando a miserables asentamientos de las ciudades. La
expansión de la frontera de estos cultivos arrasa con el complejo entramado de
los ecosistemas, disminuye la diversidad productiva y afecta el presente y el
futuro de las economías regionales. En varios países se advierte una tendencia
al desarrollo de oligopolios en la producción de granos y de otros productos
necesarios para su cultivo, y la dependencia se agrava si se piensa en la
producción de granos estériles que terminaría obligando a los campesinos a
comprarlos a las empresas productoras.
135. Sin duda hace
falta una atención constante, que lleve a considerar todos los aspectos éticos
implicados. Para eso hay que asegurar una discusión científica y social que sea
responsable y amplia, capaz de considerar toda la información disponible y de
llamar a las cosas por su nombre. A veces no se pone sobre la mesa la totalidad
de la información, que se selecciona de acuerdo con los propios intereses, sean
políticos, económicos o ideológicos. Esto vuelve difícil desarrollar un juicio
equilibrado y prudente sobre las diversas cuestiones, considerando todas las
variables atinentes. Es preciso contar con espacios de discusión donde todos
aquellos que de algún modo se pudieran ver directa o indirectamente afectados
(agricultores, consumidores, autoridades, científicos, semilleras, poblaciones
vecinas a los campos fumigados y otros) puedan exponer sus problemáticas o
acceder a información amplia y fidedigna para tomar decisiones tendientes al
bien común presente y futuro. Es una cuestión ambiental de carácter complejo,
por lo cual su tratamiento exige una mirada integral de todos sus aspectos, y
esto requeriría al menos un mayor esfuerzo para financiar diversas líneas de
investigación libre e interdisciplinaria que puedan aportar nueva luz.
136. Por otra parte,
es preocupante que cuando algunos movimientos ecologistas defienden la
integridad del ambiente, y con razón reclaman ciertos límites a la
investigación científica, a veces no aplican estos mismos principios a la vida
humana. Se suele justificar que se traspasen todos los límites cuando se
experimenta con embriones humanos vivos. Se olvida que el valor inalienable de
un ser humano va más allá del grado de su desarrollo. De ese modo, cuando la
técnica desconoce los grandes principios éticos, termina considerando legítima
cualquier práctica. Como vimos en este capítulo, la técnica separada de la
ética difícilmente será capaz de autolimitar su poder.
CAPÍTULO CUARTO
UNA ECOLOGÍA INTEGRAL
137. Dado que todo
está íntimamente relacionado, y que los problemas actuales requieren una mirada
que tenga en cuenta todos los factores de la crisis mundial, propongo que nos
detengamos ahora a pensar en los distintos aspectos de una ecología
integral, que incorpore claramente las dimensiones humanas y sociales.
I. Ecología
ambiental, económica y social
138. La ecología
estudia las relaciones entre los organismos vivientes y el ambiente donde se
desarrollan. También exige sentarse a pensar y a discutir acerca de las
condiciones de vida y de supervivencia de una sociedad, con la honestidad para
poner en duda modelos de desarrollo, producción y consumo. No está de más
insistir en que todo está conectado. El tiempo y el espacio no son
independientes entre sí, y ni siquiera los átomos o las partículas subatómicas
se pueden considerar por separado. Así como los distintos componentes del
planeta –físicos, químicos y biológicos– están relacionados entre sí, también
las especies vivas conforman una red que nunca terminamos de reconocer y
comprender. Buena parte de nuestra información genética se comparte con muchos
seres vivos. Por eso, los conocimientos fragmentarios y aislados pueden
convertirse en una forma de ignorancia si se resisten a integrarse en una
visión más amplia de la realidad.
139. Cuando se habla
de «medio ambiente», se indica particularmente una relación, la que existe
entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la
naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida.
Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados. Las
razones por las cuales un lugar se contamina exigen un análisis del
funcionamiento de la sociedad, de su economía, de su comportamiento, de sus
maneras de entender la realidad. Dada la magnitud de los cambios, ya no es
posible encontrar una respuesta específica e independiente para cada parte del
problema. Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las
interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales.
No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y
compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una
aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los
excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza.
140. Debido a la
cantidad y variedad de elementos a tener en cuenta, a la hora de determinar el
impacto ambiental de un emprendimiento concreto, se vuelve indispensable dar a
los investigadores un lugar preponderante y facilitar su interacción, con
amplia libertad académica. Esta investigación constante debería permitir
reconocer también cómo las distintas criaturas se relacionan conformando esas
unidades mayores que hoy llamamos «ecosistemas». No los tenemos en cuenta sólo
para determinar cuál es su uso racional, sino porque poseen un valor intrínseco
independiente de ese uso. Así como cada organismo es bueno y admirable en sí
mismo por ser una criatura de Dios, lo mismo ocurre con el conjunto armonioso
de organismos en un espacio determinado, funcionando como un sistema. Aunque no
tengamos conciencia de ello, dependemos de ese conjunto para nuestra propia
existencia. Cabe recordar que los ecosistemas intervienen en el secuestro de
anhídrido carbónico, en la purificación del agua, en el control de enfermedades
y plagas, en la formación del suelo, en la descomposición de residuos y en
muchísimos otros servicios que olvidamos o ignoramos. Cuando advierten esto,
muchas personas vuelven a tomar conciencia de que vivimos y actuamos a partir
de una realidad que nos ha sido previamente regalada, que es anterior a
nuestras capacidades y a nuestra existencia. Por eso, cuando se habla de «uso
sostenible», siempre hay que incorporar una consideración sobre la capacidad de
regeneración de cada ecosistema en sus diversas áreas y aspectos.
141. Por otra parte,
el crecimiento económico tiende a producir automatismos y a homogeneizar, en
orden a simplificar procedimientos y a reducir costos. Por eso es necesaria una
ecología económica, capaz de obligar a considerar la realidad de manera más
amplia. Porque «la protección del medio ambiente deberá constituir parte
integrante del proceso de desarrollo y no podrá considerarse en forma aislada»[114].
Pero al mismo tiempo se vuelve actual la necesidad imperiosa del humanismo, que
de por sí convoca a los distintos saberes, también al económico, hacia una
mirada más integral e integradora. Hoy el análisis de los problemas ambientales
es inseparable del análisis de los contextos humanos, familiares, laborales,
urbanos, y de la relación de cada persona consigo misma, que genera un
determinado modo de relacionarse con los demás y con el ambiente. Hay una
interacción entre los ecosistemas y entre los diversos mundos de referencia
social, y así se muestra una vez más que «el todo es superior a la parte»[115].
142. Si todo está
relacionado, también la salud de las instituciones de una sociedad tiene
consecuencias en el ambiente y en la calidad de vida humana: «Cualquier
menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales»[116].
En ese sentido, la ecología social es necesariamente institucional, y alcanza
progresivamente las distintas dimensiones que van desde el grupo social
primario, la familia, pasando por la comunidad local y la nación, hasta la vida
internacional. Dentro de cada uno de los niveles sociales y entre ellos, se desarrollan
las instituciones que regulan las relaciones humanas. Todo lo que las dañe
entraña efectos nocivos, como la perdida de la libertad, la injusticia y la
violencia. Varios países se rigen con un nivel institucional precario, a costa
del sufrimiento de las poblaciones y en beneficio de quienes se lucran con ese
estado de cosas. Tanto en la administración del Estado, como en las distintas
expresiones de la sociedad civil, o en las relaciones de los habitantes entre
sí, se registran con excesiva frecuencia conductas alejadas de las leyes. Estas
pueden ser dictadas en forma correcta, pero suelen quedar como letra muerta.
¿Puede esperarse entonces que la legislación y las normas relacionadas con el
medio ambiente sean realmente eficaces? Sabemos, por ejemplo, que países
poseedores de una legislación clara para la protección de bosques siguen siendo
testigos mudos de la frecuente violación de estas leyes. Además, lo que sucede
en una región ejerce, directa o indirectamente, influencias en las demás
regiones. Así, por ejemplo, el consumo de narcóticos en las sociedades
opulentas provoca una constante y creciente demanda de productos originados en
regiones empobrecidas, donde se corrompen conductas, se destruyen vidas y se
termina degradando el ambiente.
II. Ecología cultural
143. Junto con el
patrimonio natural, hay un patrimonio histórico, artístico y cultural,
igualmente amenazado. Es parte de la identidad común de un lugar y una base
para construir una ciudad habitable. No se trata de destruir y de crear nuevas
ciudades supuestamente más ecológicas, donde no siempre se vuelve deseable
vivir. Hace falta incorporar la historia, la cultura y la arquitectura de un
lugar, manteniendo su identidad original. Por eso, la ecología también supone
el cuidado de las riquezas culturales de la humanidad en su sentido más amplio.
De manera más directa, reclama prestar atención a las culturas locales a la
hora de analizar cuestiones relacionadas con el medio ambiente, poniendo en
diálogo el lenguaje científico-técnico con el lenguaje popular. Es la cultura
no sólo en el sentido de los monumentos del pasado, sino especialmente en su
sentido vivo, dinámico y participativo, que no puede excluirse a la hora de
repensar la relación del ser humano con el ambiente.
144. La visión consumista
del ser humano, alentada por los engranajes de la actual economía globalizada,
tiende a homogeneizar las culturas y a debilitar la inmensa variedad cultural,
que es un tesoro de la humanidad. Por eso, pretender resolver todas las
dificultades a través de normativas uniformes o de intervenciones técnicas
lleva a desatender la complejidad de las problemáticas locales, que requieren
la intervención activa de los habitantes. Los nuevos procesos que se van
gestando no siempre pueden ser incorporados en esquemas establecidos desde
afuera, sino que deben partir de la misma cultura local. Así como la vida y el
mundo son dinámicos, el cuidado del mundo debe ser flexible y dinámico. Las
soluciones meramente técnicas corren el riesgo de atender a síntomas que no
responden a las problemáticas más profundas. Hace falta incorporar la
perspectiva de los derechos de los pueblos y las culturas, y así entender que
el desarrollo de un grupo social supone un proceso histórico dentro de un
contexto cultural y requiere del continuado protagonismo de los actores
sociales locales desde su propia cultura. Ni siquiera la
noción de calidad de vida puede imponerse, sino que debe entenderse dentro del
mundo de símbolos y hábitos propios de cada grupo humano.
145. Muchas formas altamente
concentradas de explotación y degradación del medio ambiente no sólo pueden
acabar con los recursos de subsistencia locales, sino también con capacidades
sociales que han permitido un modo de vida que durante mucho tiempo ha otorgado
identidad cultural y un sentido de la existencia y de la convivencia. La
desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de
una especie animal o vegetal. La imposición de un estilo hegemónico de vida
ligado a un modo de producción puede ser tan dañina como la alteración de los
ecosistemas.
146. En este sentido,
es indispensable prestar especial atención a las comunidades aborígenes con sus
tradiciones culturales. No son una simple minoría entre otras, sino que deben
convertirse en los principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar
en grandes proyectos que afecten a sus espacios. Para ellos, la tierra no es un
bien económico, sino don de Dios y de los antepasados que descansan en ella, un
espacio sagrado con el cual necesitan interactuar para sostener su identidad y
sus valores. Cuando permanecen en sus territorios, son precisamente ellos
quienes mejor los cuidan. Sin embargo, en diversas partes del mundo, son objeto
de presiones para que abandonen sus tierras a fin de dejarlas libres para
proyectos extractivos y agropecuarios que no prestan atención a la degradación
de la naturaleza y de la cultura.
III. Ecología de la
vida cotidiana
146. Para que pueda
hablarse de un auténtico desarrollo, habrá que asegurar que se produzca una mejora
integral en la calidad de vida humana, y esto implica analizar el espacio donde
transcurre la existencia de las personas. Los escenarios que nos rodean
influyen en nuestro modo de ver la vida, de sentir y de actuar. A la vez, en
nuestra habitación, en nuestra casa, en nuestro lugar de trabajo y en nuestro
barrio, usamos el ambiente para expresar nuestra identidad. Nos esforzamos para
adaptarnos al medio y, cuando un ambiente es desordenado, caótico o cargado de
contaminación visual y acústica, el exceso de estímulos nos desafía a intentar
configurar una identidad integrada y feliz.
