ORACIÓN
DE SAN JUAN GABRIEL PERBOYRE A JESÚS
OH
MI SALVADOR DIVINO…
Marlio
Nasayó Liévano, c.m.
INTRODUCCION:
San Juan Gabriel
Perboyre (1802 – 1840), fue el primer misionero de la Congregación de la Misión
que subió a los altares (1889). Ya en vida su figura era conocida tanto en el
ámbito de la F. V. como en ciertos ambientes misioneros, llegando desde China
su fama hasta Europa. Su pasión y muerte fueron tan extraordinarias, que pronto
su estela de santidad resonó hasta en los más remotos lugares del mundo.
En Colombia a sólo 5
años de su glorificación, los primeros misioneros Vicentinos (otrora
Lazaristas), abrieron la Escuela Apostólica en Santa Rosa de Cabal (1894),
donde a la sombra fascinante de este joven misionero, no pocos muchachos
llegaron a la cima del sacerdocio y muchos más en la vida seglar, bebieron de
su vida fascinante y de su ejemplo arrollador.
La hermosa oración que
trato de analizar salida del corazón misionero de Perboyre, orada a los pies
del sagrario antes y después de la celebración de la Eucaristía, meditada al
leer las páginas del Evangelio, interiorizada ante el Crucifijo y vivida en el
caminar polvoriento de la vida cotidiana misionera entre los pobres; también fue
orada, reflexionada y vivida, por quienes con nosotros y antes de nosotros como
él, hemos seguido las huellas de Jesús.
El hacer un análisis de
esta hermosa oración compuesta por nuestro hermano, tiene para mí el peligro de
hacer decir al Santo lo que él no experimentó ni quiso expresar. A pesar de
ello, me atrevo a hacer estas reflexiones, intentando entrar en el campo de su
experiencia de vida.
PERBOYRE
Y CRISTO
1. SU VIDA CIMENTADA EN JESUCRISTO
Desde su más tierna
infancia Juan Gabriel Perboyre, ya en su casa, ya en el Seminario fue
denominado como el “petit saint”. No sin razón por sus cualidades humanas de bondad,
fraternidad, cercanía…sino también por su amor a Cristo en la Eucaristía, en el
Crucifijo, en la lectura del N. T.
Ya la S. E. dice que
“de la abundancia del corazón hablan los labios” (Mt 12, 35) y esto lo afirmaban
sus compañeros de formación. En todo quería seguir a Cristo, en sus palabras,
en sus comportamientos, llegando a ser con su radicalismo sencillo de cada día,
un “alter Christus”. En la medida en que iba creciendo en su formación seminarística,
se iba identificando más con el Señor. Qué gracia el que conservemos algunos de
sus escritos, que son una mina espiritual para nuestra vida:
“Jesucristo,
es el gran Maestro de la ciencia; es él solamente el que da la verdadera luz”.
“Sólo
hay una cosa importante: conocer y amar a Jesucristo. Cuando estudie, pídale
que él mismo le enseñe; si usted habla a alguien, pídale que le inspire lo que
debe decir; si hay algo que hacer, pídale que le haga conocer lo que quiere de
usted”.
Pero el conocimiento no
era el de un académico e intelectual que leyera y conociera los textos
referentes a Cristo, sino que además de conocerlos y saberlos, pasaba al
seguimiento y a la imitación del Maestro:
“Jesucristo
no vino solamente a la tierra para instruirnos con su doctrina, sino sobre todo
para servirnos de modelo. Cuando su Padre nos lo envió, nos ha dicho a todos lo
que en otro tiempo dijo a su siervo Moisés con respecto al tabernáculo: mira, y
haz según el modelo que te ha sido mostrado en la montaña. El mismo Jesucristo
nos ha dicho: ‘Yo les he dado ejemplo, para que hagan como me han visto hacer’
(...). No hay sino una cosa necesaria, nos dice Nuestro Señor en el Evangelio.
