San
Vicente de Paúl y el Rosario
Autor: Bernard Koch,
C.M.. • Traducción: Luis Huerga Astorga, C.M. • Tomado de: Somos Vicencianos.
LOS
MISTERIOS GLORIOSOS
LA
RESURRECCIÓN
Nos faltan todas las
conferencias sobre Pascua, y no poseemos tampoco meditación alguna sobre la
resurrección de Jesús. Pero con motivo del servicio, espiritual o corporal,
Vicente nos enseña cómo en nuestra misión estamos asociados a la obra de la
resurrección. Alude más a Lázaro resucitado por Jesús, que a Jesús mismo
resucitado, pero podemos aun así asociar este texto con la doctrina de san
Pablo, quien nos enseña que, muertos con Jesús, se nos convoca a resucitar con
él.
Vicente, que había
entrado en posesión de San Lázaro por un deseo azaroso de su prior, vio en el
patronazgo de este santo un significado providencial. Oigámosle exponer a los
misioneros la obra de los retiros espirituales, en un pasaje no fechado (49):
Esta casa, hermanos
míos, servía antes de refugio para los leprosos; se les recibía aquí y ninguno
se curaba; ahora sirve para recibir pecadores, que son enfermos cubiertos de
lepra espiritual, pero que se curan, por la gracia de Dios. Más aún, son
muertos que resucitan. ¡Qué dicha que la casa de San Lázaro sea un lugar de
resurrección! Este santo, después de haber permanecido durante tres días en el
sepulcro, salió lleno de vida (Jn 11, 38-44)… Pero ¡qué vergüenza si nos
hacemos indignos de esta gracia!… ; no serán más que cadáveres y no verdaderos
misioneros; serán esqueletos de San Lázaro y no Lázaros resucitados, y mucho
menos hombres que resucitan a los muertos (XI, 710-711)
El servicio corporal de
los enfermos y heridos se beneficia de la misma consideración: el tema de la
resurrección vuelve una y otra vez en relación con las Hijas de la Caridad. El
23 de julio de 1654, habla a 4 Hermanas destinadas a Sedan (50):
Entonces, ¿para qué
tenéis que ir a ese sitio? Para hacer lo que Nuestro Señor hizo en la tierra.
El vino a reparar lo que Adán había destruido, y vosotras vais poco más o menos
con ese mismo designio. Adán había dado la muerte al cuerpo y había causado la
del alma por el pecado. Pues bien, Nuestro Señor nos ha librado de esas dos
muertes, no ya para que pudiéramos evitar la muerte, pues eso es imposible,
pero nos libra de la muerte eterna por su gracia, y por su resurrección da vida
a nuestros cuerpos, pues en la santa comunión recibimos el germen de la
resurrección… Para imitarle, vosotras devolveréis la vida a las almas de esos
pobres heridos con la instrucción, con vuestros buenos ejemplos, con las
exhortaciones que les dirigiréis para ayudarles a bien morir o a recobrar la
salud, si Dios quiere devolvérsela. En el cuerpo, les devolveréis la salud con
vuestros remedios, cuidados y atenciones. Y así, mis queridas hermanas, haréis
lo que el Hijo de Dios hizo en la tierra (IX, 652).
Un lenguaje similar el
8 de septiembre de 1657, al dar a las Hermanas noticias de las que curan a los
heridos en Polonia (51):
¡Salvador mío! ¿No es
admirable ver a unas pobres mujeres entrar en una ciudad sitiada? ¿Y para qué?
Para reparar lo que los malos destruyen. Los hombres van allá para destruir,
los hombres van a matar, y ellas para devolver la vida por medio de sus
cuidados. Ellos los envían al infierno, pues es imposible que en medio de
aquella carnicería no haya algunas pobres almas en pecado mortal; pero esas
pobres hermanas hacen todo lo que pueden para mandarlas al cielo (IX, 911).
PENTECOSTÉS
Vicente hace frecuente
referencia en sus cartas al Espíritu Santo, a menudo bajo la forma de breve
invocación. Cuando habla a los misioneros el 13 de diciembre de 1658, pasa del
espíritu de Nuestro Señor –en el sentido de mentalidad- al Espíritu Santo en
cuanto persona; del simple estado de gracia santificante, pasa a lo que
llamamos «vida mística», la acción de Dios en nosotros (52):
Hemos de saber que su
espíritu está extendido por todos los cristianos que viven según las reglas del
cristianismo;… Pero ¿cuál es este espíritu que se ha derramado de esta forma?
Cuando se dice: «El espíritu de nuestro Señor está en tal persona o en tales
obras» 21, ¿cómo se entiende esto? ¿Es que se ha derramado sobre ellas el mismo
Espíritu Santo? Sí, el Espíritu Santo, en cuanto su persona, se derrama sobre
los justos y habita personalmente en ellos. Cuando se dice que el Espíritu
Santo actúa en una persona, quiere decirse que este Espíritu, al habitar en
ella, le da las mismas inclinaciones y disposiciones que tenía Jesucristo en la
tierra, y éstas le hacen obrar, no digo que con la misma perfección, pero sí
según la medida de los dones de este divino Espíritu (XI, 410-411).
