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miércoles, 22 de marzo de 2017

SAN VICENTE DE PAÚL Y SANTA LUISA DE MARILLAC, TESTIMONIOS DE UN ESTILO DE EDUCACIÓN INTEGRAL CON IDENTIDAD

SAN VICENTE DE PAÚL Y SANTA LUISA DE MARILLAC,
TESTIMONIOS DE UN ESTILO DE EDUCACIÓN INTEGRAL CON IDENTIDAD

P. José Alexander Correa V., c.m.

“Solo formando al hombre desde adentro se libera”


Hace casi cuatro años el mundo entero recibió la buena noticia de Malala Yousafzai, la niña pakistaní que fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz 2014, que comparte con el activista indio Kailash Satyarthi.  Malala, a pesar de su temprana edad, ha venido liderando una lucha decidida por la educación infantil. El atentado que sufrió en 2012 por parte de los talibanes se originó sólo por querer asistir a la escuela y por su posición en pro derecho a estudiar de las mujeres.  Según la publicación digital norteamericana The Daily Beast, en la provincia de Malala en Pakistán, de los 700 mil niños que no reciben educación, 600 mil son niñas, a quienes se les seguirá negando el derecho a la educación mientras no se les proporcionen los recursos y la seguridad para asistir a clase.  Kailash Satyarthi, de 60 años, por su parte, ha liderado manifestaciones pacíficas que se han centrado en la explotación de niños con el fin de obtener beneficios financieros.  Ambas causas son justas y tienen que ver directamente con la dignidad del ser humano.  Sírvanos este coyuntural evento de la actualidad para abrir esta reflexión en torno a la educación vicentina y su aporte a la Nueva Evangelización.


1.      Orígenes de la educación vicentina

La bibliografía existente que trata de la educación en el siglo XVII, apenas refiere las escuelas de las Hijas de la Caridad y de los Sacerdotes de la Misión, fundados por Vicente de Paúl. Claro está que la obra de Vicente de Paúl en favor de la educación es una obra muy modesta con relación a la de los jesuitas, ursulinas, o de Juan Bautista de la Salle. Hay que afirmar otras dos cosas: en primer lugar, esta obra educativa de instrucción a la niñez y a la juventud se inscribe dentro del marco de servicio a los pobres que los Fundadores (Vicente de Paúl y Luisa Marillac) desplegaron en su tiempo de manera decidida.   En segundo lugar, si consideramos que el analfabetismo reinante en el Reino de Francia en el siglo XVII era una forma real de pobreza, no hay duda de que las escuelas vicentinas fueron una manera muy concreta de responder a esta pobreza. 


Ciertamente, ni Vicente de Paúl ni Luisa de Marillac fueron especialistas en pedagogía. No fueron teóricos de la educación. (…) Sin embargo, no es ninguna osadía hablar de San Vicente de Paúl o de Santa Luisa de Marillac y su relación estrecha con la educación y la pedagogía. Pero con una condición: hay que salir de los límites de lo meramente académico o técnico, y abordar la educación en su sentido más amplio, universal, formativo y modelador de la persona y de la sociedad. Entonces, podremos apreciar a San Vicente de Paúl y a Santa Luisa de Marillac como grandes educadores de todos los tiempos[1].

Vicente de Paúl vivió y actuó en una época en la que apenas comenzaban a aceptarse oficialmente las enseñanzas del Concilio de Trento (1545-1463) que, entre otras preocupaciones, dedicó a la instrucción de los niños y del pueblo cristiano buena parte de su reflexión.  Todo este entramado histórico hay que entenderlo para poder aproximarse a lo que ya hemos comenzado a llamar “la escuela vicentina”.

Veamos ahora ¿Cuál era la situación del ‘pobre pueblo’ en relación con la educación?  Los historiadores del siglo XVII francés coinciden en sintetizar en tres palabras la situación que golpeaba la vida del pueblo galo: guerra, peste y hambre[2]Esta trilogía, sin embargo, puede romperse como tal para completar un cuarteto con el azote de la ignorancia-analfabetismo, cuyas cifras no dejan de ser escandalosas. 