¿Pero cuál es esa única cosa necesaria? El imitarlo. (...) Hagamos como un
pintor que arde en deseos de reproducir fielmente un cuadro de gran precio:
tengamos los ojos continuamente fijos en Jesucristo. No nos contentemos en
copiar un rasgo o dos de nuestro modelo, entremos en todos sus sentimientos,
apropiémonos todas sus virtudes. Recomencemos y continuemos cada día sin jamás
cansarnos. (...) Pero ¿cómo podremos llegar a experimentar perfectamente los
rasgos de un modelo tan bello? Para esto basta que secundemos las operaciones
del Espíritu Santo en nuestros corazones: ese divino Espíritu se aplica a
formar en nosotros la imagen de Jesucristo por la efusión de sus dones”.
2. Y ALIMENTADA EN LA EUCARISTÍA:
El amor a Nuestro Señor
se hacía patente en su manera de prepararse a la celebración de la Santa Misa,
en la acción de gracias tan tradicional en nuestra Familia, y en otras
prácticas como lo dice S. Vicente en las RR.CC. X,3.20:
“El
mejor medio para honrar esos misterios es el culto debido y la recepción digna
de la Sagrada Eucaristía, como sacramento, y como sacrificio. Pues ella
encierra en sí el resumen de los otros misterios de la fe, y además santifica y
glorifica a las almas de los que la reciben bien y la celebran dignamente, con
lo cual se da la gloria suprema al Dios uno y trino y al Verbo encarnado. Por
todo ello nada nos ha de ser más querido que el dar a este sacramento y
sacrificio el honor debido, y el procurar con todo interés que todos le den el
mismo honor y reverencia. Haremos eso no permitiendo, según podamos, que se
haga o se diga nada irreverente en contra de la Eucaristía; y también enseñando
con celo a los demás qué se debe creer de este tan gran misterio y cómo se debe
venerar”.
“Guárdense
también otras costumbres loables de la Congregación, tales como ir a la iglesia
y saludar a Cristo en la Eucaristía al salir de casa y al volver a ella”
Ante su vida diaria y
sus fatigas, su más dulce consuelo era celebrar la Eucaristía y recibir a Jesús
en su corazón: “No puedo estar contento,
mientras no haya ofrecido el sacrificio de la misa”. En una de sus cartas
escrita durante su viaje a la China, nos habla de la Eucaristía: “¡Oh! ¡Cómo se siente uno feliz sobre este
vasto desierto del océano, al encontrarse de tiempo en tiempo en compañía de
Nuestro Señor!”.
A un sacerdote que le
contaba que no había celebrado la misa porque sentía un dolor de cabeza le
dijo: “Ha hecho mal; Dios no pide la
cabeza, El sólo pide el corazón”.
Para celebrar la misa
lo hacía con gran cuidado, sin prisas, con piedad, sin rutina: “antes de celebrar la santa misa debemos
esforzarnos por entrar en los mismas disposiciones con las que Nuestro Señor se
ofrece por nosotros en el altar”.
3. ORACIÓN
Este es el texto de la
oración, traducción fiel a las fuentes
originales, versión de nuestro formador de Seminario Interno, P. Fenelón
Castillo; c.m.:
¡Oh
mi Salvador divino!
Por
tu omnipotencia, por tu misericordia
infinitas,
haz que yo pueda cambiar
y
transformarme en Ti;
que
mis manos sean tus manos y mi lengua
sea
tu lengua; que mi cuerpo y mis sentidos,
no sean si no para tu gloria.
Pero
ante todo, transforma mi alma y
todas
sus potencias: que mi memoria,
mi
inteligencia, mi voluntad, sean
como
tu memoria, tu inteligencia,
tu
voluntad; que mis actos y
mis
sentimientos sean como los tuyos.
Y
que así como el Padre dijo de Ti:
Yo
te he engendrado hoy”
lo
pueda decir también de mí y aún añadir:
“Eres
mi hijo amado en quien me complazco”.
4.