148. Es admirable la
creatividad y la generosidad de personas y grupos que son capaces de revertir
los límites del ambiente, modificando los efectos adversos de los condicionamientos
y aprendiendo a orientar su vida en medio del desorden y la precariedad. Por
ejemplo, en algunos lugares, donde las fachadas de los edificios están muy
deterioradas, hay personas que cuidan con mucha dignidad el interior de sus
viviendas, o se sienten cómodas por la cordialidad y la amistad de la gente. La
vida social positiva y benéfica de los habitantes derrama luz sobre un ambiente
aparentemente desfavorable. A veces es encomiable la ecología humana que pueden
desarrollar los pobres en medio de tantas limitaciones. La sensación de asfixia
producida por la aglomeración en residencias y espacios con alta densidad
poblacional se contrarresta si se desarrollan relaciones humanas cercanas y
cálidas, si se crean comunidades, si los límites del ambiente se compensan en
el interior de cada persona, que se siente contenida por una red de comunión y
de pertenencia. De ese modo, cualquier lugar deja de ser un infierno y se
convierte en el contexto de una vida digna.
149. También es
cierto que la carencia extrema que se vive en algunos ambientes que no poseen
armonía, amplitud y posibilidades de integración facilita la aparición de
comportamientos inhumanos y la manipulación de las personas por parte de
organizaciones criminales. Para los habitantes de barrios muy precarios, el
paso cotidiano del hacinamiento al anonimato social que se vive en las grandes
ciudades puede provocar una sensación de desarraigo que favorece las conductas
antisociales y la violencia. Sin embargo, quiero insistir en que el amor puede
más. Muchas personas en estas condiciones son capaces de tejer lazos de
pertenencia y de convivencia que convierten el hacinamiento en una experiencia
comunitaria donde se rompen las paredes del yo y se superan las barreras del
egoísmo. Esta experiencia de salvación comunitaria es lo que suele provocar
reacciones creativas para mejorar un edificio o un barrio[117].
150. Dada la
interrelación entre el espacio y la conducta humana, quienes diseñan edificios,
barrios, espacios públicos y ciudades necesitan del aporte de diversas
disciplinas que permitan entender los procesos, el simbolismo y los
comportamientos de las personas. No basta la búsqueda de la belleza en el
diseño, porque más valioso todavía es el servicio a otra belleza: la calidad de
vida de las personas, su adaptación al ambiente, el encuentro y la ayuda mutua.
También por eso es tan importante que las perspectivas de los pobladores
siempre completen el análisis del planeamiento urbano.
151. Hace falta
cuidar los lugares comunes, los marcos visuales y los hitos urbanos que
acrecientan nuestro sentido de pertenencia, nuestra sensación de arraigo,
nuestro sentimiento de «estar en casa» dentro de la ciudad que nos contiene y
nos une. Es importante que las diferentes partes de una ciudad estén bien
integradas y que los habitantes puedan tener una visión de conjunto, en lugar
de encerrarse en un barrio privándose de vivir la ciudad entera como un espacio
propio compartido con los demás. Toda intervención en el paisaje urbano o rural
debería considerar cómo los distintos elementos del lugar conforman un todo que
es percibido por los habitantes como un cuadro coherente con su riqueza de
significados. Así los otros dejan de ser extraños, y se los puede sentir como
parte de un « nosotros » que construimos juntos. Por esta misma razón, tanto en
el ambiente urbano como en el rural, conviene preservar algunos lugares donde
se eviten intervenciones humanas que los modifiquen constantemente.
152. La falta de
viviendas es grave en muchas partes del mundo, tanto en las zonas rurales como
en las grandes ciudades, porque los presupuestos estatales sólo suelen cubrir
una pequeña parte de la demanda. No sólo los pobres, sino una gran parte de la
sociedad sufre serias dificultades para acceder a una vivienda propia. La
posesión de una vivienda tiene mucho que ver con la dignidad de las personas y
con el desarrollo de las familias. Es una cuestión central de la ecología
humana. Si en un lugar ya se han desarrollado conglomerados caóticos de casas
precarias, se trata sobre todo de urbanizar esos barrios, no de erradicar y
expulsar. Cuando los pobres viven en suburbios contaminados o en conglomerados
peligrosos, «en el caso que se deba proceder a su traslado, y para no añadir
más sufrimiento al que ya padecen, es necesario proporcionar una información
adecuada y previa, ofrecer alternativas de alojamientos dignos e implicar
directamente a los interesados»[118].
Al mismo tiempo, la creatividad debería llevar a integrar los barrios precarios
en una ciudad acogedora: «¡Qué hermosas son las ciudades que superan la
desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa
integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué lindas son las ciudades que,
aun en su diseño arquitectónico, están llenas de espacios que conectan,
relacionan, favorecen el reconocimiento del otro![119]».
153. La calidad de
vida en las ciudades tiene mucho que ver con el transporte, que suele ser causa
de grandes sufrimientos para los habitantes. En las ciudades circulan muchos
automóviles utilizados por una o dos personas, con lo cual el tránsito se hace
complicado, el nivel de contaminación es alto, se consumen cantidades enormes
de energía no renovable y se vuelve necesaria la construcción de más autopistas
y lugares de estacionamiento que perjudican la trama urbana. Muchos
especialistas coinciden en la necesidad de priorizar el transporte público.
Pero algunas medidas necesarias difícilmente serán pacíficamente aceptadas por
la sociedad sin una mejora sustancial de ese transporte, que en muchas ciudades
significa un trato indigno a las personas debido a la aglomeración, a la
incomodidad o a la baja frecuencia de los servicios y a la inseguridad.
154. El
reconocimiento de la dignidad peculiar del ser humano muchas veces contrasta
con la vida caótica que deben llevar las personas en nuestras ciudades. Pero
esto no debería hacer perder de vista el estado de abandono y olvido que sufren
también algunos habitantes de zonas rurales, donde no llegan los servicios
esenciales, y hay trabajadores reducidos a situaciones de esclavitud, sin
derechos ni expectativas de una vida más digna.
155. La ecología
humana implica también algo muy hondo: la necesaria relación de la vida del ser
humano con la ley moral escrita en su propia naturaleza, necesaria para poder
crear un ambiente más digno. Decía Benedicto XVI que existe una «ecología del
hombre» porque «también el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y
que no puede manipular a su antojo»[120].
En esta línea, cabe reconocer que nuestro propio cuerpo nos sitúa en una
relación directa con el ambiente y con los demás seres vivientes. La aceptación
del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo
entero como regalo del Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre
el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la
creación. Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus
significados, es esencial para una verdadera ecología humana. También la
valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para
reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente. De este modo es
posible aceptar gozosamente el don específico del otro o de la otra, obra del
Dios creador, y enriquecerse recíprocamente. Por lo tanto, no es sana una
actitud que pretenda «cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe
confrontarse con la misma»[121].
IV. El principio del
bien común
156. La ecología
humana es inseparable de la noción de bien común, un principio que cumple un
rol central y unificador en la ética social. Es «el conjunto de condiciones de
la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus
miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección»[122].
157. El bien común
presupone el respeto a la persona humana en cuanto tal, con derechos básicos e
inalienables ordenados a su desarrollo integral. También reclama el bienestar
social y el desarrollo de los diversos grupos intermedios, aplicando el
principio de la subsidiariedad. Entre ellos destaca especialmente la familia,
como la célula básica de la sociedad. Finalmente, el bien común requiere la paz
social, es decir, la estabilidad y seguridad de un cierto orden, que no se
produce sin una atención particular a la justicia distributiva, cuya violación
siempre genera violencia. Toda la sociedad –y en ella, de manera especial el
Estado– tiene la obligación de defender y promover el bien común.
158. En las
condiciones actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas inequidades y
cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos
básicos, el principio del bien común se convierte inmediatamente, como lógica e
ineludible consecuencia, en un llamado a la solidaridad y en una opción
preferencial por los más pobres. Esta opción implica sacar las consecuencias
del destino común de los bienes de la tierra, pero, como he intentado expresar
en la Exhortación apostólicaEvangelii gaudium[123], exige contemplar
ante todo la inmensa dignidad del pobre a la luz de las más hondas convicciones
creyentes. Basta mirar la realidad para entender que esta opción hoy es una
exigencia ética fundamental para la realización efectiva del bien común.
V. Justicia entre las
generaciones
159. La noción de
bien común incorpora también a las generaciones futuras. Las crisis económicas
internacionales han mostrado con crudeza los efectos dañinos que trae aparejado
el desconocimiento de un destino común, del cual no pueden ser excluidos
quienes vienen detrás de nosotros. Ya no puede hablarse de desarrollo
sostenible sin una solidaridad intergeneracional. Cuando pensamos en la
situación en que se deja el planeta a las generaciones futuras, entramos en
otra lógica, la del don gratuito que recibimos y comunicamos. Si la tierra nos
es donada, ya no podemos pensar sólo desde un criterio utilitarista de
eficiencia y productividad para el beneficio individual. No estamos hablando de
una actitud opcional, sino de una cuestión básica de justicia, ya que la tierra
que recibimos pertenece también a los que vendrán. Los Obispos de Portugal han
exhortado a asumir este deber de justicia: «El ambiente se sitúa en la lógica
de la recepción. Es un préstamo que cada generación recibe y debe transmitir a
la generación siguiente»[124].
Una ecología integral posee esa mirada amplia.
160. ¿Qué tipo de
mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?
Esta pregunta no afecta sólo al ambiente de manera aislada, porque no se puede
plantear la cuestión de modo fragmentario. Cuando nos interrogamos por el mundo
que queremos dejar, entendemos sobre todo su orientación general, su sentido,
sus valores. Si no está latiendo esta pregunta de fondo, no creo que nuestras
preocupaciones ecológicas puedan lograr efectos importantes. Pero si esta
pregunta se plantea con valentía, nos lleva inexorablemente a otros
cuestionamientos muy directos: ¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué
vinimos a esta vida? ¿para qué trabajamos y luchamos? ¿para qué nos necesita
esta tierra? Por eso, ya no basta decir que debemos preocuparnos por las
futuras generaciones. Se requiere advertir que lo que está en juego es nuestra
propia dignidad. Somos nosotros los primeros interesados en dejar un planeta
habitable para la humanidad que nos sucederá. Es un drama para nosotros mismos,
porque esto pone en crisis el sentido del propio paso por esta tierra.
161. Las predicciones
catastróficas ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía. A las próximas
generaciones podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y suciedad. El
ritmo de consumo, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado
las posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por
ser insostenible, sólo puede terminar en catástrofes, como de hecho ya está
ocurriendo periódicamente en diversas regiones. La atenuación de los efectos
del actual desequilibrio depende de lo que hagamos ahora mismo, sobre todo si
pensamos en la responsabilidad que nos atribuirán los que deberán soportar las
peores consecuencias.
162. La dificultad
para tomar en serio este desafío tiene que ver con un deterioro ético y
cultural, que acompaña al deterioro ecológico. El hombre y la mujer del mundo
posmoderno corren el riesgo permanente de volverse profundamente
individualistas, y muchos problemas sociales se relacionan con el inmediatismo
egoísta actual, con las crisis de los lazos familiares y sociales, con las
dificultades para el reconocimiento del otro. Muchas veces hay un consumo
inmediatista y excesivo de los padres que afecta a los propios hijos, quienes
tienen cada vez más dificultades para adquirir una casa propia y fundar una
familia. Además, nuestra incapacidad para pensar seriamente en las futuras
generaciones está ligada a nuestra incapacidad para ampliar los intereses actuales
y pensar en quienes quedan excluidos del desarrollo. No imaginemos solamente a
los pobres del futuro, basta que recordemos a los pobres de hoy, que tienen
pocos años de vida en esta tierra y no pueden seguir esperando. Por eso,
«además de la leal solidaridad intergeneracional, se ha de reiterar la urgente
necesidad moral de una renovada solidaridad intrageneracional»[125].
CAPÍTULO QUINTO
ALGUNAS LÍNEAS DE
ORIENTACIÓN Y ACCIÓN
163. He intentado
analizar la situación actual de la humanidad, tanto en las grietas que se
observan en el planeta que habitamos, como en las causas más profundamente
humanas de la degradación ambiental. Si bien esa contemplación de la realidad
en sí misma ya nos indica la necesidad de un cambio de rumbo y nos sugiere
algunas acciones, intentemos ahora delinear grandes caminos de diálogo que nos
ayuden a salir de la espiral de autodestrucción en la que nos estamos
sumergiendo.
