CEVCO
REFLEXION
- ENCUENTRO SOBRE EL MARTIRIO – CALI 24.X.2014
POR
EL SENDERO DE LA ENTREGA COTIDIANA, HASTA LA CUMBRE DEL MARTIRIO: MISIONEROS VICENTINOS
– PAULES - ESPAÑOLES
MÁRTIRES
DEL SIGLO XX
Beatificados
el 13 de Octubre de 2013 en Tarragona
P. Marlio Nasayó
Liévano; c.m.
INTRODUCCION:
Ya desde los tiempos
del Santo Fundador la Congregación de la Misión ha estado teñida con la sangre
de valiosos y fieles misioneros, tanto obispos, como sacerdotes, hermanos y
seminaristas, que han derramado gozosamente la sangre por la causa del Señor
Jesús evangelizador de los pobres.
El Fundador se percató
de primera mano del sacrifico del protomártir Tadeo Lee en Irlanda, cuánto lo
conmovió el martirio del P. Juan Le Vacher en Argelia y desde el cielo ha
seguido presenciando la fidelidad de sus hijos en los diversos surcos
misioneros del mundo.
El siglo XX que acaba
de agonizar no ha sido la excepción en el sacrificio misionero: para nosotros
la madre patria España, ha sido espléndida y generosa. Durante la persecución
religiosa (1931 – 1939): 56 misioneros (37 sacerdotes y 19 hermanos) ofrendaron
alegre y generosamente sus vidas por el Señor, la Iglesia y los pobres.
En un comienzo la
Congregación introdujo la causa de todos estos misioneros, pero luego vio que
lo más conveniente era iniciar con los casos más claros y evidentes. Se
procedió a tomar 5 procesos en las diócesis donde nuestros misioneros sufrieron
la palma del martirio. Pero pasando el tiempo se llegó a la unificación en un
solo proceso. Para nuestro estudio no obstante tomamos por orden metodológico
cada grupo de cohermanos según las casas y diócesis donde murieron.
Este es el primer
proceso de nuestros misioneros que sale avante, quedan pendientes dos procesos
más: el del P. Vicente Queralt LLoret y seis compañeros sacerdotes, proceso
incoado en la Arquidiócesis de Valencia y el del P. José María Fernández y
compañeros (17 sacerdotes y 16 hermanos) proceso iniciado en la Diócesis de
Madrid.
Haré una reseña de cada
uno de los mártires destacando lo más sobresaliente de su figura misionera y al
final expondré los elementos comunes a todos, que son entre otras cosas los rasgos
que deben impactar y estimular la vida de la trocha misionera, de quienes como
ellos hemos sido llamados por el Señor para engrosar las filas de la
Congregación de la Misión y construir la obra del Señor entre los pobres en
este siglo XXI.
Este trabajo en su
primera parte ha sido tomado de la página Web de los cohermanos de la provincia
de Madrid, con unas leves correcciones, y la parte final es una sencilla
reflexión que hago, siempre abierta para ser complementada y enriquecida.
BIOGRAFIAS
I.
MARTIRES
DE OVIEDO Y GIJON
1934
- 1936
-
P. TOMÁS PALLARÉS IBÁÑEZ
(1890-1934)
-
Hno. SALUSTIANO GONZÁLEZ CRESPO
(1871-1934)
-
P. AMADO GARCÍA SÁNCHEZ
-
(1903-1936)
-
P. PELAYO JOSÉ GRANADO PRIETO
(1895-1936)
-
P. ANDRÉS AVELINO GUTIÉRREZ MORAL (1886-1936)
-
P. RICARDO ATANES CASTRO (1875-1936)
MARTIRES
DE OVIEDO
La casa de OVIEDO se
inició en la alborada del siglo XX. Esta obra era el SEMINARIO CONCILIAR.
Nuestros misioneros tenían la misión de la dirección espiritual, la disciplina
y la economía.
Cuando la revolución de
Asturias había 5 sacerdotes y un hermano. Fueron martirizados los padres
Pallares y Pastor, y el H. González. De todo nuestro elenco martirial el P.
