CONGREGAZIONE DELLA MISSIONE
CURIA GENERALIZIA, ROMA
Cuaresma 2015, en marcha hacia el camino de la
reconciliación,
de la paz y la humildad
Roma, 18 de febrero de 2015
Miércoles de Ceniza
Queridos hermanos y hermanas de la Familia vicenciana,
¡Que
la gracia y la paz de Nuestro Señor Jesucristo estén siempre en nuestros
corazones!
El
tiempo de Cuaresma es
un tiempo propicio para la meditación de los misterios de nuestra fe. De nuevo,
estamos invitados a unirnos a Jesús en camino hacia Jerusalén, para acompañarle
hasta el calvario, esperar en silencio junto al sepulcro y conocer la gloria de
su resurrección de la que nos hace partícipes. El evangelio del miércoles de
Ceniza nos recuerda que detrás de la riqueza de los símbolos externos de este
tiempo de gracia, la Cuaresma es un recorrido interior “Tú, cuando vayas a
rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo
escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará” (Mt 6,
6).
El tema de esta reflexión de Cuaresma está centrado en la reconciliación, la paz y la humildad; lo
he escogido a partir de la experiencia adquirida en las visitas pastorales a
los servicios de las Hijas de la Caridad en Corea del Sur y en Nagasaki, Japón,
en Mauritania y Túnez, África. En medio de las inquietudes, las
tensiones, dolores y sufrimientos que vivimos en nuestro mundo y en nuestras
propias vidas, la Cuaresma nos proporciona numerosas ocasiones para entrar en
“el espacio interior” de nuestra alma, para encontrar y acoger un concierto de
consuelos que nos llegan gracias a la reconciliación, la paz y la humildad.
La reconciliación
Cuando visité a las Hijas de la Caridad en Corea del Sur, me llevaron al
“Parque de la reconciliación”, que es una franja de tierra entre Corea del Sur
y Corea del Norte. Fue construido después de la guerra de Corea, en un esfuerzo
de colaboración entre el gobierno y los ciudadanos; los coreanos van allí para
reflexionar y orar por la reconciliación en esta península formada por dos
países, pero por un solo pueblo que comparte la misma historia, lengua y
cultura. Las Hijas de la Caridad hicieron de nuestra visita una peregrinación
mientras caminábamos tranquilamente meditando y rezando por el parque.
Esta experiencia está relacionada con la Cuaresma, que nos invita a buscar
la reconciliación en nuestras propias vidas, comenzando por la reconciliación interior cuando
tomamos conciencia de que somos los hijos predilectos de Dios. Solo entonces
podemos acercarnos con gestos de reconciliación a nuestras familias, vecinos, a
nuestras comunidades religiosas, a nuestro trabajo, servicios y asociaciones a
las que pertenecemos. Actuando así, intensificamos nuestros vínculos de
hermanos y hermanas en nuestro Señor Jesucristo.
Cuando dejamos que este espíritu de reconciliación impregne nuestras
vidas, podemos identificarnos con el Hijo Pródigo cuyo relato nos ofrece la
Escritura durante la Cuaresma. Nosotros que estábamos “muertos”, hemos vuelto a
la vida; estábamos perdidos y “hemos sido encontrados” por nuestro Padre que
quiere “celebrar y alegrarse” con nosotros (Lc 15, 32). San Vicente de
Paúl, que gastó su vida llevando la reconciliación a las personas procedentes
de todos los medios sociales, decía: “El bien de la paz y (de la
reconciliación)…es tan grande y tan agradable a Dios que El mismo dice a cada
uno: Inquire pacem et persequere eam. Buscad la paz y
corred tras ella” (Carta 158 del 16 de septiembre de 1633, SV I, p
264).
En esta Cuaresma, oremos por la reconciliación entre las naciones, por
ejemplo entre Corea del Norte y Corea del Sur, entre las regiones, los países y
en nuestras familias y comunidades, para que nuestras vidas y actos reflejen el
amor de Cristo que trae la reconciliación. Solo a través de la persona de
Jesús, podemos realmente llegar a una auténtica reconciliación con un efecto
duradero en nuestra Iglesia y en nuestra sociedad.
La paz
La paz es
un fruto de la reconciliación, que me lleva a mi segunda peregrinación a Kobé
en Japón, durante mi visita a los Cohermanos paúles y a las Hijas de la
Caridad. Fuimos a Nagasaki, una ciudad que cuenta con el mayor número de
católicos en Japón. Como lo atestigua la historia, una bomba atómica sacudió
Nagasaki el 9 de agosto de 1945. Después de esta terrible experiencia, Japón y
algunas personas de buena voluntad buscaron una manera visible de promover la
paz en medio de esta tragedia. Construyeron un “Parque de la paz”, que
visitamos, lleno de símbolos de paz ofrecidos por países y personas de todo el
mundo.
El principal símbolo que atrajo mi atención fue la estatua de un hombre
sentado, con un brazo extendido y el otro elevado hacia el cielo, representando
una llamada a la paz. Con un pie en el suelo y el otro cruzado sobre su
rodilla, quiere simbolizar que la búsqueda de la paz comporta una necesidad de
contemplación (un pie cruzado) y de acción (un pie en el suelo). La mano
tendida simboliza también que todos los hombres deben ser artesanos de paz y la
mano alzada hacia lo alto, indica que se necesita la ayuda de Dios para
suscitar verdaderas obras de paz.
La raíz de la reconciliación es la paz, necesaria para cada uno de
nosotros, y comienza en nuestros corazones. Solo después se enraíza en nuestras
familias, en nuestras comunidades religiosas, en nuestros vecinos, en nuestro
trabajo, nuestros servicios y en las asociaciones a las que pertenecemos. Como
Familia vicentina, debemos esforzarnos por cultivar la paz y promoverla de
todas las maneras posibles. San Vicente nos recuerda que “la caridad
exige que procuremos poner paz allí donde no la hay” (Carta 2138 del 23 de
abril de 1656, SV V, p. 570).
Esta Cuaresma nos ofrece un momento ideal para orar por la paz puesto que vivimos en un
contexto de constantes amenazas de guerra, terrorismo y violencia en nuestro
mundo. Este camino hacia la reconciliación, cuyo fruto es la paz, se realiza
practicando la virtud de la humildad. He visto esta virtud encarnada con fuerza
en hechos concretos durante mi visita a las Hijas de la Caridad en Mauritania y
en Túnez.
La humildad
Para
ejercer su servicio a los pobres en estos países, las Hijas de la Caridad deben
hacerlo humilde y discretamente. En Mauritania, un país que dice ser musulmán
al 100%, las Hijas de la Caridad trabajan con comunidades religiosas de origen
cristiano que no están reconocidas por este país como entidades visibles. En
estos países, las Hijas de la Caridad practican una gran humildad,
personalmente y en comunidad, porque trabajan en asociaciones laicas que sirven
a los pobres. Ellas no tienen la responsabilidad y deben trabajar con quienes
las dirigen.
Vivir
y trabajar en tal ambiente exige reconciliación y paz interior para aceptar
estas circunstancias. Esto invita sobre todo a una verdadera humildad, a una
“kénosis” para vaciarse de sí mismo. Vivir en un entorno en el que no se es ni
aceptado, ni reconocido, es difícil. Es aún más delicado cuando no existe la
posibilidad de dar un testimonio público de Iglesia, ni de nuestro carisma
vicenciano.
Así,
esta práctica de la virtud de la humildad no es posible más que mediante una
sólida vida interior de oración y un apoyo mutuo en comunidad. Nunca es fácil
abandonar la necesidad de control y la búsqueda de aprobación y de
reconocimiento del ego humano. La presencia de las Hijas de la Caridad de la
Provincia de África del Norte es un testimonio discreto pero firme de la virtud
de la humildad. Permite la continuidad de nuestro carisma de servicio a los
pobres, sobre todo en la atención a las personas que viven en los márgenes. Son
los pobres de Dios y de san Vicente, los pequeños que a menudo son apartados e
incluso olvidados.
Las
Hijas de la Caridad y los miembros de la Familia vicenciana, sirven hoy en
situaciones parecidas a través de todo el mundo. En su servicio humilde y con
frecuencia escondido, no forman más que una unidad con los pobres por su
testimonio voluntario. San Vicente decía: “La humildad consiste en anonadarse
ante Dios y en destruirse a sí mismo para agradar a Dios en su corazón sin
buscar la estima y la buena opinión de los hombres, y en combatir continuamente
todos los impulsos de la vanidad… La humildad hace [que la persona] se
anonade, para que sólo se vea a Dios en ella y se le dé gloria a Él”
(Conferencia del 22 de agosto de 1659, SV XI-b, p. 587-588).
Según
mi propia experiencia, para trabajar en la reconciliación y tener paz en
nuestro corazón, debemos adquirir y practicar la virtud de la humildad. Para
lograrlo, lo mejor es examinarnos ante Dios con toda sinceridad y apertura de
corazón. Esto nos conduce a lo que san Pablo llamaba la “kénosis”, a
despojarnos. Nuestro modelo es Cristo, que “siendo de condición divina, no
retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo
tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Reconocido como
hombre por su presencia” (Fil. 2, 6-7). En la vida cristiana, esta lección de
humildad que consiste en “despojarse de uno mismo” no es solamente una tarea
individual sino una parte esencial de nuestra identidad como Iglesia. La
Cuaresma nos invita a una conversión de corazón personal y comunitaria.
Un corazón lleno de misericordia
El
mensaje de Cuaresma del Papa Francisco lleva por título: “¡Fortalezcan sus corazones!” (St 5, 8), un tema muy adecuado para nuestra reflexión. Solo
practicando la humildad, la paz y la reconciliación nuestros corazones podrán
permanecer firmes y anclados en la misericordia y el amor de Cristo. La
Cuaresma es un tiempo para buscar una renovación interior en la oración, la
inmersión en la Escritura, la Eucaristía diaria y la vivencia de nuestro
carisma vicentino de servicio a los pobres. Todo esto nos invita a tener un
corazón fuerte. Escuchemos estas palabras del Santo Padre:
“Tener un corazón
misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser
misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero
abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por
los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva,
un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro. Por
esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta
Cuaresma: “Fac cor nostrum secundum cor tuum”: “Haz nuestro corazón semejante
al tuyo” (Mensaje de Su Santidad el Papa Francisco para la Cuaresma 2015, p.
3).
Que
esta Cuaresma nos ayude a crecer en el amor a Cristo y a nuestro carisma
vicenciano mientras avanzamos por el camino de la reconciliación y entramos en
el sendero de la paz con “corazones quebrantados y humillados” (Salmo 50,
19).
Su hermano en san Vicente,
G. Gregory Gay, C.M. Superior general
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