I. Diálogo sobre el
medio ambiente en la política internacional
164. Desde mediados
del siglo pasado, y superando muchas dificultades, se ha ido afirmando la
tendencia a concebir el planeta como patria y la humanidad como pueblo que
habita una casa de todos. Un mundo interdependiente no significa únicamente
entender que las consecuencias perjudiciales de los estilos de vida, producción
y consumo afectan a todos, sino principalmente procurar que las soluciones se
propongan desde una perspectiva global y no sólo en defensa de los intereses de
algunos países. La interdependencia nos obliga a pensar en un solo
mundo, en un proyecto común. Pero la misma inteligencia que se utilizó
para un enorme desarrollo tecnológico no logra encontrar formas eficientes de
gestión internacional en orden a resolver las graves dificultades ambientales y
sociales. Para afrontar los problemas de fondo, que no pueden ser resueltos por
acciones de países aislados, es indispensable un consenso mundial que lleve,
por ejemplo, a programar una agricultura sostenible y diversificada, a
desarrollar formas renovables y poco contaminantes de energía, a fomentar una
mayor eficiencia energética, a promover una gestión más adecuada de los
recursos forestales y marinos, a asegurar a todos el acceso al agua potable.
165. Sabemos que la
tecnología basada en combustibles fósiles muy contaminantes –sobre todo el
carbón, pero aun el petróleo y, en menor medida, el gas– necesita ser
reemplazada progresivamente y sin demora. Mientras no haya un amplio desarrollo
de energías renovables, que debería estar ya en marcha, es legítimo optar por
lo menos malo o acudir a soluciones transitorias. Sin embargo, en la comunidad
internacional no se logran acuerdos suficientes sobre la responsabilidad de
quienes deben soportar los costos de la transición energética. En las últimas
décadas, las cuestiones ambientales han generado un gran debate público que ha
hecho crecer en la sociedad civil espacios de mucho compromiso y de entrega
generosa. La política y la empresa reaccionan con lentitud, lejos de estar a la
altura de los desafíos mundiales. En este sentido se puede decir que, mientras
la humanidad del período post-industrial quizás sea recordada como una de las
más irresponsables de la historia, es de esperar que la humanidad de comienzos
del siglo XXI pueda ser recordada por haber asumido con generosidad sus graves
responsabilidades.
166. El movimiento
ecológico mundial ha hecho ya un largo recorrido, enriquecido por el esfuerzo
de muchas organizaciones de la sociedad civil. No sería posible aquí
mencionarlas a todas ni recorrer la historia de sus aportes. Pero, gracias a
tanta entrega, las cuestiones ambientales han estado cada vez más presentes en
la agenda pública y se han convertido en una invitación constante a pensar a
largo plazo. No obstante, las Cumbres mundiales sobre el ambiente de los
últimos años no respondieron a las expectativas porque, por falta de decisión
política, no alcanzaron acuerdos ambientales globales realmente significativos
y eficaces.
167. Cabe destacar la
Cumbre de la Tierra, celebrada en 1992 en Río de Janeiro. Allí se proclamó que
«los seres humanos constituyen el centro de las preocupaciones relacionadas con
el desarrollo sostenible»[126].
Retomando contenidos de la Declaración de Estocolmo (1972), consagró la
cooperación internacional para cuidar el ecosistema de toda la tierra, la
obligación por parte de quien contamina de hacerse cargo económicamente de
ello, el deber de evaluar el impacto ambiental de toda obra o proyecto. Propuso
el objetivo de estabilizar las concentraciones de gases de efecto invernadero
en la atmósfera para revertir el calentamiento global. También elaboró una
agenda con un programa de acción y un convenio sobre diversidad biológica,
declaró principios en materia forestal. Si bien aquella cumbre fue
verdaderamente superadora y profética para su época, los acuerdos han tenido un
bajo nivel de implementación porque no se establecieron adecuados mecanismos de
control, de revisión periódica y de sanción de los incumplimientos. Los
principios enunciados siguen reclamando caminos eficaces y ágiles de ejecución
práctica.
168. Como
experiencias positivas se pueden mencionar, por ejemplo, el Convenio de Basilea
sobre los desechos peligrosos, con un sistema de notificación, estándares y
controles; también la Convención vinculante que regula el comercio
internacional de especies amenazadas de fauna y flora silvestre, que incluye
misiones de verificación del cumplimiento efectivo. Gracias a la Convención de
Viena para la protección de la capa de ozono y a su implementación mediante el
Protocolo de Montreal y sus enmiendas, el problema del adelgazamiento de esa
capa parece haber entrado en una fase de solución.
169. En el cuidado de
la diversidad biológica y en lo relacionado con la desertificación, los avances
han sido mucho menos significativos. En lo relacionado con el cambio climático,
los avances son lamentablemente muy escasos. La reducción de gases de efecto
invernadero requiere honestidad, valentía y responsabilidad, sobre todo de los
países más poderosos y más contaminantes. La Conferencia de las Naciones Unidas
sobre el desarrollo sostenible denominada Rio+20 (Río de Janeiro 2012) emitió
una extensa e ineficaz Declaración final. Las negociaciones internacionales no
pueden avanzar significativamente por las posiciones de los países que
privilegian sus intereses nacionales sobre el bien común global. Quienes
sufrirán las consecuencias que nosotros intentamos disimular recordarán esta
falta de conciencia y de responsabilidad. Mientras se elaboraba esta Encíclica,
el debate ha adquirido una particular intensidad. Los creyentes no podemos
dejar de pedirle a Dios por el avance positivo en las discusiones actuales, de
manera que las generaciones futuras no sufran las consecuencias de imprudentes
retardos.
170. Algunas de las
estrategias de baja emisión de gases contaminantes buscan la
internacionalización de los costos ambientales, con el peligro de imponer a los
países de menores recursos pesados compromisos de reducción de emisiones
comparables a los de los países más industrializados. La imposición de estas
medidas perjudica a los países más necesitados de desarrollo. De este modo, se
agrega una nueva injusticia envuelta en el ropaje del cuidado del ambiente.
Como siempre, el hilo se corta por lo más débil. Dado que los efectos del
cambio climático se harán sentir durante mucho tiempo, aun cuando ahora se
tomen medidas estrictas, algunos países con escasos recursos necesitarán ayuda
para adaptarse a efectos que ya se están produciendo y que afectan sus
economías. Sigue siendo cierto que hay responsabilidades comunes pero
diferenciadas, sencillamente porque, como han dicho los Obispos de Bolivia,
«los países que se han beneficiado por un alto grado de industrialización, a
costa de una enorme emisión de gases invernaderos, tienen mayor responsabilidad
en aportar a la solución de los problemas que han causado»[127].
171. La estrategia de
compraventa de « bonos de carbono » puede dar lugar a una nueva forma de
especulación, y no servir para reducir la emisión global de gases
contaminantes. Este sistema parece ser una solución rápida y fácil, con la
apariencia de cierto compromiso con el medio ambiente, pero que de ninguna
manera implica un cambio radical a la altura de las circunstancias. Más bien
puede convertirse en un recurso diversivo que permita sostener el sobreconsumo
de algunos países y sectores.
172. Los países
pobres necesitan tener como prioridad la erradicación de la miseria y el
desarrollo social de sus habitantes, aunque deban analizar el nivel escandaloso
de consumo de algunos sectores privilegiados de su población y controlar mejor
la corrupción. También es verdad que deben desarrollar formas menos
contaminantes de producción de energía, pero para ello requieren contar con la
ayuda de los países que han crecido mucho a costa de la contaminación actual
del planeta. El aprovechamiento directo de la abundante energía solar requiere
que se establezcan mecanismos y subsidios de modo que los países en desarrollo
puedan acceder a transferencia de tecnologías, asistencia técnica y recursos
financieros, pero siempre prestando atención a las condiciones concretas, ya
que «no siempre es adecuadamente evaluada la compatibilidad de los sistemas con
el contexto para el cual fueron diseñados»[128].Los
costos serían bajos si se los compara con los riesgos del cambio climático. De
todos modos, es ante todo una decisión ética, fundada en la solidaridad de
todos los pueblos.
173. Urgen acuerdos
internacionales que se cumplan, dada la fragilidad de las instancias locales
para intervenir de modo eficaz. Las relaciones entre Estados deben resguardar
la soberanía de cada uno, pero también establecer caminos consensuados para
evitar catástrofes locales que terminarían afectando a todos. Hacen falta
marcos regulatorios globales que impongan obligaciones y que impidan acciones
intolerables, como el hecho de que países poderosos expulsen a otros países
residuos e industrias altamente contaminantes.
174. Mencionemos
también el sistema de gobernanza de los océanos. Pues, si bien hubo diversas
convenciones internacionales y regionales, la fragmentación y la ausencia de
severos mecanismos de reglamentación, control y sanción terminan minando todos
los esfuerzos. El creciente problema de los residuos marinos y la protección de
las áreas marinas más allá de las fronteras nacionales continúa planteando un
desafío especial. En definitiva, necesitamos un acuerdo sobre los regímenes de
gobernanza para toda la gama de los llamados «bienes comunes globales».
175. La misma lógica
que dificulta tomar decisiones drásticas para invertir la tendencia al
calentamiento global es la que no permite cumplir con el objetivo de erradicar
la pobreza. Necesitamos una reacción global más responsable, que implica
encarar al mismo tiempo la reducción de la contaminación y el desarrollo de los
países y regiones pobres. El siglo XXI, mientras mantiene un sistema de
gobernanza propio de épocas pasadas, es escenario de un debilitamiento de poder
de los Estados nacionales, sobre todo porque la dimensión económico-financiera,
de características transnacionales, tiende a predominar sobre la política. En
este contexto, se vuelve indispensable la maduración de instituciones
internacionales más fuertes y eficazmente organizadas, con autoridades
designadas equitativamente por acuerdo entre los gobiernos nacionales, y
dotadas de poder para sancionar. Como afirmaba Benedicto XVI en la línea ya
desarrollada por la doctrina social de la Iglesia, «para gobernar la economía
mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su
empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno
desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la
salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia
de una verdadera Autoridad política mundial, como fue ya esbozada por mi
Predecesor, [san] Juan XXIII»[129].
En esta perspectiva, la diplomacia adquiere una importancia inédita, en orden a
promover estrategias internacionales que se anticipen a los problemas más
graves que terminan afectando a todos.
II. Diálogo hacia
nuevas políticas nacionales y locales
176. No sólo hay
ganadores y perdedores entre los países, sino también dentro de los países
pobres, donde deben identificarse diversas responsabilidades. Por eso, las
cuestiones relacionadas con el ambiente y con el desarrollo económico ya no se
pueden plantear sólo desde las diferencias entre los países, sino que requieren
prestar atención a las políticas nacionales y locales.
177. Ante la
posibilidad de una utilización irresponsable de las capacidades humanas, son
funciones impostergables de cada Estado planificar, coordinar, vigilar y
sancionar dentro de su propio territorio. La sociedad, ¿cómo ordena y custodia
su devenir en un contexto de constantes innovaciones tecnológicas? Un factor
que actúa como moderador ejecutivo es el derecho, que establece las reglas para
las conductas admitidas a la luz del bien común. Los límites que debe imponer
una sociedad sana, madura y soberana se asocian con: previsión y precaución,
regulaciones adecuadas, vigilancia de la aplicación de las normas, control de
la corrupción, acciones de control operativo sobre los efectos emergentes no
deseados de los procesos productivos, e intervención oportuna ante riesgos
inciertos o potenciales. Hay una creciente jurisprudencia orientada a disminuir
los efectos contaminantes de los emprendimientos empresariales. Pero el marco
político e institucional no existe sólo para evitar malas prácticas, sino
también para alentar las mejores prácticas, para estimular la creatividad que
busca nuevos caminos, para facilitar las iniciativas personales y colectivas.
178. El drama del
inmediatismo político, sostenido también por poblaciones consumistas, provoca
la necesidad de producir crecimiento a corto plazo. Respondiendo a intereses
electorales, los gobiernos no se exponen fácilmente a irritar a la población
con medidas que puedan afectar al nivel de consumo o poner en riesgo
inversiones extranjeras. La miopía de la construcción de poder detiene la
integración de la agenda ambiental con mirada amplia en la agenda pública de
los gobiernos. Se olvida así que «el tiempo es superior al espacio»[130],que
siempre somos más fecundos cuando nos preocupamos por generar procesos más que
por dominar espacios de poder. La grandeza política se muestra cuando, en
momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común
a largo plazo. Al poder político le cuesta mucho asumir este deber en un
proyecto de nación.