Vicente Pastor Vicente, es el único misionero que no fue aprobado para la
beatificación en esta ocasión, porque aún falta material documental que pruebe
la evidencia de su martirio, esperamos que en el futuro sean aclaradas las
lagunas que hay al respecto.
P.
TOMÁS PALLARÉS IBÁÑEZ
(1890-1934)
Nacido en La Iglesuela
del Cid (Teruel), el 6 de marzo de 1890 y fue bautizado al día siguiente en la
iglesia parroquial de su pueblo. Siendo aún niño ingresó en la Escuela
Apostólica que los misioneros Paúles habían abierto en Teruel en 1887. Allí
estudió los cursos preparatorios y luego ingresó en el Seminario Interno el 8
de septiembre de 1906. Emitió los Santos Votos el 9 de septiembre de 1908 y
recibió el presbiterado el 29 de agosto de 1915.
Su vida misionera la
inició en las MISIONES POPULARES, predicadas en la isla de Tenerife, 1915-1923,
que combinaba con clases de latín a los bachilleres en el Colegio de Enseñanza
Media de los Hermanos de la Salle. Vuelto a la Península en 1923, desarrolló varios
ministerios, entre otros ayudante del Ecónomo Provincial y confesor en
distintas capellanías, hasta que el Superior General, P. Francisco Verdier le
nombra SECRETARIO DEL COMISARIO EXTRAORDINARIO, P. De las Heras, Superior
Provincial de México, para visitar las Provincias de los Misioneros Paúles e
Hijas de la Caridad de España.
Ya siendo Visitador, P.
Adolfo Tobar (1930-1949), le envió en 1930 al SEMINARIO DIOCESANO DE OVIEDO,
como Mayordomo, luego Director espiritual y Vicerector del Seminario de Oviedo.
Lo que menos se esperaba era que la «octubrada» marxista de Asturias truncara
su carrera, en 1934. Los comunistas revolucionarios rodearon el Seminario
Diocesano, convirtiéndolo en punto de miras de un horrible tiroteo. La mayoría
de profesores y discípulos quedó apresada y llevada a la Comisaría y
posteriormente a una cárcel improvisada, antiguo cuartelillo de la Guardia
Civil, juntamente con otros religiosos carmelitas y dominicos. Los
revolucionarios, ellos y ellas, pistola en mano, lanzaban amenazas, gritando
furiosos contra los sacerdotes y religiosos: “A éstos, acabad con todos de un
tiro”.
El 13 de octubre en la improvisaba cárcel hubo dos explosiones. A las doce y media del mediodía, cuando vieron que las fuerzas gubernamentales avanzaban por la estación, provocaron la primera explosión con el fin de darles a ellos tiempo, para escapar, tras haber volado la escalera, y preparar la segunda explosión que arrasaría todo el edificio. Al deslizarse por las cuerdas el P. Pallarés, una ráfaga de balas le alcanzó la cabeza; se desprendió de la cuerda y cayó desplomado en el segundo piso, donde expiró al instante. Era el mediodía del 13 de octubre -sábado- de 1934. Un poste de hierro de los cables del tranvía, lanzado por la segunda explosión, cayó encima del cuerpo del P. Pallarés, quedando sepultado por el mismo poste.
Hno.
SALUSTIANO GONZÁLEZ CRESPO
(1871-1934)
El 1 de mayo de 1871
nació Salustiano en un hogar de un humilde matrimonio, situado en Tapia de la
Ribera (León), distante 25 km. de la capital leonesa. Eclesiásticamente,
pertenecía entonces a la diócesis de Oviedo. Al día siguiente del nacimiento
fue llevado a la iglesia parroquial, dedicada a Santa Eulalia, donde fue
bautizado recibiendo el nombre de Salustiano. Y fue confirmado el 24 de julio
del mismo año de su nacimiento. Al cumplir los veintidós años, en 1893,
consiguió colocación en el Hospital Civil de León, donde estuvo empleado como
auxiliar de enfermería dos años.
