Carta de Adviento 2013 a la Familia Vicenciana, del P. General
A todos los miembros de la Familia vicenciana,
¡Que la gracia y la paz de Nuestro Señor Jesucristo llenen sus corazones ahora y siempre!
Este año 2013 ha sido un año memorable. Hemos celebrado el “Año de la Fe” que ha coincidido con el 50 aniversario del comienzo del Concilio Vaticano II. También ha sido el año de “los dos papas”, ofreciéndonos dos acontecimientos poco probables que no habíamos visto desde hacía siglos: la renuncia del Papa emérito Benedicto XVI y la elección de un Papa no europeo, el Papa Francisco.
Pero uno de los acontecimientos destacados de 2013, que me ha impresionado profundamente, ha sido mi participación en la beatificación de los 42 miembros de la Familia vicenciana en Tarragona, España. Todos estos Paúles, estas Hijas de la Caridad y esta persona laica dieron sus vidas por la fe católica. Igual que ocurrió con los mártires vicencianos de las generaciones precedentes, estos miembros españoles de la Familia vicenciana murieron como vivieron: anunciando a Jesucristo en el servicio de los pobres. Es un testimonio fuerte para meditar en este “Año de la Fe”.
Próximos al final del año civil, el Adviento es un tiempo de esperanza y renovación. Llega cuando las estaciones cambian, cuando los días y el calor disminuyen al comienzo del invierno. El Adviento, es el ascua del fuego que alimenta el hogar del alma hacia una realidad más profunda. Dios está presente en nuestro mundo cualquiera que sea el momento o la estación. Y en Jesucristo encontramos la razón de nuestra esperanza y un camino de renovación.
En el mundo actual tenemos una gran necesidad de esperanza y de renovación. Las realidades de la guerra, de la violencia, de la pobreza, del hambre y de la injusticia nos atormentan cuando vivimos el carisma vicenciano; pero no son “problemas para resolver” sino una puerta para entrar en solidaridad con la familia humana. El Adviento despierta y renueva nuestros corazones en la esperanza con Cristo, nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida.
El acontecimiento: la Encarnación
Los textos de la liturgia del tiempo de Adviento expresan el deseo del antiguo Israel, no solo de una alianza sino de una relación: un contacto humano, para llenar el abismo entre el cielo y la tierra. Isaías predijo lo que los cristianos ya saben y les llena de alegría: “Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel, es decir ‘Dios con nosotros’ ” (Is 7, 14). Antes de que podamos acoger al “Dios con nosotros”, debemos prepararnos para recibir este maravilloso don. Es ahí donde el tiempo de Adviento -sus himnos, sus lecturas, su liturgia- nos ayuda a prepararnos para celebrar la Encarnación.
Las lecturas de Adviento, que proceden principalmente del profeta Isaías y del Evangelio de Mateo, nos ofrecen un rico mosaico bíblico de los deseos de Dios para la familia humana. Isaías utiliza imágenes sorprendentes: subir al “monte del Señor”(2, 1-3); “el suelo sediento” se cambiará en “manantial” (35, 7); y en un “reino de paz” en el que “habitará el lobo con el cordero… el ternero y el león pacerán juntos: un muchacho será su pastor” (11, 6-8). Las imágenes de Isaías simbolizan el poder creador de Dios en favor del bien; su deseo nos aporta la curación y la esperanza.
Mateo presenta también unas magníficas imágenes para el Adviento, como son la llamada de Jesús: “Estad en vela… porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre” (24, 42. 44) ; el grito de Juan Bautista : “Dad el fruto que pide la conversión” (3, 8) ; y la obra de Jesús que hace presente el reino de Dios : “los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen…y los pobres son evangelizados” (11, 5). En estos relatos de salvación, nuestro Salvador se hace uno de nosotros para realizar la obra de Dios y salvar a la humanidad. En este Adviento tomemos la resolución de dejar que las Escrituras estimulen nuestra imaginación y nos ayuden a profundizar en nuestra identidad con el Señor Jesús.