179. En algunos
lugares, se están desarrollando cooperativas para la explotación de energías
renovables que permiten el autoabastecimiento local e incluso la venta de
excedentes. Este sencillo ejemplo indica que, mientras el orden mundial
existente se muestra impotente para asumir responsabilidades, la instancia
local puede hacer una diferencia. Pues allí se puede generar una mayor
responsabilidad, un fuerte sentido comunitario, una especial capacidad de
cuidado y una creatividad más generosa, un entrañable amor a la propia tierra,
así como se piensa en lo que se deja a los hijos y a los nietos. Estos valores
tienen un arraigo muy hondo en las poblaciones aborígenes. Dado que el derecho
a veces se muestra insuficiente debido a la corrupción, se requiere una
decisión política presionada por la población. La sociedad, a través de
organismos no gubernamentales y asociaciones intermedias, debe obligar a los
gobiernos a desarrollar normativas, procedimientos y controles más rigurosos.
Si los ciudadanos no controlan al poder político –nacional, regional y
municipal–, tampoco es posible un control de los daños ambientales. Por otra
parte, las legislaciones de los municipios pueden ser más eficaces si hay
acuerdos entre poblaciones vecinas para sostener las mismas políticas
ambientales.
180. No se puede
pensar en recetas uniformes, porque hay problemas y límites específicos de cada
país o región. También es verdad que el realismo político puede exigir medidas
y tecnologías de transición, siempre que estén acompañadas del diseño y la
aceptación de compromisos graduales vinculantes. Pero en los ámbitos nacionales
y locales siempre hay mucho por hacer, como promover las formas de ahorro de
energía. Esto implica favorecer formas de producción industrial con máxima
eficiencia energética y menos cantidad de materia prima, quitando del mercado
los productos que son poco eficaces desde el punto de vista energético o que
son más contaminantes. También podemos mencionar una buena gestión del
transporte o formas de construcción y de saneamiento de edificios que reduzcan
su consumo energético y su nivel de contaminación. Por otra parte, la acción
política local puede orientarse a la modificación del consumo, al desarrollo de
una economía de residuos y de reciclaje, a la protección de especies y a la
programación de una agricultura diversificada con rotación de cultivos. Es
posible alentar el mejoramiento agrícola de regiones pobres mediante
inversiones en infraestructuras rurales, en la organización del mercado local o
nacional, en sistemas de riego, en el desarrollo de técnicas agrícolas
sostenibles. Se pueden facilitar formas de cooperación o de organización
comunitaria que defiendan los intereses de los pequeños productores y preserven
los ecosistemas locales de la depredación. ¡Es tanto lo que sí se puede hacer!
181. Es indispensable
la continuidad, porque no se pueden modificar las políticas relacionadas con el
cambio climático y la protección del ambiente cada vez que cambia un gobierno.
Los resultados requieren mucho tiempo, y suponen costos inmediatos con efectos
que no podrán ser mostrados dentro del actual período de gobierno. Por eso, sin
la presión de la población y de las instituciones siempre habrá resistencia a
intervenir, más aún cuando haya urgencias que resolver. Que un político asuma
estas responsabilidades con los costos que implican, no responde a la lógica
eficientista e inmediatista de la economía y de la política actual, pero si se
atreve a hacerlo, volverá a reconocer la dignidad que Dios le ha dado como
humano y dejará tras su paso por esta historia un testimonio de generosa
responsabilidad. Hay que conceder un lugar preponderante a una sana política,
capaz de reformar las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores
prácticas, que permitan superar presiones e inercias viciosas. Sin embargo, hay
que agregar que los mejores mecanismos terminan sucumbiendo cuando faltan los
grandes fines, los valores, una comprensión humanista y rica de sentido que
otorguen a cada sociedad una orientación noble y generosa.
III. Diálogo y
transparencia en los procesos decisionales
182. La previsión del
impacto ambiental de los emprendimientos y proyectos requiere procesos
políticos transparentes y sujetos al diálogo, mientras la corrupción, que
esconde el verdadero impacto ambiental de un proyecto a cambio de favores,
suele llevar a acuerdos espurios que evitan informar y debatir ampliamente.
183. Un estudio del
impacto ambiental no debería ser posterior a la elaboración de un proyecto
productivo o de cualquier política, plan o programa a desarrollarse. Tiene que
insertarse desde el principio y elaborarse de modo interdisciplinario,
transparente e independiente de toda presión económica o política. Debe
conectarse con el análisis de las condiciones de trabajo y de los posibles
efectos en la salud física y mental de las personas, en la economía local, en
la seguridad. Los resultados económicos podrán así deducirse de manera más
realista, teniendo en cuenta los escenarios posibles y eventualmente previendo
la necesidad de una inversión mayor para resolver efectos indeseables que
puedan ser corregidos. Siempre es necesario alcanzar consensos entre los
distintos actores sociales, que pueden aportar diferentes perspectivas,
soluciones y alternativas. Pero en la mesa de discusión deben tener un lugar
privilegiado los habitantes locales, quienes se preguntan por lo que quieren
para ellos y para sus hijos, y pueden considerar los fines que trascienden el
interés económico inmediato. Hay que dejar de pensar en «intervenciones» sobre
el ambiente para dar lugar a políticas pensadas y discutidas por todas las
partes interesadas. La participación requiere que todos sean adecuadamente
informados de los diversos aspectos y de los diferentes riesgos y
posibilidades, y no se reduce a la decisión inicial sobre un proyecto, sino que
implica también acciones de seguimiento o monitorización constante. Hace falta
sinceridad y verdad en las discusiones científicas y políticas, sin reducirse a
considerar qué está permitido o no por la legislación.
184. Cuando aparecen
eventuales riesgos para el ambiente que afecten al bien común presente y
futuro, esta situación exige «que las decisiones se basen en una comparación
entre los riesgos y los beneficios hipotéticos que comporta cada decisión
alternativa posible»[131].
Esto vale sobre todo si un proyecto puede producir un incremento de utilización
de recursos naturales, de emisiones o vertidos, de generación de residuos, o
una modificación significativa en el paisaje, en el hábitat de especies
protegidas o en un espacio público. Algunos proyectos, no suficientemente
analizados, pueden afectar profundamente la calidad de vida de un lugar debido
a cuestiones tan diversas entre sí como una contaminación acústica no prevista,
la reducción de la amplitud visual, la pérdida de valores culturales, los
efectos del uso de energía nuclear. La cultura consumista, que da prioridad al
corto plazo y al interés privado, puede alentar trámites demasiado rápidos o
consentir el ocultamiento de información.
185. En toda
discusión acerca de un emprendimiento, una serie de preguntas deberían
plantearse en orden a discernir si aportará a un verdadero desarrollo integral:
¿Para qué? ¿Por qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿De qué manera? ¿Para quién? ¿Cuáles son
los riesgos? ¿A qué costo? ¿Quién paga los costos y cómo lo hará? En este
examen hay cuestiones que deben tener prioridad. Por ejemplo, sabemos que el
agua es un recurso escaso e indispensable y es un derecho fundamental que
condiciona el ejercicio de otros derechos humanos. Eso es indudable y supera
todo análisis de impacto ambiental de una región.
186. En la
Declaración de Río de 1992, se sostiene que, «cuando haya peligro de daño grave
o irreversible, la falta de certeza científica absoluta no deberá utilizarse como
razón para postergar la adopción de medidas eficaces»[132] que
impidan la degradación del medio ambiente. Este principio precautorio permite
la protección de los más débiles, que disponen de pocos medios para defenderse
y para aportar pruebas irrefutables. Si la información objetiva lleva a prever
un daño grave e irreversible, aunque no haya una comprobación indiscutible,
cualquier proyecto debería detenerse o modificarse. Así se invierte el peso de
la prueba, ya que en estos casos hay que aportar una demostración objetiva y
contundente de que la actividad propuesta no va a generar daños graves al ambiente
o a quienes lo habitan.
187. Esto no implica
oponerse a cualquier innovación tecnológica que permita mejorar la calidad de
vida de una población. Pero en todo caso debe quedar en pie que la rentabilidad
no puede ser el único criterio a tener en cuenta y que, en el momento en que
aparezcan nuevos elementos de juicio a partir de la evolución de la
información, debería haber una nueva evaluación con participación de todas las
partes interesadas. El resultado de la discusión podría ser la decisión de no avanzar
en un proyecto, pero también podría ser su modificación o el desarrollo de
propuestas alternativas.
188. Hay discusiones
sobre cuestiones relacionadas con el ambiente donde es difícil alcanzar
consensos. Una vez más expreso que la Iglesia no pretende definir las
cuestiones científicas ni sustituir a la política, pero invito a un debate
honesto y transparente, para que las necesidades particulares o las ideologías
no afecten al bien común.
IV. Política y
economía en diálogo para la plenitud humana
La política no debe
someterse a la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes y al
paradigma eficientista de la tecnocracia. Hoy, pensando en el bien común,
necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se
coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana.
La salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la
población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema,
reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro y que sólo
podrá generar nuevas crisis después de una larga, costosa y aparente curación.
La crisis financiera de 2007-2008 era la ocasión para el desarrollo de una
nueva economía más atenta a los principios éticos y para una nueva regulación de
la actividad financiera especulativa y de la riqueza ficticia. Pero no hubo una
reacción que llevara a repensar los criterios obsoletos que siguen rigiendo al
mundo. La producción no es siempre racional, y suele estar atada a variables
económicas que fijan a los productos un valor que no coincide con su valor
real. Eso lleva muchas veces a una sobreproducción de algunas mercancías, con
un impacto ambiental innecesario, que al mismo tiempo perjudica a muchas
economías regionales[133].
La burbuja financiera también suele ser una burbuja productiva. En definitiva,
lo que no se afronta con energía es el problema de la economía real, la que
hace posible que se diversifique y mejore la producción, que las empresas
funcionen adecuadamente, que las pequeñas y medianas empresas se desarrollen y
creen empleo.
190. En este
contexto, siempre hay que recordar que «la protección ambiental no puede
asegurarse sólo en base al cálculo financiero de costos y beneficios. El
ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del mercado no son capaces de
defender o de promover adecuadamente»[134].
Una vez más, conviene evitar una concepción mágica del mercado, que tiende a
pensar que los problemas se resuelven sólo con el crecimiento de los beneficios
de las empresas o de los individuos. ¿Es realista esperar que quien se
obsesiona por el máximo beneficio se detenga a pensar en los efectos
ambientales que dejará a las próximas generaciones? Dentro del esquema del
rédito no hay lugar para pensar en los ritmos de la naturaleza, en sus tiempos
de degradación y de regeneración, y en la complejidad de los ecosistemas, que
pueden ser gravemente alterados por la intervención humana. Además, cuando se
habla de biodiversidad, a lo sumo se piensa en ella como un depósito de
recursos económicos que podría ser explotado, pero no se considera seriamente
el valor real de las cosas, su significado para las personas y las culturas,
los intereses y necesidades de los pobres.
191. Cuando se
plantean estas cuestiones, algunos reaccionan acusando a los demás de pretender
detener irracionalmente el progreso y el desarrollo humano. Pero tenemos que
convencernos de que desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo
puede dar lugar a otro modo de progreso y desarrollo. Los esfuerzos para un uso
sostenible de los recursos naturales no son un gasto inútil, sino una inversión
que podrá ofrecer otros beneficios económicos a medio plazo. Si no tenemos
estrechez de miras, podemos descubrir que la diversificación de una producción
más innovativa y con menor impacto ambiental, puede ser muy rentable. Se trata
de abrir camino a oportunidades diferentes, que no implican detener la
creatividad humana y su sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces
nuevos.