En contacto con las
Hijas de la Caridad que servían a los enfermos del Hospital fue descubriendo la
que sería su vocación definitiva. Una buena tarde dominical, aprovechando la
confianza que le inspiraban las Hermanas, les manifestó su inquietud de servir
en alguna comunidad religiosa. Las Hermanas reaccionaron al instante y le propusieron
que se dirigiera a los Misioneros Paúles, y ellos le darían respuesta sobre la
posibilidad de entrar en la Congregación de la Misión como Hermano. El 28 de
octubre de 1894 iniciaba su vida misionera entrando en el Seminario Interno.
Emitió los Santos Votos como todo miembro de la Congregación el 29 de octubre
de 1896, en la Casa-Misión de Ávila, donde había sido destinado.
De Ávila, fue destinado
a Valdemoro y de aquí, al Seminario Diocesano de La Laguna (Tenerife), en 1900.
Sin cambiar de isla, en 1906 es trasladado a la Casa de Santa Cruz de Tenerife,
donde gastó la etapa más larga de su vida: veintidós años, 1906-1928. Sin que
lo esperara, le llegó un nuevo destino que le condujo a la Casa-Teologado de
Cuenca (1928-1930). Finalmente, su última misión: el Seminario Diocesano de
Oviedo. Un compañero suyo atestigua: “Se desvivía en atender a los pobres con
los escasos medios de que disponía”. “En una de las incalificables torturas,
frente a los fusiles, el Hno. González se adelantó con los brazos en cruz hacia
los verdugos y, cubriendo con su cuerpo a los seminaristas que aguardaban su
última hora, exclamó implorante: ¡Matadme a mí que no valgo para nada; pero
dejad libres a estos jóvenes, que aún pueden hacer mucho bien!”
El día 13 de octubre de
1934 moría combatiendo el buen combate de la fe. Valga como homenaje póstumo lo
jurado por un testigo: “… Al comenzar la revolución religiosa aquí en Oviedo,
en el primer viernes de octubre de 1934, el Hno. Salustiano fue prendido por
los comunistas en el Seminario Diocesano. Lo llevaron preso al antiguo Colegio
de Jesuitas. Y aquí volaron los comunistas el edificio con dinamita, y el Hno.
Salustiano pereció en la hecatombe”. Hombre sencillo, que con rectitud de
corazón se ganaba los corazones de los pobres.
MARTIRES
DE GIJON
Esta
era una CASA-MISIÓN donada por el sacerdote Aniceto González. En 1936 la
Comunidad local estaba formada por 4 padres y 1 hermano. Sufrieron el martirio
los PP. Amado García, Atanes y Gutiérrez.
En
la actualidad la Congregación continúa en Gijón en la casa e iglesia parroquial
de La Milagrosa, donde los misioneros continúan trabajando en el ministerio
vicentino.
P.
AMADO GARCÍA SÁNCHEZ
(1903-1936)
Nuestro futuro mártir,
Amado nació el 29 de abril de 1903 en Moscardón (Teruel). El bautismo le fue
administrado el 1 de mayo, y la confirmación, cumplidos los 12 años, poco antes
de ingresar en el Colegio Apostólico de Teruel, en 1914. Todos los sacramentos,
incluida la Primera Comunión, los recibió en la iglesia parroquial del pueblo.
El 10 de septiembre de
1917 ingresó en el Seminario Interno de la Congregación de la Misión. El estudio
de la vida y obras del Fundador satisfacía sus anhelos humanos y cristianos,
según él mismo lo afirmó. El 30 de abril de 1921 emitía los Santos Votos.
Aprobados los cursos filosóficos, emprendió el estudio de teología. El 2 de mayo
de 1926 del mismo año recibió el presbiterado de manos del arzobispo de
Santiago, Mons. Julián de Alcolea. El día de su ordenación sacerdotal reveló el
secreto de su vida: “Que el Señor me dé sentido común. Y después, de ahí para
arriba, todo lo que quiera…”
De gran devoción
eucarístico-mariana en el templo de la Virgen Milagrosa, erigido en Madrid, se
dirigió en 1926 a la Casa-Misión de Ávila para cumplir la misión de predicar MISIONES
POPULARES. La autoridad de Santa Teresa de Jesús, cuyas obras conocía y citaba
con frecuencia, daba un sabor especial a sus predicaciones. Recién fundada la
casa de Granada, allá fue destinado en 1927. Pronto se dieron cuenta los
clérigos de Granada de la personalidad del P. Amado y recurrían a él como a un
apóstol para manifestarle sus necesidades espirituales y pastorales.