El Estado, atento a las guerras, no se interesaba por la instrucción del pueblo. Además por aquella época la mayor parte de las aldeas no tenían pastores instruidos y vigilantes que pudieran ocuparse de la formación religiosa de los niños. La Iglesia tomó conciencia de esta necesidad y surgen varias congregaciones destinadas a la instrucción de la infancia y juventud inmersas en la ignorancia…

La mirada aguda de Vicente de Paúl irá escrutando toda la terri­ble marginación y de ignorancia. Pero a esta mirada se suma la de Luisa de Marillac, quizás mucho más aguda en el campo de la educación. 

Luisa de Marillac, sensible ante este abandono educativo de los campos, se siente llamada a remediarlo. Ella es la creadora de las Escuelas de la Familia Vicenciana. Se organizan antes de que fuese erigida la Compañía como sociedad de vida apostólica al servicio de los necesitados. La fundadora, Santa Luisa de Marillac, en sus visitas a las Cofradías de la Caridad fundadas por San Vicente de Paúl, percibe entre 1629 y 1633 el abandono de los niños en los pueblos campesinos de Francia. Para su educación e instrucción organiza las escuelas parroquiales de la Caridad con jóvenes seglares de buena conducta que ella prepara debidamente como pedagoga y formadora.

«Las señoras de la Caridad tendrán una gran preocupación y deseo de la salvación de las almas de los pobres, ayudándoles tanto con sus oraciones como con sus pequeñas instrucciones; harán todo lo que puedan para que de este modo Dios sea honrado también en las otras familias de la parroquia y que, a ser posible, haya también una maestra de escuela encargada de enseñar convenientemente a los pobres» (Obras completas de SVP: X, 670).

En 1633, al fundarse la Compañía de las Hijas de la Caridad, San Vicente y Santa Luisa establecen como fin de la misma el servicio a los pobres y necesitados, y dejan claro que uno de los servicios urgentes y preferentes que deben ser atendidos es la educación:

«Las ursulinas atienden al prójimo instruyendo y recibiendo alumnas; pero lo hacen para los casos ordinarios, mientras que vosotras tenéis que instruir a los pobres en todas partes y siempre que tengáis ocasión, no sólo a los niños que van a la escuela, sino en general a todos los pobres a quienes asistís» (Obras completas de SVP: IX/2, 765).

En 1641 Santa Luisa de Marillac organiza la primera escuela vicenciana de París en el arrabal de San Dionisio y, anexa, la primera Escuela para la formación de maestras como servicio popular. Por orden de la autoridad competente tuvo que poner en la puerta la siguiente inscripción: «Aquí tenemos pequeñas escuelas. LUISA DE MARILLAC, maestra de escuela que enseña el servicio, a leer, escribir, y hacer letras, la gramática» (Margaret Flinton: Luisa de Marillac y el aspecto social de su obra, Salamanca 1974, p. 149).




Para entonces ya eran 13 las escuelas parroquiales dirigidas por las Hijas de la Caridad fuera de París, más la recientemente creada en el arrabal de San Dionisio. Urgía crear una escuela para la formación de las maestras. Y así se hizo. Hasta ese momento las Hermanas acudían a Las Ursulinas para formarse. En adelante podían ya formarse en su propia escuela dirigida por Luisa de Marillac, su fundadora y excelente pedagoga.

Pocos años después, en 1646, Luisa piensa en un reglamento común para todas las escuelas, con un método propio: el vicenciano, porque fue supervisado y aprobado por San Vicente de Paúl.

A Santa Luisa la preocupaba mucho la formación de las maestras y maestros de sus escuelas. Por eso escribió un Catecismo y el primer Manual o Reglas para las maestras de Escuela. Hay que tener en cuenta que en 1660, año de la muerte de los fundadores de la Compañía, San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac, ya había en Francia 35 escuelas vicencianas, 12 en París y 23 fuera de la capital, más dos en Polonia, una en Cracovia y otra en Varsovia.

Primeras escuelas vicentinas de París


Las Reglas para la Maestra de Escuela eran un conjunto de directivas y normas escritas por Santa Luisa de Marillac. Su aplicación y puesta en práctica dio a las escuelas vicencianas un perfil de calidad muy definido. Este perfil de sencillez y acogida, orden, respeto y disciplina llevaba consigo una metodología activa muy cuidada. Este es el secreto que ha mantenido el crecimiento y la expansión de nuestras escuelas desde los orígenes hasta hoy.


2.      Carisma vicentino y educación

Desde la época de San Vicente y Santa Luisa hasta los días de hoy, muchas cosas en la educación han cambiado y siguen cambiando. Necesitamos reinterpretar el testimonio educativo de San Vicente y Santa Luisa, a la luz de las necesidades de la realidad actual y de la evolución de la pedagogía. En esta relectura, podemos ver algunos retos para la educación vicentina de hoy:

Ø  De una educación entendida como obra de caridad, es necesario pasar a una educación entendida como derecho de la persona.

Ø  El derecho de todos a la educación puede y debe ser impregnado por el espíritu de caridad cristiana, con actitudes de amor, compasión y gratuidad.

Ø  La destinación de la educación vicentina a los pobres, exige una educación en la opción por los pobres. Acogida solidaria, cultivo de relaciones fraternales, tener al pobre como sujeto y no como objeto, práctica pedagógica liberadora, compromiso afectivo y efectivo con los pobres, etc., constituyen características fundamentales del modo de ser de la educación vicentina.

Ø  San Vicente y Santa Luisa partieron de la realidad concreta de la vida de los pobres, y nos animan hoy a buscar una educación encarnada en la vida y en la cultura de los pobres.

Ø  Siendo los pobres nuestros maestros, la educación vicentina debe desarrollarse en colaboración con ellos, a través de un movimiento recíproco de dar y recibir, de intercambio de conocimientos, de reciprocidad y solidaridad.

Ø  San Vicente y Santa Luisa desarrollaron un trabajo colectivo, creativo y participativo, y de esta manera debe ser la educación vicentina.

Ø  San Vicente y Santa Luisa, con conceptos y recursos de su tiempo, dieron lo mejor de sí mismos en la educación de los pobres, y hoy eso significa buscar una educación de calidad humana y pedagógica.

Ø  En continuidad con los objetivos de las Pequeñas Escuelas, la educación vicentina debe ser integral, sin olvidar la dimensión religiosa y el cultivo de la fe.

AMBIGUEDADES QUE HAY QUE SUPERAR

Básicamente son dos ambigüedades:

a) Las familias, los padres en general, desean más una educación liberal que una educación liberadora.
b) Los alumnos, frecuentemente, reducen la educación liberadora a la supresión de las normas disciplinarias (y se llega rápidamente a la anarquía ... ).

Para quitar la ambigüedad que algunos ven en la educación liberadora, es necesario saber que, este concepto implica también la formación de la conciencia crítica, la capacidad de solidaridad y de compromiso social, educación para vivir los valores, educación para la comunión y la participación, teniendo en cuenta que estas formulaciones no son solamente modismos, sino consecuencias de una gran intuición y propuesta inicial. ¿Cómo realizar la educación liberadora y evangelizadora? He ahí el gran desafío. Pero no es imposible. Sobre todo, es necesario concretizar estos propósitos en la definición y ejecución de los objetivos de la escuela y de las disciplinas y de las actividades; en la definición de los contenidos, de los métodos didácticos y de los procesos de evaluación, siempre que sea posible, dándole participación a los alumnos y también a los padres y a todos los educadores de la escuela. Pero sobre todo, la educación liberadora solamente será posible con la creación de nuevas relaciones educativas en los colegios haciendo pasar por las estructuras educacionales y por los procesos escolares el soplo del Espíritu Santo, el gran Pedagogo, que nos conducirá a Cristo en plenitud.


CONCRETIZANDO EN UN COLEGIO (Un ejemplo de pedagogía vicentina)

La provincia brasileña de la Congregación de la Misión (Río de Janeiro), tiene en la ciudad de Río de Janeiro el colegio de San Vicente de Paúl, donde estudian 1.600 alumnos de clase media, durante el día, en los grados 10. y 11. (Hasta la antesala de la Universidad) y más de 300 pobres, en el curso supletorio de primer grado, en la noche.

En este colegio, a lo largo de los años, ya desde antes de Medellín (1968), se explicitaron los objetivos, el método, el fundamento y las orientaciones cristianas y vicentinas de la educación liberadora, que vamos a resumir en cuatro aspectos:

1.      Nuestro objetivo es formar agentes de transformación social, esto es, un ciudadano de conciencia crítica, consciente por el conocimiento de la realidad, de los mecanismos estructurales generadores de la pobreza, capacitado para un compromiso solidario en favor de los pobres, a la luz de la opción por ellos, que ilumina hoy la práctica social de los cristianos de América latina. Miembros de la clase social detentora del poder, nuestros alumnos serán pronto llamados a ocupar puestos de decisión, importantes en la organización social, economía y política del país. Si son conscientes de su responsabilidad social, ocuparán esos cargos con el sentido del otro, del pobre, de la justicia.

2.      El método que usamos es la educación de la conciencia crítica, del sentido social, de la responsabilidad, de la libertad que se compromete en la lucha por la causa del hombre. Es una educación hecha en el diálogo, en la participación, en la comunión de ideas y de esfuerzos. Llamamos a ese método, educación liberadora y queremos con ese nombre expresar una educación concientizadora, personalizante y transformadora. Tenemos clara conciencia de que el proceso de liberación personal y comunitaria (fraternal) del hombre, va mucho más allá de las propuestas del simple liberalismo. El sentido y el contenido de la liberación emergen del fundamento en que nosotros nos basamos.

3.      El fundamento de nuestro trabajo, aquello de lo que partimos para educar, son los valores más auténticos, que Jesucristo vivió y enseñó y que la Iglesia propone como fermento de transformación social. Esos valores son, por ejemplo, la dignidad de la persona, la fraternidad, la libertad, la fidelidad a la palabra y a los ideales de la vida, la dedicación a los necesitados, la lucha por la justicia, el acoger los dones de Dios y su uso responsable en favor de fidelidad y sacrificio, la ayuda fraterna, y tantos otros, que tenemos la gran alegría de ver realizados en la figura de nuestro patrono e inspirador, San Vicente de Paúl, y de nuestros educadores que fundaron y formaron este colegio.

4. La orientación del colegio es cristiana, es católica, en lo que esto tiene de más universal, acogedor y pluralista. El colegio es una obra destinada a concretizar, en Río de Janeiro, la inspiración de San Vicente; formando a nuestros alumnos en el espíritu que animó a nuestro patrono de dedicarse a los necesitados, será como hoy procuraremos luchar con los marginados y oprimidos, para crear en ellos, las condiciones de superación de las situaciones inhumanas en que viven y para que realicen el mundo justo y fraterno que Dios soñó para nosotros, y que también nosotros tenemos el derecho de soñar y la misión de lograrlo.

3.      Aporte de los documentos eclesiales latinoamericanos y lectura vicentina

Sensibles al magisterio eclesial, los miembros de la Familia Vicentina[3] dedicados al trabajo pedagógico (educación formal) no hemos sido ajenos a la reflexión teológico pastoral que ha ofrecido de manera copiosa la Iglesia del continente, particularmente en el periodo post-conciliar. 

Medellín (1968): una educación liberadora.  En primer lugar, las propuestas de Segunda Conferencia General del Episcopado dinamizaron mucho la reflexión y la acción pedagógica vicentina.  Los obispos latinoamericanos como punto de partida expresaron la urgencia de una educación liberadora que ayude al vasto sector de hombres marginados de la cultura, que necesitan libertarse “de sus prejuicios y supersticiones, de sus complejos e inhibiciones, de sus fanatismos, de su sentido fatalista, de su incomprensión temerosa del mundo en que viven, de su desconfianza y de su pasividad”[4]. La educación latinoamericana es, en general, de contenido programático abstracto y formalista, más transmisora de conocimientos que creadora del espíritu crítico, sostenedora de estructuras sociales y económicas reinantes.

Si la educación es, en general, abstracta e inmediatista, pone al hombre al servicio de la economía; si la educación padece de estos males y de muchos otros, los obispos propusieron que nos empeñemos en hacer una educación liberadora, esto es, que transforme al educando en sujeto de su propio desarrollo; una educación creadora, que anticipe el nuevo tipo de sociedad que buscamos; una educación personalizante, que profundice en cada uno la conciencia de su dignidad humana, favorezca su autodeterminación y promueva el sentido comunitario. Una educación abierta al diálogo, atenta a las necesidades locales y nacionales, integrada a la unidad pluralista del continente y del mundo. Una educación con la que las nuevas generaciones se capaciten para la transformación permanente y orgánica que el desarrollo supone.

Este tipo de educación supone, respeto a las personas, estímulo y atención a la creatividad, formación del espíritu crítico, esfuerzo para establecer un nuevo tipo de relaciones entre educador y educando, para crear un clima de libertad unida a la responsabilidad, de espontaneidad y participación. Todo esto, vivido como un proceso personal y colectivo.

Puebla (1979): una educación evangelizadora.  El aporte de la Tercera Conferencia General del episcopado latinoamericano también fue asumido en clave vicentina.  Los obispos volvieron a hablar de la educación. Y ampliaron el enfoque de la educación liberadora, al hablar de educación evangelizadora, que contribuye para la conversión del hombre total, en su yo profundo e individual y también en su yo social, orientando al hombre hacia la verdadera liberación cristiana, participación del Misterio de Cristo resucitado, comunión filial con Dios y comunión fraternal con los hombres sus hermanos. Será una educación humanizadora, integrada al proceso social latinoamericano; una educación que ejerza una función crítica, una educación para la justicia. Y sobre todo: una educación en la que el educando se convierta en sujeto no sólo de su propio desarrollo, sino también del desarrollo social. Y toda la educación vista como medicación para lograr el gran objetivo de liberar para la comunión y la participación. En Puebla los obispos retomaron una de las propuestas hechas en Medellín y que parece ser central, como definición de los objetivos educacionales que debemos proponernos: "La educación católica debe producir los agentes de transformación permanente y orgánica, que la sociedad de América latina necesita".

Santo Domingo (1992): una educación inserta en el mundo de la cultura. Santo Domingo coloca su acento en la promoción integral del hombre a través de una evangelización inculturada.  El tema de la Promoción humana atraviesa el documento.


Aparecida (2007): una educación para el discipulado misionero (Cf. Artículo anexo).  

Ø  Educación propiamente cristiana implica educar “hacia un proyecto de ser humano en el que habite Jesucristo con el poder transformador de su vida nueva”. El proyecto educativo debe encontrar en Jesucristo el principio ordenador.
Ø  La Iglesia promueve una educación centrada en la persona humana que es capaz de vivir en comunidad.
Ø  Asimismo, impulsa una educación de calidad para todos, especialmente los más pobres, que integre la cultura y las dimensiones religiosa y trascendente de la vida.
Ø  En el Proyecto Educativo de la Escuela Católica, Cristo ofrece la unidad y realización de todos los valores humanos. Los valores y principios del Evangelio han de animar las normas educativas, las motivaciones interiores y las metas finales.
Ø  Por consiguiente, la meta de la escuela católica es conducir a los niños y jóvenes a un encuentro con Jesucristo vivo, para vivir la alianza con Dios y los hombres. La construcción de la personalidad de los alumnos se hace en esta vinculación estrecha con Jesucristo.
Ø  La Escuela católica está llamada a una profunda renovación, rescatando su identidad católica, para tener una pastoral educativa audaz:
                        - formación integral de la persona con fundamento   en Cristo,
                        - identidad eclesial y cultural,
                        - excelencia académica,
                        - acompañamiento en los procesos educativos,
                        - participación de los padres de familia,
                        - formación de los docentes.
Ø  La educación de la fe ha de ser integral y transversal en todo el currículo, de manera que el alumno se transforme en un discípulo misionero.
Ø  Todos los estamentos de la escuela, como comunidad eclesial, debe asumir su papel de formador de discípulos misioneros.
Ø  Principio irrenunciable de la Iglesia es la libertad de enseñanza que va unido, y no en competencia, con el derecho a la educación. Toda persona debe tener la plena libertad para elegir la educación de sus hijos. Los padres son los primeros y principales educadores.
Ø  Este principio ha de ser garantizado por el Estado, de manera que los subsidios ayuden a los padres a escoger, en medio de una pluralidad de proyectos educativos, la escuela adecuada para sus hijos.

4.      La educación vicentina en cambio de época: desafíos y oportunidades

Ø  Personas que no saben leer y escribir y que ya superaron la edad escolar; los niños y adolescentes, en edad escolar y que viven fuera de la escuela;

Ø  Las personas pobres que no pudieron completar la educación básica; la mayoría de los jóvenes, especialmente los pobres, sin acceso a la educación superior; los emigrantes y los trabajadores que no pueden ser integrados en las estructuras educativas; las mujeres discriminadas y oprimidas, que no tienen condiciones favorables para su educación;

Ø  «Los nuevos analfabetos modernos» que no pueden utilizar los recursos tecnológicos actuales;

Ø  Personas, especialmente jóvenes, que incluso son escolarizados, pero tienen carencia de sentidos y de condiciones saludables de vida, y por ello consumen sus vidas en las drogas, violencia y criminalidad;

Ø  Personas que, sin una conciencia bien formada, son manipuladas por la moda, por los medios de comunicación, por la ideología dominante; la gran masa de gente anónima, pobres, explotados y manipulados, sin saber sus derechos como ciudadanos...

Y la relación de personas excluidas en la educación puede ampliarse mucho, especialmente teniendo en cuenta las distintas realidades humanas, sociales, geográficas y culturales...

  
Preguntas para la reflexión y el dialogo:

1. ¿Desde el testimonio de San Vicente y Santa Luisa qué actitudes y compromisos precisamos asumir en nuestro trabajo educativo?
2. ¿Cómo podemos co-educarnos con nuestros hermanos a quienes servimos?
3. ¿Cuáles son los principales rostros de excluidos de la educación en su realidad local, regional y nacional?
4. ¿Cuáles son las principales causas y consecuencias de la exclusión educativa?
5. ¿Qué es lo que más ansían nuestros jóvenes?, ¿Tras de qué andan?, ¿En qué consisten sus grandes necesidades, heridas y carencias?, ¿Qué es lo que esperan de la sociedad en que viven y de la educación que ésta les ofrece? ¿Los conocemos después de todo?


Primacía de Dios          Centralidad en Jesucristo                Mística por los pobres



[1] 1Conferencia del P. Celestino Fernández, «San Vicente y la Educación», presentada durante la Asamblea Internacional de la AIC, en El Escorial, el 30 de marzo del 2011.
[2] Cf. BRAUDEL Fernand. El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. Fondo de Cultura Económica. .México, 1976.

[4] Medellín, Educación, 3.

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