192. Por ejemplo, un
camino de desarrollo productivo más creativo y mejor orientado podría corregir
el hecho de que haya una inversión tecnológica excesiva para el consumo y poca
para resolver problemas pendientes de la humanidad; podría generar formas inteligentes
y rentables de reutilización, refuncionalización y reciclado; podría mejorar la
eficiencia energética de las ciudades. La diversificación productiva da
amplísimas posibilidades a la inteligencia humana para crear e innovar, a la
vez que protege el ambiente y crea más fuentes de trabajo. Esta sería una
creatividad capaz de hacer florecer nuevamente la nobleza del ser humano,
porque es más digno usar la inteligencia, con audacia y responsabilidad, para
encontrar formas de desarrollo sostenible y equitativo, en el marco de una
noción más amplia de lo que es la calidad de vida. En cambio, es más indigno,
superficial y menos creativo insistir en crear formas de expolio de la
naturaleza sólo para ofrecer nuevas posibilidades de consumo y de rédito inmediato.
193. De todos modos,
si en algunos casos el desarrollo sostenible implicará nuevas formas de crecer,
en otros casos, frente al crecimiento voraz e irresponsable que se produjo
durante muchas décadas, hay que pensar también en detener un poco la marcha, en
poner algunos límites racionales e incluso en volver atrás antes que sea tarde.
Sabemos que es insostenible el comportamiento de aquellos que consumen y
destruyen más y más, mientras otros todavía no pueden vivir de acuerdo con su
dignidad humana. Por eso ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en
algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente
en otras partes. Decía Benedicto XVI que «es necesario que las sociedades
tecnológicamente avanzadas estén dispuestas a favorecer comportamientos
caracterizados por la sobriedad, disminuyendo el propio consumo de energía y
mejorando las condiciones de su uso»[135].
194. Para que surjan
nuevos modelos de progreso, necesitamos «cambiar el modelo de desarrollo
global»[136],
lo cual implica reflexionar responsablemente «sobre el sentido de la economía y
su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones»[137].
No basta conciliar, en un término medio, el cuidado de la naturaleza con la
renta financiera, o la preservación del ambiente con el progreso. En este tema
los términos medios son sólo una pequeña demora en el derrumbe. Simplemente se
trata de redefinir el progreso. Un desarrollo tecnológico y económico que no
deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no puede
considerarse progreso. Por otra parte, muchas veces la calidad real de la vida
de las personas disminuye –por el deterioro del ambiente, la baja calidad de
los mismos productos alimenticios o el agotamiento de algunos recursos– en el
contexto de un crecimiento de la economía. En este marco, el discurso del
crecimiento sostenible suele convertirse en un recurso diversivo y exculpatorio
que absorbe valores del discurso ecologista dentro de la lógica de las finanzas
y de la tecnocracia, y la responsabilidad social y ambiental de las empresas
suele reducirse a una serie de acciones de marketing e imagen.
195. El principio de
maximización de la ganancia, que tiende a aislarse de toda otra consideración,
es una distorsión conceptual de la economía: si aumenta la producción, interesa
poco que se produzca a costa de los recursos futuros o de la salud del
ambiente; si la tala de un bosque aumenta la producción, nadie mide en ese
cálculo la pérdida que implica desertificar un territorio, dañar la
biodiversidad o aumentar la contaminación. Es decir, las empresas obtienen
ganancias calculando y pagando una parte ínfima de los costos. Sólo podría
considerarse ético un comportamiento en el cual «los costes económicos y
sociales que se derivan del uso de los recursos ambientales comunes se
reconozcan de manera transparente y sean sufragados totalmente por aquellos que
se benefician, y no por otros o por las futuras generaciones»[138].La
racionalidad instrumental, que sólo aporta un análisis estático de la realidad
en función de necesidades actuales, está presente tanto cuando quien asigna los
recursos es el mercado como cuando lo hace un Estado planificador.
196. ¿Qué ocurre con
la política? Recordemos el principio de subsidiariedad, que otorga libertad
para el desarrollo de las capacidades presentes en todos los niveles, pero al
mismo tiempo exige más responsabilidad por el bien común a quien tiene más
poder. Es verdad que hoy algunos sectores económicos ejercen más poder que los
mismos Estados. Pero no se puede justificar una economía sin política, que
sería incapaz de propiciar otra lógica que rija los diversos aspectos de la
crisis actual. La lógica que no permite prever una preocupación sincera por el
ambiente es la misma que vuelve imprevisible una preocupación por integrar a
los más frágiles, porque «en el vigente modelo “exitista” y “privatista” no
parece tener sentido invertir para que los lentos, débiles o menos dotados
puedan abrirse camino en la vida»[139].
197. Necesitamos una
política que piense con visión amplia, y que lleve adelante un replanteo
integral, incorporando en un diálogo interdisciplinario los diversos aspectos
de la crisis. Muchas veces la misma política es responsable de su propio
descrédito, por la corrupción y por la falta de buenas políticas públicas. Si
el Estado no cumple su rol en una región, algunos grupos económicos pueden
aparecer como benefactores y detentar el poder real, sintiéndose autorizados a
no cumplir ciertas normas, hasta dar lugar a diversas formas de criminalidad
organizada, trata de personas, narcotráfico y violencia muy difíciles de
erradicar. Si la política no es capaz de romper una lógica perversa, y también
queda subsumida en discursos empobrecidos, seguiremos sin afrontar los grandes
problemas de la humanidad. Una estrategia de cambio real exige repensar la
totalidad de los procesos, ya que no basta con incluir consideraciones
ecológicas superficiales mientras no se cuestione la lógica subyacente en la
cultura actual. Una sana política debería ser capaz de asumir este desafío.
198. La política y la
economía tienden a culparse mutuamente por lo que se refiere a la pobreza y a
la degradación del ambiente. Pero lo que se espera es que reconozcan sus
propios errores y encuentren formas de interacción orientadas al bien común.
Mientras unos se desesperan sólo por el rédito económico y otros se obsesionan
sólo por conservar o acrecentar el poder, lo que tenemos son guerras o acuerdos
espurios donde lo que menos interesa a las dos partes es preservar el ambiente
y cuidar a los más débiles. Aquí también vale que «la unidad es superior al
conflicto»[140].
V. Las religiones en
el diálogo con las ciencias
199. No se puede
sostener que las ciencias empíricas explican completamente la vida, el
entramado de todas las criaturas y el conjunto de la realidad. Eso sería
sobrepasar indebidamente sus confines metodológicos limitados. Si se reflexiona
con ese marco cerrado, desaparecen la sensibilidad estética, la poesía, y aun
la capacidad de la razón para percibir el sentido y la finalidad de las cosas[141].
Quiero recordar que «los textos religiosos clásicos pueden ofrecer un
significado para todas las épocas, tienen una fuerza motivadora que abre
siempre nuevos horizontes […] ¿Es razonable y culto relegarlos a la oscuridad,
sólo por haber surgido en el contexto de una creencia religiosa?»[142].
En realidad, es ingenuo pensar que los principios éticos puedan presentarse de
un modo puramente abstracto, desligados de todo contexto, y el hecho de que
aparezcan con un lenguaje religioso no les quita valor alguno en el debate
público. Los principios éticos que la razón es capaz de percibir pueden
reaparecer siempre bajo distintos ropajes y expresados con lenguajes diversos,
incluso religiosos.
200. Por otra parte,
cualquier solución técnica que pretendan aportar las ciencias será impotente
para resolver los graves problemas del mundo si la humanidad pierde su rumbo,
si se olvidan las grandes motivaciones que hacen posible la convivencia, el
sacrificio, la bondad. En todo caso, habrá que interpelar a los creyentes a ser
coherentes con su propia fe y a no contradecirla con sus acciones, habrá que
reclamarles que vuelvan a abrirse a la gracia de Dios y a beber en lo más hondo
de sus propias convicciones sobre el amor, la justicia y la paz. Si una mala
comprensión de nuestros propios principios a veces nos ha llevado a justificar
el maltrato a la naturaleza o el dominio despótico del ser humano sobre lo
creado o las guerras, la injusticia y la violencia, los creyentes podemos
reconocer que de esa manera hemos sido infieles al tesoro de sabiduría que
debíamos custodiar. Muchas veces los límites culturales de diversas épocas han
condicionado esa conciencia del propio acervo ético y espiritual, pero es
precisamente el regreso a sus fuentes lo que permite a las religiones responder
mejor a las necesidades actuales.
201. La mayor parte
de los habitantes del planeta se declaran creyentes, y esto debería provocar a
las religiones a entrar en un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la
naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y
de fraternidad. Es imperioso también un diálogo entre las ciencias mismas,
porque cada una suele encerrarse en los límites de su propio lenguaje, y la
especialización tiende a convertirse en aislamiento y en absolutización del
propio saber. Esto impide afrontar adecuadamente los problemas del medio
ambiente. También se vuelve necesario un diálogo abierto y amable entre los
diferentes movimientos ecologistas, donde no faltan las luchas ideológicas. La
gravedad de la crisis ecológica nos exige a todos pensar en el bien común y
avanzar en un camino de diálogo que requiere paciencia, ascesis y generosidad,
recordando siempre que «la realidad es superior a la idea»[143].
CAPÍTULO SEXTO
EDUCACIÓN Y
ESPIRITUALIDAD ECOLÓGICA
202. Muchas cosas
tienen que reorientar su rumbo, pero ante todo la humanidad necesita cambiar.
Hace falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un
futuro compartido por todos. Esta conciencia básica permitiría el desarrollo de
nuevas convicciones, actitudes y formas de vida. Se destaca así un gran desafío
cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración.
I. Apostar por otro
estilo de vida
203. Dado que el
mercado tiende a crear un mecanismo consumista compulsivo para colocar sus
productos, las personas terminan sumergidas en la vorágine de las compras y los
gastos innecesarios. El consumismo obsesivo es el reflejo subjetivo del
paradigma tecnoeconómico. Ocurre lo que ya señalaba Romano Guardini: el ser
humano «acepta los objetos y las formas de vida, tal como le son impuestos por
la planificación y por los productos fabricados en serie y, después de todo,
actúa así con el sentimiento de que eso es lo racional y lo acertado»[144].
Tal paradigma hace creer a todos que son libres mientras tengan una supuesta
libertad para consumir, cuando quienes en realidad poseen la libertad son los
que integran la minoría que detenta el poder económico y financiero. En esta
confusión, la humanidad posmoderna no encontró una nueva comprensión de sí
misma que pueda orientarla, y esta falta de identidad se vive con angustia.
Tenemos demasiados medios para unos escasos y raquíticos fines.
204. La situación
actual del mundo «provoca una sensación de inestabilidad e inseguridad que a su
vez favorece formas de egoísmo colectivo»[145].
Cuando las personas se vuelven autorreferenciales y se aíslan en su propia
conciencia, acrecientan su voracidad. Mientras más vacío está el corazón de la
persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir. En este
contexto, no parece posible que alguien acepte que la realidad le marque
límites. Tampoco existe en ese horizonte un verdadero bien común. Si tal tipo
de sujeto es el que tiende a predominar en una sociedad, las normas sólo serán
respetadas en la medida en que no contradigan las propias necesidades. Por eso,
no pensemos sólo en la posibilidad de terribles fenómenos climáticos o en
grandes desastres naturales, sino también en catástrofes derivadas de crisis
sociales, porque la obsesión por un estilo de vida consumista, sobre todo
cuando sólo unos pocos puedan sostenerlo, sólo podrá provocar violencia y destrucción
recíproca.
205. Sin embargo, no
todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el
extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse,
más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan.
Son capaces de mirarse a sí mismos con honestidad, de sacar a la luz su propio
hastío y de iniciar caminos nuevos hacia la verdadera libertad. No hay sistemas
que anulen por completo la apertura al bien, a la verdad y a la belleza, ni la
capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde lo profundo de los
corazones humanos. A cada persona de este mundo le pido que no olvide esa
dignidad suya que nadie tiene derecho a quitarle.
206. Un cambio en los
estilos de vida podría llegar a ejercer una sana presión sobre los que tienen
poder político, económico y social. Es lo que ocurre cuando los movimientos de
consumidores logran que dejen de adquirirse ciertos productos y así se vuelven
efectivos para modificar el comportamiento de las empresas, forzándolas a
considerar el impacto ambiental y los patrones de producción. Es un hecho que,
cuando los hábitos de la sociedad afectan el rédito de las empresas, estas se
ven presionadas a producir de otra manera. Ello nos recuerda la responsabilidad
social de los consumidores. «Comprar es siempre un acto moral, y no sólo
económico»[146].
Por eso, hoy «el tema del deterioro ambiental cuestiona los comportamientos de
cada uno de nosotros»[147].