Habían pasado dos años
escasos cuando los superiores llamaron de nuevo a la puerta de su
disponibilidad para enviarle en 1929 a Gijón, donde desarrolló una excelente
misión apostólica, de atracción de LA JUVENTUD. El 15 de agosto de 1936 hizo su
última salida. Él sabía que la persecución arreciaba y que en cualquier momento
podía ser sorprendido por los enemigos de la Iglesia y ser condenado a muerte.
El 24 de octubre de 1936, la víspera de Cristo Rey, los asesinos entraron muy
de mañana en la checa y, con lista en mano, el lector de turno leyó el nombre
del Padre Amado, quien dio un paso adelante. De inmediato abrazó al Hno.
Paulino, diciéndole: “¡Adiós! ¡Hasta la eternidad!”, a la vez que dirigía una
súplica a los asesinos: “Matadme a mí, pero no hagáis nada a este pobre viejo,
que es solo un criado nuestro”.
No había clareado todavía
el día 24 de octubre cuando le hicieron subir a un coche y le condujeron al
cementerio municipal de Gijón (cementerio del Suco, Ceares). Poco antes del
asesinato, dirigiéndose a sus verdugos les dijo: “Me matáis porque soy
sacerdote. Que Dios os perdone, como yo os perdono”. La joven Isabel García fue
una de las personas que estuvo más cerca del P. Amado en los últimos momentos
dijo: “Tengo un alto concepto de las virtudes del P. Amado, quien en los
momentos de angustia revolucionaria se sentía responsable de la comunidad y de
las personas acogidas en la misma comunidad”.
P.
PELAYO JOSÉ GRANADO PRIETO
(1895-1936)
Pelayo José nació en
Santa María de los Llanos (Cuenca), el 30 de julio de 1895, y fue bautizado el
1 de agosto del mismo año. Al enviudar su madre, se trasladó a Belmonte con sus
cuatro hijos pequeños, y no le queda otro remedio que ponerse ella a trabajar,
primero en casas de familias y, más tarde, como responsable de realizar
trabajos externos de las religiosas Concepcionistas Franciscanas y colocar a
dos de sus hijos mayores en colegios gratuitos.
Cumplidos los ocho
años, en 1903, Pelayo fue llevado a Cuenca por su madre, dejándole internado en
la Casa Beneficencia, atendida por las Hijas de la Caridad, tras haber hecho la
Primera Comunión en el convento de los Padres Trinitarios. En la Beneficencia
de Cuenca permaneció Pelayo hasta 1910. Le bastaron cuatro años a Pelayo para
ponerse a la altura de sus compañeros mejor preparados e ingresó en la
Congregación de la Misión el 8 de septiembre de 1914. Tenía 19 años cumplidos.
Apenas ungido sacerdote para evangelizar a los pobres, recibe el primer destino
que lo lleva a Écija (Sevilla), donde se da de lleno a la predicación de MISIONES
POPULARES (1923-1927). Lo mismo hará en los destinos siguientes de: Granada
(1927- 1929), Sevilla (1929-1932), Badajoz (1932-1935) y Gijón (1935-1936). Por
donde pasaba dejaba implantada la ASOCIACIÓN DE HIJOS E HIJAS DE MARÍA.
Con ocasión de tener
que ir a La Corrada a predicar, el 19 de agosto, una hermana le advirtió que no
fuera, pues correría un gran peligro, pero él contestó: “La obediencia es
necesaria, ya que sin ella no es posible el martirio”. Todo discurría con
normalidad hasta que, llegada la tarde, comenzó la movida antirreligiosa de
milicianos que proferían insultos contra la Iglesia y la religión. El P.
Granado, al verlo y oírlo, suspendió el viaje de vuelta a Gijón.
María del Carmen García
de Castro Carreño, escribió estas palabras textuales de su confesor: “Mira,
hija, yo no temo ser mártir. Lo que temo es que me hagan sufrir mucho, porque
en esos momentos tan terribles no sé lo que puede pasar…” Los verdugos más
encarnizados contra la fe católica mutilaron parte de los miembros del cuerpo
del P. Pelayo, mientras ofrecía su vida por la paz y la concordia. Le golpeaban
y pinchaban, al tiempo que se burlaban de él. Le privaron de su integridad
viril y fueron cortando con cuchillo trozos de carne, que luego cosían con
agujas colchoneras.