APROXIMACIÓN Y ANÁLISIS DE LA ORACIÓN:
La famosa oración que
conocemos y rezamos es de una gran profundidad. No se trata de una oración
compuesta siguiendo un orden teológico y exegético especial. Es la plegaria
nacida del corazón de un hombre de Dios, fruto de largos ratos a los pies del
Maestro en el Sagrario, saboreada a lo largo de los años y que gracias a su
sencillez vicentina nos la ha dejado como un legado y un tesoro invaluable,
para quienes como él participamos del único sacerdocio de Cristo, que se
prolonga hoy en medio y a pesar de nuestras falencias y debilidades.
a. La oración nos hace
pensar y descubrir el sabor paulino que hay en el fondo, nos remite sin duda
entre otros textos a Gálatas 2, 20: "Yo vivo - ahora no soy yo - sino que
Cristo vive en mí". Perboyre como el apóstol declara que su vida le
pertenece a Dios. Está insertado en Cristo lo que no significa ser insensible a
las dificultades del mundo, pues es algo con lo que día a día se tiene que
batallar con la gracia del Señor.
b. La plegaria la inicia
con la expresión “ !Oh mi Salvador…”!
Frase que nos hace pensar en que está tomada de San Vicente, para quien esta
expresión era no una muletilla retórica, sino la explicitación de lo que
llevaba y vivía dentro de sí. Es Jesús quien ha tomado posesión de él, por
tanto, la oración nos muestra no un rebuscamiento literario sino una
experiencia de vida:
“Ilumínanos,
Salvador mío, para que veamos a qué estamos apegados…” (SVP. XII, p. 530) “¡Oh
Salvador, líbranos de este espíritu de sensualidad!” (SVP. XII. p. 574).
c. Por tu omnipotencia, por tu
misericordia infinitas…. Los maestros espirituales nos
hacen caer en cuenta que el “voluntarismo” ha estado muy en el fondo de nuestras
espiritualidades, tanto ayer como hoy. Muestra de ello son expresiones como
estas: “soy capaz”…”yo puedo”…”Esto no me es imposible”…que nos hacen
vislumbrar el camino espiritual en el que el centro es el ser humano, con sus
capacidades, dejando a un lado la fuerza del Señor, o si se lo tiene en cuenta
es como un complemento a la lucha y al trabajo humano.
De una parte se destaca
el poder de Dios, según la influencia propia de la filosofía griega pero nos
muestra también las raíces bíblicas del Señor misericordioso de San Lucas que
se abaja con un corazón tierno ante las llagas y las miserias humanas. Miserias
que también experimenta nuestro misionero en sus realidades humanas.
d. Haz que yo pueda transformarme en Ti…
En esta oración,
notamos la primacía del Señor, “mi Salvador”, el Señor cercano, el Dios que va
con nosotros inmerso en las fatigas. Al respecto es muy rico el texto de San
Vicente en el que nos muestra la acción de Dios en sus creaturas: “Dios…Trabaja con el artesano en su taller,
con la mujer en su tarea, con la hormiga, con la abeja, para que hagan su
recolección, y esto incesantemente y sin parar jamás. (SVP. IX, 1. p. 444).
El mismo Fundador insiste en que el artífice de todo es Dios, nosotros meros
instrumentos dóciles.
Esta oración es fruto
de la virtud de la humildad que él había interiorizado en su vida, en la que
muestra al Señor en el centro de su vida, y su sencilla docilidad a la gracia.
e. Que mis manos…
Los biblistas modernos
nos han hecho tomar conciencia de que la actividad de Jesús está sostenida con
la “gestualidad”: Los gestos van más allá de las palabras…no pide el don de la
palabra, ésta la tienen los oradores públicos y los políticos en sus plazas…Las
manos pueden curar o herir, acariciar o golpear, acoger o rechazar…Ruega que
sus manos sean para saludar a los chinos y mostrarles su proximidad, cuando no
puede hablarles por lo complicado de la lengua, son manos para abrir la puerta
de su casa misionera y hacer entrar a los pobres que tocan en ella, son manos
para acariciar los niños, confortar a los enfermos, son manos para bendecir,
manos para tomar el pan y el vino y elevarlo al cielo para que se conviertan en
el cuerpo y la sangre de Jesús…son manos que se alzan para perdonar los
pecados…y manos que se abajan para ungir con el óleo de la salud… en definitiva,
la manos del misionero han de ser las manos de Jesús en el hoy de la vida y la
historia de los pobres…
f.