207. La Carta de la
Tierra nos invitaba a todos a dejar atrás una etapa de autodestrucción y a
comenzar de nuevo, pero todavía no hemos desarrollado una conciencia universal
que lo haga posible. Por eso me atrevo a proponer nuevamente aquel precioso
desafío: «Como nunca antes en la historia, el destino común nos hace un llamado
a buscar un nuevo comienzo […] Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por
el despertar de una nueva reverencia ante la vida; por la firme resolución de
alcanzar la sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia y
la paz y por la alegre celebración de la vida»[148].
208. Siempre es
posible volver a desarrollar la capacidad de salir de sí hacia el otro. Sin
ella no se reconoce a las demás criaturas en su propio valor, no interesa
cuidar algo para los demás, no hay capacidad de ponerse límites para evitar el
sufrimiento o el deterioro de lo que nos rodea. La actitud básica de
autotrascenderse, rompiendo la conciencia aislada y la autorreferencialidad, es
la raíz que hace posible todo cuidado de los demás y del medio ambiente, y que
hace brotar la reacción moral de considerar el impacto que provoca cada acción
y cada decisión personal fuera de uno mismo. Cuando somos capaces de superar el
individualismo, realmente se puede desarrollar un estilo de vida alternativo y
se vuelve posible un cambio importante en la sociedad.
II. Educación para la
alianza entre la humanidad y el ambiente
209. La conciencia de
la gravedad de la crisis cultural y ecológica necesita traducirse en nuevos
hábitos. Muchos saben que el progreso actual y la mera sumatoria de objetos o
placeres no bastan para darle sentido y gozo al corazón humano, pero no se
sienten capaces de renunciar a lo que el mercado les ofrece. En los países que
deberían producir los mayores cambios de hábitos de consumo, los jóvenes tienen
una nueva sensibilidad ecológica y un espíritu generoso, y algunos de ellos
luchan admirablemente por la defensa del ambiente, pero han crecido en un
contexto de altísimo consumo y bienestar que vuelve difícil el desarrollo de
otros hábitos. Por eso estamos ante un desafío educativo.
210. La educación
ambiental ha ido ampliando sus objetivos. Si al comienzo estaba muy centrada en
la información científica y en la concientización y prevención de riesgos
ambientales, ahora tiende a incluir una crítica de los «mitos» de la modernidad
basados en la razón instrumental (individualismo, progreso indefinido,
competencia, consumismo, mercado sin reglas) y también a recuperar los
distintos niveles del equilibrio ecológico: el interno con uno mismo, el
solidario con los demás, el natural con todos los seres vivos, el espiritual
con Dios. La educación ambiental debería disponernos a dar ese salto hacia el
Misterio, desde donde una ética ecológica adquiere su sentido más hondo. Por
otra parte, hay educadores capaces de replantear los itinerarios pedagógicos de
una ética ecológica, de manera que ayuden efectivamente a crecer en la
solidaridad, la responsabilidad y el cuidado basado en la compasión.
211. Sin embargo,
esta educación, llamada a crear una «ciudadanía ecológica», a veces se limita a
informar y no logra desarrollar hábitos. La existencia de leyes y normas no es
suficiente a largo plazo para limitar los malos comportamientos, aun cuando
exista un control efectivo. Para que la norma jurídica produzca efectos
importantes y duraderos, es necesario que la mayor parte de los miembros de la
sociedad la haya aceptado a partir de motivaciones adecuadas, y que reaccione
desde una transformación personal. Sólo a partir del cultivo de sólidas
virtudes es posible la donación de sí en un compromiso ecológico. Si una
persona, aunque la propia economía le permita consumir y gastar más,
habitualmente se abriga un poco en lugar de encender la calefacción, se supone
que ha incorporado convicciones y sentimientos favorables al cuidado del
ambiente. Es muy noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas
acciones cotidianas, y es maravilloso que la educación sea capaz de motivarlas
hasta conformar un estilo de vida. La educación en la responsabilidad ambiental
puede alentar diversos comportamientos que tienen una incidencia directa e importante
en el cuidado del ambiente, como evitar el uso de material plástico y de papel,
reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo que
razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos,
utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias
personas, plantar árboles, apagar las luces innecesarias. Todo esto es parte de
una generosa y digna creatividad, que muestra lo mejor del ser humano. El hecho
de reutilizar algo en lugar de desecharlo rápidamente, a partir de profundas
motivaciones, puede ser un acto de amor que exprese nuestra propia dignidad.
212. No hay que
pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones derraman un
bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda
constatar, porque provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende
a difundirse, a veces invisiblemente. Además, el desarrollo de estos
comportamientos nos devuelve el sentimiento de la propia dignidad, nos lleva a
una mayor profundidad vital, nos permite experimentar que vale la pena pasar
por este mundo.
213. Los ámbitos
educativos son diversos: la escuela, la familia, los medios de comunicación, la
catequesis, etc. Una buena educación escolar en la temprana edad coloca
semillas que pueden producir efectos a lo largo de toda una vida. Pero quiero
destacar la importancia central de la familia, porque «es el ámbito donde la
vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera adecuada contra los
múltiples ataques a que está expuesta, y puede desarrollarse según las
exigencias de un auténtico crecimiento humano. Contra la llamada cultura de la
muerte, la familia constituye la sede de la cultura de la vida»[149].
En la familia se cultivan los primeros hábitos de amor y cuidado de la vida,
como por ejemplo el uso correcto de las cosas, el orden y la limpieza, el
respeto al ecosistema local y la protección de todos los seres creados. La
familia es el lugar de la formación integral, donde se desenvuelven los
distintos aspectos, íntimamente relacionados entre sí, de la maduración
personal. En la familia se aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir «
gracias » como expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos,
a dominar la agresividad o la voracidad, y a pedir perdón cuando hacemos algún
daño. Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a construir una cultura
de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea.
214. A la política y
a las diversas asociaciones les compete un esfuerzo de concientización de la
población. También a la Iglesia. Todas las comunidades cristianas tienen un rol
importante que cumplir en esta educación. Espero también que en nuestros
seminarios y casas religiosas de formación se eduque para una austeridad
responsable, para la contemplación agradecida del mundo, para el cuidado de la
fragilidad de los pobres y del ambiente. Dado que es mucho lo que está en
juego, así como se necesitan instituciones dotadas de poder para sancionar los
ataques al medio ambiente, también necesitamos controlarnos y educarnos unos a
otros.
215. En este
contexto, «no debe descuidarse la relación que hay entre una adecuada educación
estética y la preservación de un ambiente sano»[150].
Prestar atención a la belleza y amarla nos ayuda a salir del pragmatismo
utilitarista. Cuando alguien no aprende a detenerse para percibir y valorar lo
bello, no es extraño que todo se convierta para él en objeto de uso y abuso
inescrupuloso. Al mismo tiempo, si se quiere conseguir cambios profundos, hay
que tener presente que los paradigmas de pensamiento realmente influyen en los
comportamientos. La educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si
no procura también difundir un nuevo paradigma acerca del ser humano, la vida,
la sociedad y la relación con la naturaleza. De otro modo, seguirá avanzando el
paradigma consumista que se transmite por los medios de comunicación y a través
de los eficaces engranajes del mercado.
III. Conversión
ecológica
216. La gran riqueza de
la espiritualidad cristiana, generada por veinte siglos de experiencias
personales y comunitarias, ofrece un bello aporte al intento de renovar la
humanidad. Quiero proponer a los cristianos algunas líneas de espiritualidad
ecológica que nacen de las convicciones de nuestra fe, porque lo que el
Evangelio nos enseña tiene consecuencias en nuestra forma de pensar, sentir y
vivir. No se trata de hablar tanto de ideas, sino sobre todo de las
motivaciones que surgen de la espiritualidad para alimentar una pasión por el
cuidado del mundo. Porque no será posible comprometerse en cosas grandes sólo
con doctrinas sin una mística que nos anime, sin «unos móviles interiores que
impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria»[151].
Tenemos que reconocer que no siempre los cristianos hemos recogido y
desarrollado las riquezas que Dios ha dado a la Iglesia, donde la
espiritualidad no está desconectada del propio cuerpo ni de la naturaleza o de
las realidades de este mundo, sino que se vive con ellas y en ellas, en
comunión con todo lo que nos rodea.
217. Si «los
desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque se han extendido los
desiertos interiores»[152],
la crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior. Pero
también tenemos que reconocer que algunos cristianos comprometidos y orantes,
bajo una excusa de realismo y pragmatismo, suelen burlarse de las
preocupaciones por el medio ambiente. Otros son pasivos, no se deciden a cambiar
sus hábitos y se vuelven incoherentes. Les hace falta entonces unaconversión
ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro
con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación
de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia
virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la
experiencia cristiana.
218. Recordemos el
modelo de san Francisco de Asís, para proponer una sana relación con lo creado
como una dimensión de la conversión íntegra de la persona. Esto implica también
reconocer los propios errores, pecados, vicios o negligencias, y arrepentirse
de corazón, cambiar desde adentro. Los Obispos australianos supieron expresar
la conversión en términos de reconciliación con la creación: «Para realizar
esta reconciliación debemos examinar nuestras vidas y reconocer de qué modo
ofendemos a la creación de Dios con nuestras acciones y nuestra incapacidad de
actuar. Debemos hacer la experiencia de una conversión, de un cambio del
corazón»[153].
219. Sin embargo, no
basta que cada uno sea mejor para resolver una situación tan compleja como la
que afronta el mundo actual. Los individuos aislados pueden perder su capacidad
y su libertad para superar la lógica de la razón instrumental y terminan a
merced de un consumismo sin ética y sin sentido social y ambiental. A problemas
sociales se responde con redes comunitarias, no con la mera suma de bienes
individuales: «Las exigencias de esta tarea van a ser tan enormes, que no hay
forma de satisfacerlas con las posibilidades de la iniciativa individual y de
la unión de particulares formados en el individualismo. Se requerirán una
reunión de fuerzas y una unidad de realización»[154].
La conversión ecológica que se requiere para crear un dinamismo de cambio
duradero es también una conversión comunitaria.
220. Esta conversión
supone diversas actitudes que se conjugan para movilizar un cuidado generoso y
lleno de ternura. En primer lugar implica gratitud y gratuidad, es decir, un
reconocimiento del mundo como un don recibido del amor del Padre, que provoca
como consecuencia actitudes gratuitas de renuncia y gestos generosos aunque
nadie los vea o los reconozca: «Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la
derecha […] y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará» (Mt 6,3-4).
También implica la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás
criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión
universal. Para el creyente, el mundo no se contempla desde fuera sino desde
dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los
seres. Además, haciendo crecer las capacidades peculiares que Dios le ha dado,
la conversión ecológica lleva al creyente a desarrollar su creatividad y su
entusiasmo, para resolver los dramas del mundo, ofreciéndose a Dios «como un
sacrificio vivo, santo y agradable» (Rm 12,1). No entiende su
superioridad como motivo de gloria personal o de dominio irresponsable, sino
como una capacidad diferente, que a su vez le impone una grave responsabilidad
que brota de su fe.
221. Diversas
convicciones de nuestra fe, desarrolladas al comienzo de esta Encíclica, ayudan
a enriquecer el sentido de esta conversión, como la conciencia de que cada
criatura refleja algo de Dios y tiene un mensaje que enseñarnos, o la seguridad
de que Cristo ha asumido en sí este mundo material y ahora, resucitado, habita
en lo íntimo de cada ser, rodeándolo con su cariño y penetrándolo con su luz.
También el reconocimiento de que Dios ha creado el mundo inscribiendo en él un
orden y un dinamismo que el ser humano no tiene derecho a ignorar. Cuando uno
lee en el Evangelio que Jesús habla de los pájaros, y dice que « ninguno de
ellos está olvidado ante Dios » (Lc 12,6), ¿será capaz de
maltratarlos o de hacerles daño? Invito a todos los cristianos a explicitar
esta dimensión de su conversión, permitiendo que la fuerza y la luz de la
gracia recibida se explayen también en su relación con las demás criaturas y
con el mundo que los rodea, y provoque esa sublime fraternidad con todo lo
creado que tan luminosamente vivió san Francisco de Asís.
IV. Gozo y paz
La espiritualidad
cristiana propone un modo alternativo de entender la calidad de vida, y alienta
un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin
obsesionarse por el consumo. Es importante incorporar una vieja enseñanza,
presente en diversas tradiciones religiosas, y también en la Biblia. Se trata
de la convicción de que « menos es más ». La constante acumulación de
posibilidades para consumir distrae el corazón e impide valorar cada cosa y
cada momento. En cambio, el hacerse presente serenamente ante cada realidad,
por pequeña que sea, nos abre muchas más posibilidades de comprensión y de
realización personal. La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con
sobriedad y una capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la simplicidad que
nos permite detenernos a valorar lo pequeño, agradecer las posibilidades que ofrece
la vida sin apegarnos a lo que tenemos ni entristecernos por lo que no
poseemos. Esto supone evitar la dinámica del dominio y de la mera acumulación
de placeres.
223. La sobriedad que
se vive con libertad y conciencia es liberadora. No es menos vida, no es una
baja intensidad sino todo lo contrario. En realidad, quienes disfrutan más y
viven mejor cada momento son los que dejan de picotear aquí y allá, buscando
siempre lo que no tienen, y experimentan lo que es valorar cada persona y cada
cosa, aprenden a tomar contacto y saben gozar con lo más simple. Así son
capaces de disminuir las necesidades insatisfechas y reducen el cansancio y la
obsesión. Se puede necesitar poco y vivir mucho, sobre todo cuando se es capaz
de desarrollar otros placeres y se encuentra satisfacción en los encuentros
fraternos, en el servicio, en el despliegue de los carismas, en la música y el
arte, en el contacto con la naturaleza, en la oración. La felicidad requiere
saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando así disponibles
para las múltiples posibilidades que ofrece la vida.
224. La sobriedad y
la humildad no han gozado de una valoración positiva en el último siglo. Pero
cuando se debilita de manera generalizada el ejercicio de alguna virtud en la
vida personal y social, ello termina provocando múltiples desequilibrios,
también ambientales. Por eso, ya no basta hablar sólo de la integridad de los
ecosistemas. Hay que atreverse a hablar de la integridad de la vida humana, de
la necesidad de alentar y conjugar todos los grandes valores. La desaparición
de la humildad, en un ser humano desaforadamente entusiasmado con la
posibilidad de dominarlo todo sin límite alguno, sólo puede terminar dañando a
la sociedad y al ambiente. No es fácil desarrollar esta sana humildad y una
feliz sobriedad si nos volvemos autónomos, si excluimos de nuestra vida a Dios
y nuestro yo ocupa su lugar, si creemos que es nuestra propia subjetividad la
que determina lo que está bien o lo que está mal.
225. Por otro lado,
ninguna persona puede madurar en una feliz sobriedad si no está en paz consigo
mismo. Parte de una adecuada comprensión de la espiritualidad consiste en
ampliar lo que entendemos por paz, que es mucho más que la ausencia de guerra.
La paz interior de las personas tiene mucho que ver con el cuidado de la
ecología y con el bien común, porque, auténticamente vivida, se refleja en un
estilo de vida equilibrado unido a una capacidad de admiración que lleva a la
profundidad de la vida. La naturaleza está llena de palabras de amor, pero
¿cómo podremos escucharlas en medio del ruido constante, de la distracción
permanente y ansiosa, o del culto a la apariencia? Muchas personas experimentan
un profundo desequilibrio que las mueve a hacer las cosas a toda velocidad para
sentirse ocupadas, en una prisa constante que a su vez las lleva a atropellar
todo lo que tienen a su alrededor. Esto tiene un impacto en el modo como se
trata al ambiente. Una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para
recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de nuestro
estilo de vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador, que vive entre
nosotros y en lo que nos rodea, cuya presencia «no debe ser fabricada sino
descubierta, develada»[155].
226. Estamos hablando
de una actitud del corazón, que vive todo con serena atención, que sabe estar
plenamente presente ante alguien sin estar pensando en lo que viene después,
que se entrega a cada momento como don divino que debe ser plenamente vivido.
Jesús nos enseñaba esta actitud cuando nos invitaba a mirar los lirios del
campo y las aves del cielo, o cuando, ante la presencia de un hombre inquieto,
« detuvo en él su mirada, y lo amó » (Mc 10,21). Él sí que estaba
plenamente presente ante cada ser humano y ante cada criatura, y así nos mostró
un camino para superar la ansiedad enfermiza que nos vuelve superficiales,
agresivos y consumistas desenfrenados.
227. Una expresión de
esta actitud es detenerse a dar gracias a Dios antes y después de las comidas.
Propongo a los creyentes que retomen este valioso hábito y lo vivan con
profundidad. Ese momento de la bendición, aunque sea muy breve, nos recuerda
nuestra dependencia de Dios para la vida, fortalece nuestro sentido de gratitud
por los dones de la creación, reconoce a aquellos que con su trabajo
proporcionan estos bienes y refuerza la solidaridad con los más necesitados.
V. Amor civil y político
228. El cuidado de la
naturaleza es parte de un estilo de vida que implica capacidad de convivencia y
de comunión. Jesús nos recordó que tenemos a Dios como nuestro Padre común y
que eso nos hace hermanos. El amor fraterno sólo puede ser gratuito, nunca
puede ser un pago por lo que otro realice ni un anticipo por lo que esperamos
que haga. Por eso es posible amar a los enemigos. Esta misma gratuidad nos
lleva a amar y aceptar el viento, el sol o las nubes, aunque no se sometan a
nuestro control. Por eso podemos hablar de una fraternidad universal.
229. Hace falta
volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una
responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y
honestos. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la
ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó la hora de advertir
que esa alegre superficialidad nos ha servido de poco. Esa destrucción de todo
fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con otros para preservar
los propios intereses, provoca el surgimiento de nuevas formas de violencia y
crueldad e impide el desarrollo de una verdadera cultura del cuidado del
ambiente.
230. El ejemplo de
santa Teresa de Lisieux nos invita a la práctica del pequeño camino del amor, a
no perder la oportunidad de una palabra amable, de una sonrisa, de cualquier
pequeño gesto que siembre paz y amistad. Una ecología integral también está
hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia,
del aprovechamiento, del egoísmo. Mientras tanto, el mundo del consumo
exacerbado es al mismo tiempo el mundo del maltrato de la vida en todas sus
formas.
231. El amor, lleno
de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se
manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor. El amor
a la sociedad y el compromiso por el bien común son una forma excelente de la
caridad, que no sólo afecta a las relaciones entre los individuos, sino a «las
macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas»[156].
Por eso, la Iglesia propuso al mundo el ideal de una «civilización del amor»[157].
El amor social es la clave de un auténtico desarrollo: «Para plasmar una
sociedad más humana, más digna de la persona, es necesario revalorizar el amor
en la vida social –a nivel político, económico, cultural–, haciéndolo la norma
constante y suprema de la acción»[158].
En este marco, junto con la importancia de los pequeños gestos cotidianos, el
amor social nos mueve a pensar en grandes estrategias que detengan eficazmente
la degradación ambiental y alienten una cultura del cuidado que
impregne toda la sociedad. Cuando alguien reconoce el llamado de Dios a
intervenir junto con los demás en estas dinámicas sociales, debe recordar que
eso es parte de su espiritualidad, que es ejercicio de la caridad y que de ese
modo madura y se santifica.
232. No todos están
llamados a trabajar de manera directa en la política, pero en el seno de la
sociedad germina una innumerable variedad de asociaciones que intervienen a
favor del bien común preservando el ambiente natural y urbano. Por ejemplo, se
preocupan por un lugar común (un edificio, una fuente, un monumento abandonado,
un paisaje, una plaza), para proteger, sanear, mejorar o embellecer algo que es
de todos. A su alrededor se desarrollan o se recuperan vínculos y surge un
nuevo tejido social local. Así una comunidad se libera de la indiferencia
consumista. Esto incluye el cultivo de una identidad común, de una historia que
se conserva y se transmite. De esa manera se cuida el mundo y la calidad de
vida de los más pobres, con un sentido solidario que es al mismo tiempo
conciencia de habitar una casa común que Dios nos ha prestado. Estas acciones
comunitarias, cuando expresan un amor que se entrega, pueden convertirse en
intensas experiencias espirituales.
VI. Signos sacramentales
y descanso celebrativo
233. El universo se
desarrolla en Dios, que lo llena todo. Entonces hay mística en una hoja, en un
camino, en el rocío, en el rostro del pobre[159].
El ideal no es sólo pasar de lo exterior a lo interior para descubrir la acción
de Dios en el alma, sino también llegar a encontrarlo en todas las cosas, como
enseñaba san Buenaventura: «La contemplación es tanto más eminente cuanto más
siente en sí el hombre el efecto de la divina gracia o también cuanto mejor
sabe encontrar a Dios en las criaturas exteriores»[160].
234. San Juan de la
Cruz enseñaba que todo lo bueno que hay en las cosas y experiencias del mundo
«está en Dios eminentemente en infinita manera, o, por mejor decir, cada una de
estas grandezas que se dicen es Dios»[161].
No es porque las cosas limitadas del mundo sean realmente divinas, sino porque
el místico experimenta la íntima conexión que hay entre Dios y todos los seres,
y así «siente ser todas las cosas Dios»[162].
Si le admira la grandeza de una montaña, no puede separar eso de Dios, y
percibe que esa admiración interior que él vive debe depositarse en el Señor:
«Las montañas tienen alturas, son abundantes, anchas, y hermosas, o graciosas,
floridas y olorosas. Estas montañas es mi Amado para mí. Los valles solitarios
son quietos, amenos, frescos, umbrosos, de dulces aguas llenos, y en la
variedad de sus arboledas y en el suave canto de aves hacen gran recreación y
deleite al sentido, dan refrigerio y descanso en su soledad y silencio. Estos
valles es mi Amado para mí»[163].
235. Los Sacramentos
son un modo privilegiado de cómo la naturaleza es asumida por Dios y se
convierte en mediación de la vida sobrenatural. A través del culto somos
invitados a abrazar el mundo en un nivel distinto. El agua, el aceite, el fuego
y los colores son asumidos con toda su fuerza simbólica y se incorporan en la
alabanza. La mano que bendice es instrumento del amor de Dios y reflejo de la
cercanía de Jesucristo que vino a acompañarnos en el camino de la vida. El agua
que se derrama sobre el cuerpo del niño que se bautiza es signo de vida nueva.
No escapamos del mundo ni negamos la naturaleza cuando queremos encontrarnos
con Dios. Esto se puede percibir particularmente en la espiritualidad cristiana
oriental: «La belleza, que en Oriente es uno de los nombres con que más
frecuentemente se suele expresar la divina armonía y el modelo de la humanidad
transfigurada, se muestra por doquier: en las formas del templo, en los
sonidos, en los colores, en las luces y en los perfumes»[164].
Para la experiencia cristiana, todas las criaturas del universo material
encuentran su verdadero sentido en el Verbo encarnado, porque el Hijo de Dios
ha incorporado en su persona parte del universo material, donde ha introducido
un germen de transformación definitiva: «el Cristianismo no rechaza la materia,
la corporeidad; al contrario, la valoriza plenamente en el acto litúrgico, en el
que el cuerpo humano muestra su naturaleza íntima de templo del Espíritu y
llega a unirse al Señor Jesús, hecho también él cuerpo para la salvación del
mundo»[165].
236. En la Eucaristía
lo creado encuentra su mayor elevación. La gracia, que tiende a manifestarse de
modo sensible, logra una expresión asombrosa cuando Dios mismo, hecho hombre,
llega a hacerse comer por su criatura. El Señor, en el colmo del misterio de la
Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia.
No desde arriba, sino desde adentro, para que en nuestro propio mundo
pudiéramos encontrarlo a él. En la Eucaristía ya está realizada la plenitud, y
es el centro vital del universo, el foco desbordante de amor y de vida
inagotable. Unido al Hijo encarnado, presente en la Eucaristía, todo el cosmos
da gracias a Dios. En efecto, la Eucaristía es de por sí un acto de amor
cósmico: «¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar
de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre
el altar del mundo»[166].
La Eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado. El
mundo que salió de las manos de Dios vuelve a él en feliz y plena adoración. En
el Pan eucarístico, «la creación está orientada hacia la divinización, hacia
las santas bodas, hacia la unificación con el Creador mismo»[167].