El 27 de agosto de 1936
-era de noche- le sacaron de la prisión para conducirle a la orilla del río
Nalón, a su paso por Soto del Barco. Allí mismo, con navaja, le cortaron de
nuevo la espalda hasta que expiró, arrojando su cuerpo al río. Soportó el
dolor, sin renegar de su fe, porque la fuerza del Espíritu estaba con él. Murió
amando a cuantos le hacían sufrir. “¡Señor, perdónales!”, exclamaba. El P.
Pelayo al morir tenía 41 años.
P.
ANDRÉS AVELINO GUTIÉRREZ MORAL
(1886-1936)
Andrés Avelino nació el
12 de noviembre de 1886, en Salazar de Amaya (Burgos), fue bautizado el día 14,
dos días después de su nacimiento, en la iglesia parroquial, y confirmado el 25
de octubre de 1893, a los siete años de edad.
Desde joven daba ya señales claras de un
temperamento vivo y rebelde. Su hermana mayor le encauzará por las vías del
dominio de sí mismo, aprovechando que se acercaba el día de la Primera
Comunión. De los consejos de su hermana se acordará cuando, siendo ya
misionero, predique a la gente en las misiones sobre la necesidad de dominarse
a sí mismo.
Andrés ingresó en el
Seminario Interno el 3 de julio de 1903. Pronunció los Santos Votos el 4 de
julio de 1905. Al terminar el cuarto año de teología en Limpias (Cantabria), en
1911, recibe la ordenación sacerdotal en Santander. Su nombre se hizo célebre
en toda la comarca burgalesa, dando MISIONES POPULARES; era conocido con el
nombre de «P. Tareas». Llegó destinado a Gijón, en 1933, ligero de equipaje.
El P. Gutiérrez conocía
el peligro que corría en la nueva residencia de Gijón y sabía que le esperaba
lo mismo que a sus compañeros de Oviedo si no buscaba refugio. Su nombre estaba
fichado y no tardaron en aprisionarle. Un día no fechado, “llamaron los comunistas
a la residencia de los Misioneros Paúles de Gijón. Salió el P. Gutiérrez.
Preguntaron por él, que respondió inmediatamente: «Servidor». Y se lo
llevaron”. Nadie supo dónde le escondieron, para sacrificarlo secretamente, sin
llamar la atención. Lo cierto es que el 3 de agosto de 1936 lo encontraron
encerrado en una prisión improvisada de Gijón. Hacia las tres de la tarde de
este mismo día, tres o cuatro milicianos lo sacaron a escondidas, y le
transportaron en un carro al pueblo de San Justo. No necesitó interrogatorio
alguno para ser condenado a muerte, pues bien sabían los asesinos que era
sacerdote. Sin más palabras, arremetieron a golpes contra él, con saña
despiadada, y le sentenciaron a muerte entre insultos y vejaciones.
Llegado al pueblo, le
hicieron subir monte arriba con grandes sacrificios, mientras sus enemigos le punzaban
con palos hasta derribarlo de bruces en tierra. La subida al monte fue un
verdadero calvario. “Iba hablando solo -según un testigo-, es decir rezando los
misterios dolorosos del rosario”. Llegó por fin a la altura de unos setenta
metros y allí mismo le dispararon vilmente. Mediaba la tarde del día 3 de
agosto. Apenas tenía cincuenta años de edad. Según los testigos que lo vieron
ya agonizante, yacía boca arriba, bañado en una gran charca de sangre. Tenía la
frente marcada con una cruz. El último esfuerzo lo hizo para llevar la mano
ensangrentada hasta la frente y bendecir a sus verdugos.
P.
RICARDO ATANES CASTRO
(1875-1936)
Ricardo nació en
Cualedro (Orense) el 5 de agosto de 1875. En mayo de 1882, cuando le faltaba
poco para cumplir siete años, recibía la Primera Comunión. Ingresó en la
Congregación de la Misión el 11 de mayo de 1891. Ricardo tenía 15 años; pese a
su corta edad los superiores le juzgaron preparado para emitir los Santos Votos
el 6 de agosto de 1893. Sus condiscípulos le señalaban como un auténtico
místico. Abundan testimonios como el siguiente: “Rendía culto fervoroso a los
misterios más augustos de nuestra fe, como la Santísima Trinidad, la
Encarnación y la Eucaristía…”
En octubre de 1899 fue
enviado a Mérida de Yucatán (México), donde permaneció diez años enseñando en
el SEMINARIO DIOCESANO. En 1909 dejó
el ministerio de las clases del Seminario, para dedicarse sólo a dar CATEQUESIS A LOS INDIOS MAYAS, hasta
1914 en que dirigió sus pasos a Estados Unidos de América. En 1914 cambió de
escenario geográfico y actúo en Fort Worth, Texas, al servicio de la colonia
mexicana (1914-1924). Obligado por sus superiores, vuelve a España en 1924,
pero con intención de regresar a su destino de Fort Worth, una vez recuperadas
las fuerzas perdidas, pero los superiores de España le hicieron desistir de su
empeño y le enviaron a la residencia de Orense y, poco más tarde, a Gijón, en
1935.
Un compañero de la
comunidad de Orense testificó: “Recuerdo que cuando los superiores le
destinaron a Asturias me dijo confidencialmente: «Tengo un presentimiento claro
de que algo grave me va a pasar en Asturias»”. A una sobrina suya le
comunicaba, al poco de llegar a Gijón: “Hasta los niños, cuando salen de los
colegios, se meten con nosotros; nos saludan con el puño cerrado y ¡Viva el
comunismo! Estamos al servicio del Señor. Que disponga de nosotros según Él
tenga determinado”. Al ser descubierto, sus perseguidores le llevaron preso a
una checa, donde recibió golpes con cadenas de hierro. Dentro de la prisión,
lanzaba suspiros de dolor; la sangre le chorreaba de la cabeza y de la boca. De
aquí fue llevado a la iglesia de los Jesuitas, convertida en cárcel, y de aquí a
la iglesia de San José.
Eran las cuatro de la
tarde del día 14 de agosto cuando los comunistas sacaron a todos los presos,
para fusilarlos. El P. Atanes fue arrojado como un saco viejo a uno de los
camiones de la muerte. Aunque hubiera pretendido defenderse del trato que
recibía, su salud endeble no se lo habría permitido. Era la víspera de Ntra.
Sra. de Begoña en Gijón y había que celebrar su fiesta por todo lo alto,
sacrificando la vida de curas y frailes. Y así lo hicieron, llevando las
víctimas al pinar situado en una de las bellas colinas que circundan Gijón, en
el término designado con el nombre de “Llantones”. Inmediatamente, los presos
fueron arrastrados con sogas al suelo y, puestos en fila, un piquete se encargó
de acribillarlos a tiros. Era el 14 de agosto. El P. Ricardo tenía 61 años y
siempre había destacado por su amabilidad con los pobres.
II.
MARTIRES
DE ALCORISA
1936
En 1889 llegaron los primeros
Misioneros Hijos de San Vicente de Paúl. Abrieron un COLEGIO APOSTÓLICO y se
dedicaron a la vez a LAS MISIONES POPULARES, EL SERVICIO A LAS HIJAS DE LA
CARIDAD Y LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES A SACERDOTES.
En plena guerra, la casa la
constituían 8 sacerdotes y 1 hermano quienes huyeron de la casa, quedándose
sólo el P. Velasco y el H. Aguirre, quienes murieron en el mismo pueblo por
odio a la fe, el P. Pérez murió martirizado en Oliete cuando se dirigía a
Zaragoza.
P. FORTUNATO
VELASCO TOBAR
(1906-1936)
P. LEONCIO PÉREZ
NEBREDA
(1895-1936)
Hno. LUIS AGUIRRE
BILBAO
(1914-1936)
P. FORTUNATO VELASCO TOBAR
(1906-1936)
Fortunato
nació en el pueblo de Tardajos (Burgos), el 1 de junio de 1906. Hijo de familia
numerosa, la casa de sus padres será conocida con el nombre de «casa grande».
Las virtudes domésticas de la obediencia y trabajo, oración y piedad,
austeridad y disciplina se imponían por sí mismas en la «casa grande».
Si
fuéramos a hablar de record guinness vicentinos, hasta donde tengo conocimiento
de la historia de la C.M. se lo llevarían la familia Velasco Tobar: 6 de sus
hijos fueron para el servicio de Dios y de los pobres en nuestra Congregación.
El
cuidado del campo y del ganado ocupó los primeros años de Fortunato hasta que
ingresó en el Colegio Apostólico que nuestros misioneros tenían abierto en su
pueblo natal mismo.
Cursados
los años de Humanidades, ingresó el 18 de septiembre de 1923 en el Seminario
Interno en Madrid, C/. García de Paredes 45. Prosiguió sus estudios de
formación eclesiástica: tres años de filosofía y cuatro de teología, que
culminaría en Londres. La adquisición de la virtud y la ciencia fue su ideal,
trazado desde la juventud, como él mismo escribió.
Con
dispensa de la Sede Apostólica, el 11 de octubre de 1931, el obispo Mons.Cruz
Laplana y Laguna, otro mártir glorioso de la persecución religiosa española, le
imponía las manos. Alcanzada la meta del sacerdocio jerárquico, el P. Fortunato
se sientió pletórico de gozo y alegría. Su primera misa la celebró en la
Basílica La Milagrosa, de Madrid, acompañado de sus tres hermanos misioneros
paúles: PP. Esteban, Luis y Maximiano, mayores que él.
Dispuesto
a ir “adonde Dios quiera que me envíen los superiores”, recorre las comunidades
de Murguía (Álava), Teruel y, finalmente, Alcorisa (Teruel), al COLEGIO
APOSTOLICO, donde dio testimonio de fe con derramamiento de sangre, en la
madrugada del 24 de agosto de 1936. Tenía treinta años cumplidos. A un
discípulo suyo, que llegaría a ser misionero paúl, Manuel Herranz le había
escrito desde la cárcel: “… estoy esperando me fusilen de un momento a otro.
Ruega por mí… Moriré mártir en defensa de la fe… Yo ya me he ofrecido a Dios
para que se haga su santa voluntad”.
Su
disposición para el martirio no podía ser mejor. Habiendo recibido
temporalmente libertad vigilada, se limitó a decir. “No me ven digno del
martirio”. Pero pronto volvió a ser encarcelado y condenado a muerte, tras
haber dado muestras de perdón y amor a quienes iban a acabar con su vida
terrestre. Antes de recibir el tiro de muerte, el P. Fortunato oró a Dios por
sus asesinos, les perdonó de todo corazón, y con el grito: ¡Viva Cristo Rey!,
cayó desplomado por una descarga de pólvora.
P. LEONCIO PÉREZ NEBREDA
(1895-1936)
Leoncio,
hijo único del matrimonio José y Engracia, nace en Villarmentero (Burgos), el
18 de marzo de 1895. Al día siguiente de su nacimiento, fiesta de san Leoncio,
recibe las aguas del bautismo. No había cumplido aún los dos años cuando fue
confirmado por el arzobispo de Burgos, en la parroquia del pueblo. La casa
paterna constituyó su primera escuela de formación; de sus padres aprendió a
vivir una fe viva ante las contrariedades de cada día. La extraordinaria
aplicación de Leoncio fue reconocida por la Junta Provincial de Instrucción
Pública de Burgos, que le concedió un flamante diploma el 2 de julio de 1905
por los méritos obtenidos en exámenes públicos. Tenía entonces diez años. Para
esa edad ya había recibido la Primera Comunión.
Su
cojera de nacimiento no presentó impedimento alguno para que los superiores le
dieran el pase para ingresar en el Seminario Interno, el 29 de agosto de 1911,
ubicado en C/. García de Paredes, 45, Madrid, una vez realizados los estudios
humanísticos en el Colegio Apostólico de Tardajos. Al término de los dos años
de prueba, emitió los votos perpetuos el 1 de enero de 1914 y se enfrascó en el
estudio de la filosofía durante tres años en el Seminario de Hortaleza
(Madrid), seguidos de los cuatro de teología, cursados en la Casa Central, de
Madrid. Con dos veces que leyera un discurso o una lección de historia, era
capaz de repetir todo de memoria: la suya era privilegiada, pero le disgustaba
que se lo mencionaran. El 10 de mayo de 1921, recibió la ordenación sacerdotal.