Dice a los misioneros
un día de Pentecostés no fechado (53): Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y
mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él (Jn 14, 23). Estas
palabras del evangelio de hoy (día de Pentecostés), que nos hablan del amor,
nos servirán de tema para hablar del amor que nuestro Señor pide de nosotros…
Así lo haremos (entrar en este amor), si estamos animados por el Espíritu
Santo, que es el amor que une a las personas de la Santísima Trinidad en sí
misma y a las almas con la Santísima Trinidad. Hagamos para ello un acto
interior, recurriendo a la Santísima Virgen y diciéndole: Sancta Maria, ora pro
nobis… Si amamos a Nuestro Señor, seremos amados por su Padre (Jn 14, 21), que
es tanto como decir que su Padre querrá nuestro bien, y esto de dos maneras: la
primera, complaciéndose en nosotros, como un padre con su hijo; y la segunda,
dándonos sus gracias, las de la fe, la esperanza y la caridad por la efusión de
su Espíritu Santo, que habitará en nuestras almas (Rom 5, 5), lo mismo que se
lo da hoy a los apóstoles, permitiéndoles hacer las maravillas que hicieron. La
segunda ventaja de amar a Nuestro Señor consiste en que el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo vienen al alma que ama a nuestro Señor (Jn 14, 23), lo cual
tiene lugar: l.º por la ilustración de nuestro entendimiento; 2.º por los
impulsos interiores que nos dan de su amor, por sus inspiraciones, por los
sacramentos, etcétera. El tercer efecto del amor de nuestro Señor a las almas
es que no sólo las ama el Padre, y vienen a ellas las tres divinas personas,
sino que moran en ellas. El alma que ama a Nuestro Señor es la morada del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo, donde el Padre engendra perpetuamente a su Hijo
y donde el Espíritu Santo es producido incesantemente por el Padre y el Hijo
(XI, 734-737).
Su conferencia a las
Hijas de la Caridad, el 25 de enero de 1643, sobre las virtudes de las
campesinas, termina así (55):
Que el Espíritu Santo
derrame en vuestros corazones las luces que necesitáis, para caldearlo con un
gran fervor y ‘laceros fieles y aficionadas a las prácticas de todas estas
virtudes, para que, por la gloria de Dios, estiméis vuestra vocación en cuanto
vale y la apreciéis de tal manera que podáis perseverar en ella el resto de
vuestra vida, sirviendo a los pobres con espíritu de humildad, de obediencia,
de sufrimiento y de caridad, y seáis bendecidas. En el nombre el Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo (IX, 103)..
Sin emplear ese
término, Vicente consagró a ella la Compañía de las Hijas de la Caridad, de la
misma manera que alguien se entregaría al servicio de una reina. Vicente
consagra la Compañía de las Hijas de la Caridad a la Virgen Santísima el 8 de
diciembre de 1658 (56):
Puesto que esta
Compañía de la Caridad se ha fundado bajo el estandarte de tu protección, si
otras veces te hemos llamado Madre nuestra, ahora te suplicamos que aceptes el
ofrecimiento que te hacemos de esta Compañía en general y de cada una de
nosotras en particular. Y puesto que nos permites que te llamemos Madre nuestra
y eres realmente la Madre de misericordia, de cuyo canal procede toda
misericordia, y puesto que has obtenido de Dios, como es de creer, la fundación
de esta Compañía, acepta tomarla bajo tu protección». Hijas mías, pongámonos
bajo su dirección, prometamos entregarnos a su divino Hijo y a ella misma sin
reserva alguna, a fin de que sea ella la guía de la Compañía en general y de
cada una en particular (IX, 1148).
Todo ello nos lleva a
hacernos conscientes de que, para seguir a Jesús, que ocupa el centro de los
misterios del Rosario, podemos a nuestra vez participar en las virtudes de
Nuestra Señora e implorar su intercesión. El 2 de febrero de 1647, según
concluye la plática sobre la obediencia, san Vicente llega incluso a dar una
cascada de intercesores, la cual brinda, en sucintas palabras, una visión total
de Dios y de la Iglesia (57):
Se lo pido al Padre
Eterno por el Hijo, al Hijo por su santísima Madre y a toda la Trinidad por
nuestras pobres hermanas que están ahora en el cielo (IX, 287).
Concluyamos nosotros
con otra consagración a la Santísima Virgen, la de la Compañía, el 8 de agosto
de 1655, cuya fórmula resulta de notable actualidad (58): Santísima Virgen, tú
que hablas por aquellos que no tienen lengua y no pueden hablar, te suplicamos,
… que asistas a esta pequeña Compañía. Continúa y acaba una obra que es la
mayor del mundo; te lo pido por las presentes y por las ausentes. Y a ti, Dios
mío, te suplico por los méritos de tu Hijo Jesucristo que acabes la obra que
has comenzado (IX, 733).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario