En el marco de los treinta
y siete años de la muerte del Beato Monseñor Óscar Arnulfo Romero (1980-2017), Arzobispo
de San Salvador (1977-1980),es una ocasión para hacer eco en algunas de sus declaraciones que
dejan entrever el verdadero compromiso profético y moral que tuvo con el pueblo
salvadoreño, que en la década de los setenta vivía una fuerte crisis socio-política
y económica a causa de la dictadura militar impuesta por la presidencia del
General Maximiliano Hernández Martínez, ésta duro más de cincuenta años,
marcando el inicio de un nuevo período en
la historia de El Salvador. Posteriormente, en manos del gobierno de Armando
Molina (1972-1977) las masacres se intensificaron al máximo y se implantaron en
las ciudades. Y esto continuara, cuando el general Carlos Humberto Romero toma
el poder (1/VII/77); la represión había entrado en la fase de los grandes
operativos de cerco y aniquilamiento en el campo, y del rastrillo y de los
cateos masivos en las ciudades.
El papel de la Iglesia
Católica fue primordial en esta época, el clero era consciente de los
sufrimientos del pueblo, estos se identificaban con las aspiraciones de los más
pobres, dando respuesta a lo que naturalmente corresponde a su compromiso con
Dios y la Iglesia.
En efecto las palabras del
teólogo, Alain Durand, expresan claramente la naturaleza del Reino de Dios en cuanto
a la realización de la promesa en medio de las gentes “Si Dios es un Dios de justicia, entonces existe el Reino allí donde se
haga justicia a todas las víctimas de la historia” [1].
Es en medio, del sufrimiento, de la desolación, de la injusticia, donde se hace
presencia de Dios, por medio de la Iglesia, cuya misión es hacer descender el
amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, con el fin de permitir que
prevalezca el reino de Dios y su
justicia sobre toda ley humana; la misión de la Iglesia se hace eficaz allí
donde el pobre pueblo clama justicia.
El reino de Dios está en
medio de los pobres, por medio de ellos se glorifica y se cumple la ley
establecida. Cuando amo al pobre, amo directamente a Dios, esto no quiere decir
que el pobre se convierta en un medio para amar a Dios, pues, con ello estaríamos
desconociendo la riqueza, el valor, de la naturaleza humana, que es imagen viva
del amor del Padre. Dios no necesitó pobres para amarnos, nos amó directamente
y nos proporcionó la creación para que ese amor se viera reflejado.
Víctima de este amor
entregado y donado, fue el sacerdote jesuita Rutilio Grande, asesinado el 12 de
marzo de 1977 por agentes del gobierno; y
trajo como consecuencia la suspensión de todos los servicios religiosos. El
pueblo y el clero protestó por el crimen. Desde ese momento Monseñor Óscar
Arnulfo Romero se negó a asistir a actos oficiales del gobierno, incluida la
toma de posesión del general Carlos Humberto Romero. En lo no dicho y con el
simple gesto de negarse a participar de dichos eventos, se empieza a despertar
una incertidumbre frente a la postura que puede tomar el Arzobispo.
Monseñor Romero manifestó en público su solidaridad
con el pueblo y denunció en sus homilías los atropellos contra los derechos de
los campesinos, de los obreros, de sus sacerdotes, y de todas las personas que
recurrieran a él, en este contexto de violencia y represión militar que vivía
el país.
Sus homilías dominicales
eran esperadas por todo el pueblo, éstas se trasmitían por la radioemisora de
la Iglesia y la cadena radial costarricense de onda corta Radio noticias del
continente.
Una de sus homilías más impetuosas y directas
fue la del 23 de marzo de 1980, un día antes de su muerte;
“Yo quiero hacer un llamamiento de manera
especial a los hombres del ejército y en concreto a las bases de la guardia
nacional, de la policía y de los cuarteles; Hermanos son de nuestro mismo
pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que de
un hombre debe prevalecer la ley de Dios que dice no matar, ningún soldado está
obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios, una ley inmoral nadie
tiene que cumplirla. Ya es tiempo que recuperen su consciencia y que obedezcan
antes a su conciencia que a la orden del pecado"
“La Iglesia defensora de
los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la persona, no puede quedarse
callada ante tanta abominación”
“Queremos que el gobierno
tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre.
En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta
el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre
de Dios: ¡cese la represión...!" [2]
Monseñor Romero, pastor y
hermano de los pobres, de los oprimidos, uno de los pioneros en la Iglesia
católica latina de la lucha por la justicia social y la defensa de los derechos
humanos, fue valientemente profeta, fue la voz de los que no tuvieron voz.
Su defensa fue la serena
aplicación del evangelio de Cristo, no se defendió con la ágil esgrima de un
Lasalle.
Treinta horas después de
la homilía del 23 de marzo, Monseñor Oscar Arnulfo Romero, es víctima de los
fascistas salvadoreños, que por orden del coronel Marco Aurelio Gonzales,
arremetieron con la vida, con la valentía y el honor de un gran profeta que no
le temió al martirio.
En la mañana del día lunes
24 de marzo de 1980, horas antes de la muerte de monseñor, el general Aurelio
había hecho una declaración frente a la impetuosa homilía de Monseñor “ Con la invocación de la ley divina,
monseñor Romero había cometido un delito que lo ponía al margen de la ley
dictada por los militares” [3]
esta declaración representaba una real sentencia de muerte, que deja
entrever la cobardía y con ello el temor de un gobierno incapaz de reconocer la
autoridad divina que está por encima de toda ley humana.
Monseñor Oscar Arnulfo
Romero marchó a la misión del cielo, justo en el momento en que celebraba el
sacramento de salvación. Partió proclamando la buena nueva a los pobres, buscando
el Reino de Dios y su justicia; lograron matar el cuerpo, pero no el espíritu
del profeta, le impusieron el silencio, pero la historia no callará.
“Si denuncio y condeno
la injusticia es porque es mi obligación como pastor de un pueblo oprimido y
humillado” [4]
“Como pastor estoy
obligado por mandato divino a dar la vida por quienes amo, que son todos los
salvadoreños, aun por aquellos que vayan a asesinarme”. [5]
[1] Porque tuve hambre, una teología a la luz de los pobres, Alain Durand,
Editorial Mensajero, Bilbao, 1997. Pg.
41.
[2] Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=BURZe6k3jmo
[3] El Salvador en la hora de la liberación, Tomás Guerra, Editorial
Farabundo Marti, libros armas de liberación, San Jose, Costa Rica,1980. Pg. 228
[4] Beato Monseñor Óscar Arnulfo Romero
[5] Ibíd.
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