El resultado: una transformación
No basta con “amar” los signos externos del Adviento y apreciar la “gloria del relato de Navidad”. Como en todos los momentos de la vida y de la liturgia de la Iglesia, el Adviento es un tiempo de formación para una transformación. Nos desafía a imitar a Cristo que “siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza” (2ª Co 8, 9). La pobreza que Jesús asumió por nosotros y la riqueza que nos ha concedido proceden de su Encarnación, literalmente, cuando “se hizo carne” en nuestra condición humana. ¿Cómo “se encarna” Cristo en nuestras vidas?
La entrega total de Jesús por nosotros sirve de referencia a nuestro ser de discípulos suyos, viviendo nuestro carisma vicenciano. El mensaje de transformación del Adviento reside en el hecho de que la venida y el nacimiento de nuestro Salvador es la afirmación suprema del valor de la humanidad y de la dignidad de toda persona. Como discípulos de Cristo, debemos dejar de lado nuestros intereses personales de posición, seguridad y confort, y llegar a ser colaboradores de Cristo, dejando que las necesidades del “otro” sean nuestras propias preocupaciones.
El don de uno mismo en el amor de Dios y en el servicio al prójimo es el mejor regalo que podemos ofrecer en Navidad, o en cualquier momento del año. Entregarnos por el bien de los demás, sobre todo de nuestros señores y maestros, los pobres de Dios, nos une a Jesús y a la familia humana que Él ha rescatado. El Adviento es un tiempo de transformación de nuestra manera de amar que se manifiesta en la solidaridad con los demás.
La solidaridad con los demás nos conduce a formar un todo con Cristo, que no ha venido “a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por la multitud” (Mc 10, 45). En un mundo en el que abunda el sufrimiento, en el que el miedo se instala, los pobres son abandonados, denigrados y explotados, la “Buena Noticia” puede aparecer como una promesa vacía. Pero, al ser solidarios en nombre de Jesús, confesamos el amor de Dios por todos, poniendo nuestras vidas al servicio del Evangelio. Como nuestros santos fundadores, Vicente y Luisa, llegamos a ser “como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros” (2ª Co 5, 20).
La respuesta: vivir las virtudes vicencianas
Uno de mis pósters preferidos, que recibí un día, representaba el patio de una pequeña casa de campo. En el centro se encontraba una mujer tendiendo la ropa fuera para que se secara, una escena familiar en todo el mundo. Este póster llevaba este sencillo mensaje: “El amor es un duro trabajo”. ¡Es verdad! A veces, el “duro trabajo” de ser discípulos puede dejarse sentir como abrumador, incluso imposible. Así es como empieza la transformación: dejando que la persona de Jesús y el itinerario de san Vicente modelen nuestra vida para que demos testimonio de las virtudes del Evangelio.
San Vicente puso el acento en las virtudes de sencillez y humildad para seguir a Cristo y servir en solidaridad con los pobres. ¡Siglos más tarde, estas virtudes son todavía actuales! Por la sencillez, hablamos sin rodeos y sinceramente para decir lo que pensamos y pensar lo que decimos. La humildad nos mantiene enraizados en el amor de Dios y no permite que nuestros prejuicios personales nos impidan servir a Jesús. Estas virtudes constituyeron la hoja de ruta espiritual de Vicente; le ayudaron a orientarse en el terreno de su vida interior y a responder generosamente a las exigencias del apostolado. Decía: “Nuestro Señor no busca ni se complace más que en la humildad y en la sencillez de las palabras y acciones” (SV, XI-4 p. 519).
En este Adviento, dediquemos tiempo a examinar el grado de sencillez y de humildad en nuestra propia vida. Estas virtudes, con frecuencia en contradicción con “las maneras del mundo, eran esenciales para Jesús y san Vicente. En mis viajes estoy siempre edificado por los encuentros con los miembros de la Familia vicenciana que viven las virtudes de sencillez y humildad de palabra y en obras. Nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, inspira al mundo con su maravilloso testimonio de sencillez y humildad. Mediten sus palabras:
“Sabed que alguien os ama, que os llama por vuestro nombre, que os ha elegido… La única cosa que se os pide es que os dejéis amar.”
Es el sentimiento más conveniente en el momento en que comenzamos nuestro camino de Adviento. ¡Que Dios les bendiga!
Su hermano en San Vicente,
G. Gregory Gay, C.M.
Superior general
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