Por eso, la Eucaristía es también fuente de luz y de motivación para nuestras
preocupaciones por el ambiente, y nos orienta a ser custodios de todo lo
creado.
237. El domingo, la
participación en la Eucaristía tiene una importancia especial. Ese día, así
como el sábado judío, se ofrece como día de la sanación de las relaciones del
ser humano con Dios, consigo mismo, con los demás y con el mundo. El domingo es
el día de la Resurrección, el «primer día» de la nueva creación, cuya primicia es
la humanidad resucitada del Señor, garantía de la transfiguración final de toda
la realidad creada. Además, ese día anuncia «el descanso eterno del hombre en
Dios»[168].
De este modo, la espiritualidad cristiana incorpora el valor del descanso y de
la fiesta. El ser humano tiende a reducir el descanso contemplativo al ámbito
de lo infecundo o innecesario, olvidando que así se quita a la obra que se
realiza lo más importante: su sentido. Estamos llamados a incluir en nuestro
obrar una dimensión receptiva y gratuita, que es algo diferente de un mero no
hacer. Se trata de otra manera de obrar que forma parte de nuestra esencia. De
ese modo, la acción humana es preservada no únicamente del activismo vacío,
sino también del desenfreno voraz y de la conciencia aislada que lleva a
perseguir sólo el beneficio personal. La ley del descanso semanal imponía
abstenerse del trabajo el séptimo día «para que reposen tu buey y tu asno y
puedan respirar el hijo de tu esclava y el emigrante» (Ex 23,12).
El descanso es una ampliación de la mirada que permite volver a reconocer los
derechos de los demás. Así, el día de descanso, cuyo centro es la Eucaristía,
derrama su luz sobre la semana entera y nos motiva a incorporar el cuidado de
la naturaleza y de los pobres.
VII. La Trinidad y la
relación entre las criaturas
238. El Padre es la
fuente última de todo, fundamento amoroso y comunicativo de cuanto existe. El
Hijo, que lo refleja, y a través del cual todo ha sido creado, se unió a esta
tierra cuando se formó en el seno de María. El Espíritu, lazo infinito de amor,
está íntimamente presente en el corazón del universo animando y suscitando
nuevos caminos. El mundo fue creado por las tres Personas como un único
principio divino, pero cada una de ellas realiza esta obra común según su
propiedad personal. Por eso, «cuando contemplamos con admiración el universo en
su grandeza y belleza, debemos alabar a toda la Trinidad»[169].
239. Para los
cristianos, creer en un solo Dios que es comunión trinitaria lleva a pensar que
toda la realidad contiene en su seno una marca propiamente trinitaria. San
Buenaventura llegó a decir que el ser humano, antes del pecado, podía descubrir
cómo cada criatura «testifica que Dios es trino». El reflejo de la Trinidad se
podía reconocer en la naturaleza «cuando ni ese libro era oscuro para el hombre
ni el ojo del hombre se había enturbiado»[170].
El santo franciscano nos enseña que toda criatura lleva en sí una
estructura propiamente trinitaria, tan real que podría ser
espontáneamente contemplada si la mirada del ser humano no fuera limitada,
oscura y frágil. Así nos indica el desafío de tratar de leer la realidad en
clave trinitaria.
240. Las Personas
divinas son relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el modelo divino,
es una trama de relaciones. Las criaturas tienden hacia Dios, y a su vez es
propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa, de tal modo que en el seno
del universo podemos encontrar un sinnúmero de constantes relaciones que se
entrelazan secretamente[171].Esto
no sólo nos invita a admirar las múltiples conexiones que existen entre las
criaturas, sino que nos lleva a descubrir una clave de nuestra propia
realización. Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica
a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión
con Dios, con los demás y con todas las criaturas. Así asume en su propia
existencia ese dinamismo trinitario que Dios ha impreso en ella desde su
creación. Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de
la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad.
VIII. Reina de todo
lo creado
241. María, la madre
que cuidó a Jesús, ahora cuida con afecto y dolor materno este mundo herido.
Así como lloró con el corazón traspasado la muerte de Jesús, ahora se compadece
del sufrimiento de los pobres crucificados y de las criaturas de este mundo
arrasadas por el poder humano. Ella vive con Jesús completamente transfigurada,
y todas las criaturas cantan su belleza. Es la Mujer « vestida de sol, con la
luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza » (Ap 12,1).
Elevada al cielo, es Madre y Reina de todo lo creado. En su cuerpo glorificado,
junto con Cristo resucitado, parte de la creación alcanzó toda la plenitud de
su hermosura. Ella no sólo guarda en su corazón toda la vida de Jesús, que
«conservaba» cuidadosamente (cf Lc2,19.51), sino que también
comprende ahora el sentido de todas las cosas. Por eso podemos pedirle que nos
ayude a mirar este mundo con ojos más sabios.
242. Junto con ella,
en la familia santa de Nazaret, se destaca la figura de san José. Él cuidó y
defendió a María y a Jesús con su trabajo y su presencia generosa, y los liberó
de la violencia de los injustos llevándolos a Egipto. En el Evangelio aparece
como un hombre justo, trabajador, fuerte. Pero de su figura emerge también una
gran ternura, que no es propia de los débiles sino de los verdaderamente
fuertes, atentos a la realidad para amar y servir humildemente. Por eso fue
declarado custodio de la Iglesia universal. Él también puede enseñarnos a
cuidar, puede motivarnos a trabajar con generosidad y ternura para proteger
este mundo que Dios nos ha confiado.
IX. Más allá del sol
243. Al final nos
encontraremos cara a cara frente a la infinita belleza de Dios (cf. 1
Co 13,12) y podremos leer con feliz admiración el misterio del
universo, que participará con nosotros de la plenitud sin fin. Sí, estamos
viajando hacia el sábado de la eternidad, hacia la nueva Jerusalén, hacia la
casa común del cielo. Jesús nos dice: «Yo hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5).
La vida eterna será un asombro compartido, donde cada criatura, luminosamente
transformada, ocupará su lugar y tendrá algo para aportar a los pobres
definitivamente liberados.
244. Mientras tanto,
nos unimos para hacernos cargo de esta casa que se nos confió, sabiendo que
todo lo bueno que hay en ella será asumido en la fiesta celestial. Junto con
todas las criaturas, caminamos por esta tierra buscando a Dios, porque, «si el
mundo tiene un principio y ha sido creado, busca al que lo ha creado, busca al
que le ha dado inicio, al que es su Creador»[172].
Caminemos cantando. Que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta
no nos quiten el gozo de la esperanza.
245. Dios, que nos
convoca a la entrega generosa y a darlo todo, nos ofrece las fuerzas y la luz
que necesitamos para salir adelante. En el corazón de este mundo sigue presente
el Señor de la vida que nos ama tanto. Él no nos abandona, no nos deja solos,
porque se ha unido definitivamente a nuestra tierra, y su amor siempre nos lleva
a encontrar nuevos caminos. Alabado sea.
* * *
246. Después de
esta prolongada reflexión, gozosa y dramática a la vez, propongo dos oraciones,
una que podamos compartir todos los que creemos en un Dios creador omnipotente,
y otra para que los cristianos sepamos asumir los compromisos con la creación
que nos plantea el Evangelio de Jesús.
Oración por nuestra tierra
Dios omnipotente,
que estás presente en todo el universo
y en la más pequeña de tus criaturas,
Tú, que rodeas con tu ternura todo lo que existe,
derrama en nosotros la fuerza de tu amor
para que cuidemos la vida y la belleza.
Inúndanos de paz, para que vivamos como hermanos y hermanas
sin dañar a nadie.
Dios de los pobres,
ayúdanos a rescatar
a los abandonados y olvidados de esta tierra
que tanto valen a tus ojos.
Sana nuestras vidas,
para que seamos protectores del mundo
y no depredadores,
para que sembremos hermosura
y no contaminación y destrucción.
Toca los corazones
de los que buscan sólo beneficios
a costa de los pobres y de la tierra.
Enséñanos a descubrir el valor de cada cosa,
a contemplar admirados,
a reconocer que estamos profundamente unidos
con todas las criaturas
en nuestro camino hacia tu luz infinita.
Gracias porque estás con nosotros todos los días.
Aliéntanos, por favor, en nuestra lucha
por la justicia, el amor y la paz.
que estás presente en todo el universo
y en la más pequeña de tus criaturas,
Tú, que rodeas con tu ternura todo lo que existe,
derrama en nosotros la fuerza de tu amor
para que cuidemos la vida y la belleza.
Inúndanos de paz, para que vivamos como hermanos y hermanas
sin dañar a nadie.
Dios de los pobres,
ayúdanos a rescatar
a los abandonados y olvidados de esta tierra
que tanto valen a tus ojos.
Sana nuestras vidas,
para que seamos protectores del mundo
y no depredadores,
para que sembremos hermosura
y no contaminación y destrucción.
Toca los corazones
de los que buscan sólo beneficios
a costa de los pobres y de la tierra.
Enséñanos a descubrir el valor de cada cosa,
a contemplar admirados,
a reconocer que estamos profundamente unidos
con todas las criaturas
en nuestro camino hacia tu luz infinita.
Gracias porque estás con nosotros todos los días.
Aliéntanos, por favor, en nuestra lucha
por la justicia, el amor y la paz.
Oración cristiana con la creación
Te alabamos, Padre, con todas tus criaturas,
que salieron de tu mano poderosa.
Son tuyas,
y están llenas de tu presencia y de tu ternura.
Alabado seas.
que salieron de tu mano poderosa.
Son tuyas,
y están llenas de tu presencia y de tu ternura.
Alabado seas.
Hijo de Dios, Jesús,
por ti fueron creadas todas las cosas.
Te formaste en el seno materno de María,
te hiciste parte de esta tierra,
y miraste este mundo con ojos humanos.
Hoy estás vivo en cada criatura
con tu gloria de resucitado.
Alabado seas.
por ti fueron creadas todas las cosas.
Te formaste en el seno materno de María,
te hiciste parte de esta tierra,
y miraste este mundo con ojos humanos.
Hoy estás vivo en cada criatura
con tu gloria de resucitado.
Alabado seas.
Espíritu Santo, que con tu luz
orientas este mundo hacia el amor del Padre
y acompañas el gemido de la creación,
tú vives también en nuestros corazones
para impulsarnos al bien.
Alabado seas.
orientas este mundo hacia el amor del Padre
y acompañas el gemido de la creación,
tú vives también en nuestros corazones
para impulsarnos al bien.
Alabado seas.
Señor Uno y Trino,
comunidad preciosa de amor infinito,
enséñanos a contemplarte
en la belleza del universo,
donde todo nos habla de ti.
Despierta nuestra alabanza y nuestra gratitud
por cada ser que has creado.
Danos la gracia de sentirnos íntimamente unidos
con todo lo que existe.
comunidad preciosa de amor infinito,
enséñanos a contemplarte
en la belleza del universo,
donde todo nos habla de ti.
Despierta nuestra alabanza y nuestra gratitud
por cada ser que has creado.
Danos la gracia de sentirnos íntimamente unidos
con todo lo que existe.
Dios de amor,
muéstranos nuestro lugar en este mundo
como instrumentos de tu cariño
por todos los seres de esta tierra,
porque ninguno de ellos está olvidado ante ti.
Ilumina a los dueños del poder y del dinero
para que se guarden del pecado de la indiferencia,
amen el bien común, promuevan a los débiles,
y cuiden este mundo que habitamos.
Los pobres y la tierra están clamando:
Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz,
para proteger toda vida,
para preparar un futuro mejor,
para que venga tu Reino
de justicia, de paz, de amor y de hermosura.
Alabado seas.
Amén.
muéstranos nuestro lugar en este mundo
como instrumentos de tu cariño
por todos los seres de esta tierra,
porque ninguno de ellos está olvidado ante ti.
Ilumina a los dueños del poder y del dinero
para que se guarden del pecado de la indiferencia,
amen el bien común, promuevan a los débiles,
y cuiden este mundo que habitamos.
Los pobres y la tierra están clamando:
Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz,
para proteger toda vida,
para preparar un futuro mejor,
para que venga tu Reino
de justicia, de paz, de amor y de hermosura.
Alabado seas.
Amén.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 24 de mayo,
Solemnidad de Pentecostés, del año 2015, tercero de mi Pontificado.
Franciscus
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