Mi lengua…
Entre los textos
bíblicos, uno que debió animar a Juan Gabriel fue éste: “Si alguien nunca falla en lo que dice, es una persona perfecta, capaz
también de controlar todo su cuerpo” (St 3,2).
La palabra cura o
hiere, acerca o aleja, anima o desalienta…en el caso del sacerdote ha de ser
por antonomasia palabra de bendición, de cariño, de anuncio de la buena nueva…
Nuestro mártir pide al Señor que su palabra sea buena, verdadera y la necesaria
para que sea como la de Jesús, palabra de consuelo, alegría, paz y de vida
eterna.
Si el Señor va
transformando sus manos, su lengua, va también transformando todo su ser. Si el
sacerdote es una persona indivisa, sin dobles agendas y está en manos del
Señor, así como la piedra echada en el lago y va haciendo ondas concéntricas
hasta abarcarlo todo, de manera similar el Señor va transformando al sacerdote
y al misionero hasta en lo más profundo de su ser.
El Padre Perboyre era
consciente de que como sacerdote, actuaba "in persona Christi Capitis”, de
quien recibe la facultad de actuar por el poder del mismo Cristo a quien
representa. Bien experimentaba en su vida, que seguía siendo hombre de carne y
hueso y sufriendo todas las tentaciones de los hombres: afán de poder, de
riquezas, de pasiones carnales; tal como Cristo mismo aceptó sufrir en el
desierto. Pero sobremanera, humildemente suplica que sus manos consagradas sean
siempre para bendecir, consagrar, levantar al pobre…y su lengua para proclamar
no sus palabras sino las del Maestro, para predicar la Buena Nueva, no los
discursos del mundo, que todos sus sentidos vayan encaminados a la gloria del
Señor y a buscar el bien de las almas, pero preferencialmente los pobres.
g. "Pero ante todo transforma mi alma y
todas sus potencias…”
Este extracto de una conferencia
del Fundador, bien pudo leerlo e interiorizarlo nuestro santo. De tal manera lo
vivenció, por eso convencido de la lucha que tenía en su naturaleza, hace que
pida al Señor lo transforme profundamente:
“procuremos, hermanos míos, hacernos interiores, hacer que Jesucristo reine en
nosotros; busquemos, salgamos de ese estado de tibieza y de disipación, de esa
situación secular y profana, que hace que nos ocupemos de los objetos que nos
muestran los sentidos, sin pensar en el creador que los ha hecho, sin hacer
oración para desprendernos de los bienes de la tierra y sin buscar el soberano
bien. Busquemos, pues, hermanos míos. ¿El qué? Busquemos la gloria de Dios, busquemos
el reino de Jesucristo” (SVP. XI, 3 Pag. 430).
h.
“Mi memoria…mi inteligencia… mi
voluntad
Sí, pasa finalmente a
pedir al Señor que luego de haberlo purificado en el cuerpo siga haciéndolo en
la memoria, la inteligencia, la voluntad.
Aquí en este campo ha
sido muy iluminador el aporte, que me ha hecho el P. Fernando Zapata, de la
Diócesis de Caldas, colaboración que agradezco inmensamente y que expongo a
continuación.
Memoria: para volver con
el corazón a aquel momento del llamado, acontecimiento fundante que lo movió a
la entrega al Señor, para recrearse en el Espíritu; en aquel que como a los
Doce -discípulos y apóstoles- Jesús los
envió a anunciar el Reino.
Perboyre
hizo memoria de palabras y acontecimientos del Maestro, y tuvo muy en su corazón cuidarse de caer
en aquellas palabras pronunciadas por el
autor sagrado, a la Iglesia de Efeso (Ap 2, 4). Fue -casi en todo-, un hombre
fiel al amor primero.
Inteligencia: para
discernir el Nous de Dios, que trasciende todo intelecto humano. La
inteligencia es el conocimiento hecho vida, a través de la sal del amor, que da sabor
y sentido a la existencia del hombre.
Todo esto se logra después de un discernir entre lo divino y lo humano, entre aquello
que Jesús reprochó a Pedro: “piensas como los hombres y no como Dios” (Mt
16,23).
La
inteligencia de Perboyre como la de
muchos hombres de Dios, se reflejó en su capacidad de orar,
aconsejar, y vivir el evangelio, para
llevar la sabiduría eterna de Dios a
pobres.
Voluntad: que vence todo
vicio y pasión, voluntad como fuerza, como casa de la libertad que permite
elegir con sabiduría lo virtuoso y hacer
de la vida un hábito de servir, amable y alegremente al otro, de entrega.
Para
Perboyre, Jesucristo se convirtió en
modelo paradigmático de virtud, a
partir de su entrega; por ello para él la Eucaristía ocupó el lugar más
importante en su corazón, Perboyre centró su corazón en el “Hoy” eucarístico,
ella dejó de ser mera “anamnesis”, para convertirse en el “memorial”, de la
pasión, muerte y resurrección del Señor, por ello Perboyre, entregó su vida como la de Jesús, mostrando aquello que el
evangelista ponía en labios del maestro en la última cena: nadie tiene amor más
grande, que el que da la vida por sus
amigos ( Jn 15, 13).
i. “Y así como el Padre dijo de mi…”
Hecho el camino de la
vida, finalmente llega la meta definitiva, se sube al Tabor de la santidad. ¿Qué
más se espera? Se ha recorrido el peregrinaje de la dura y lenta cristificación
en la vida misionera. Ha afrontado la vida que ha ido purificando
constantemente, ha vivido el regalo de la dignidad de hijo de Dios en el
sacerdocio misionero vicentino, que ha cuidado con gozo y agradecimiento. Ahora
con San Pablo puede decir: “He combatido el buen combate, he concluido mi
carrera, he conservado la fe. Sólo me queda recibir la corona de la salvación,
que aquel día me dará el Señor, juez justo, y no sólo a mí, sino también a
todos los que esperan con amor su venida gloriosa” (2 Tim 4, 6-8.17-18) y ser
proclamado por el Padre, así como el Padre lo hizo con Cristo: “este es mi Hijo
amado en quien tengo mis complacencias” (Mt 17, 5).
CONCLUSIÓN:
Algunas reflexiones que
nos pueden ayudar, para hacer que esta oración no se convierta como otras
muchas que sabemos o que podemos recitar, en una oración mecánica y sin sentido.
Quiero que esta oración, tanto a obispos, sacerdotes, diáconos, hermanos, como a
seminaristas vicentinos, sea un instrumento providencial que nos lleve a hacer
de ella vida de nuestra vida.
-
Sólo viviendo una relación consciente y
cada vez más comprometida con Jesús,
podemos llegar a transformarnos en El, y a saber escuchar hoy su voz en
la vida del mundo, de la Iglesia, de la Comunidad y de los pobres los nuevos
crucificados de nuestro mundo.
-
En un mundo como el nuestro, que ha
perdido la esperanza, la oración nos lleva a volver los ojos, los oídos,
nuestro corazón, en una palabra todo nuestro ser, para recuperar la esperanza y
llenarnos de los sentimientos de Cristo y así llenar al mundo de su amor, su
espíritu y su misericordia.
-
Nuestra adhesión a Cristo, nos lleva al
trabajo cotidiano, como el de Perboyre, a ponernos en guardia en la lucha
contra las debilidades del cuerpo, para poder llegar a un equilibrio personal
con Cristo y ser “imagen viva” o un “alter Christus”.
-
Ante tanta grandeza, la figura
extraordinaria de nuestro santo, la vemos como una meta inabarcable e
inalcansable, pero a la vez nos alienta la expresión de San Ignacio de Loyola,
que mientras leía las historias de los grandes santos pensaba: "¿Y por qué
no tratar de imitarlos? Si ellos pudieron llegar a ese grado de espiritualidad,
¿por qué no lo voy a lograr yo? ¿Por qué no tratar de ser como San Francisco,
Santo Domingo? Estos hombres estaban hechos del mismo barro que yo. ¿Por qué no
esforzarme por llegar al grado que ellos alcanzaron?…”
Medellín, 17 de mayo de
2015
No hay comentarios.:
Publicar un comentario