Vistas
sus cualidades y disposiciones para la enseñanza y educación de la juventud, es
enviado al COLEGIO APOSTÓLICO de Teruel, donde desempeñó el cargo de profesor,
con entera dedicación a los muchachos (1921-1935); después de Teruel, es
destinado a Alcorisa, para acompañar y ayudar al P. Fortunato Velasco en la
tarea de la formación de los seminaristas apostólicos. Juntos desempeñaron la
misma misión hasta que les llegó la hora de disfrutar de la «misión del cielo».
Rezan las Actas de estudio, que el P. Leoncio era más exigente con los
muchachos que el P. Fortunato Velasco.
Declarada
la persecución religiosa, el P. Leoncio salió asustado de Alcorisa, el 29 de
julio de 1936, camino de Zaragoza. A unos tres kilómetros de Oliete, un astuto
vecino, fingiendo una ayuda, le hizo montar en una de sus caballerías y le
llevó por un sendero, hasta que llegaron a un barranco solitario. Fue entonces
cuando comenzó a golpearle en la cabeza con las varas de acarrear que llevaba,
sin que le diera tiempo de decir una sola palabra de perdón. El P. Leoncio cayó
desmayado y sin sentido, al primer golpe que recibió en la cabeza. No
satisfecho con la barbaridad cometida, el asesino continuó golpeándole con
pedruscos. Luego arrojó el cadáver en la hendidura de una roca al borde del
barranco, echándole encima una gran losa y algunas piedras. El P. Leoncio tenía
cuarentaiún años. Los vecinos siempre le vieron como un gran testigo de la fe y
del amor; por eso lloraron su muerte cruenta.
Hno. LUIS AGUIRRE BILBAO
(1914-1936)
Luis
nació en Munguía (Vizcaya) el 19 de agosto de 1914. El mismo día de su
nacimiento recibió el bautismo por temor a que muriera pronto. Siendo muy niño,
quedó huérfano de padre y madre. Era muy alegre por temperamento. Hacia 1919
fue llevado al internado del Hospital-Asilo de Guernica. Las Hijas de la
Caridad, de quienes dependía el servicio del Hospital-Asilo, lo recibieron con
el cariño de unas madres. Cuando a Luis le llegó la edad de hacer la Primera
Comunión, sus familiares le llevaron a la parroquia de Munguía, para celebrar
en familia la fiesta, lo que supuso para él un gozo grande el poder encontrarse
con sus primeros amigos de la infancia.
Al
lado de las Hijas de la Caridad aprendió las primeras letras. Con quince años,
ingresó en el Seminario Interno, el 29 de junio de 1931. Al Hno. Aguirre le fue
revelada la sabiduría del Reino de Dios oculta a los sabios y entendidos de
este mundo. Transcurridos los dos años de Seminario, emitió los Santos Votos
perpetuos, el 30 de junio de 1933, y con la mejor de las disposiciones se
encaminó hacia Alcorisa.
Impresionado
por los acontecimientos que se iban desencadenando, el Hno. Luis escribió a su
hermano mayor el 21 de abril de 1936: “Ahora vivimos al revés porque todos los
criminales están fuera, y los inocentes en prisión... Que hay que morir por
defender la fe, allá vamos, no hay más remedio”.
El
29 de julio, mientras estaba todavía la comunidad celebrando la fiesta de Santa
Marta, patrona de los Hermanos, recibieron confirmación de que los comunistas
andaban vociferando dentro de Alcorisa. Con un fuerte abrazo se despidieron
todos, unos de otros. Pronto llegaron los milicianos a la residencia de los
Misioneros Paúles. El P. Velasco y el Hno. Aguirre salieron a recibirlos y
atenderlos con gestos y buenas palabras. Tras haberse enfrentado contra los dos
moradores del Seminario, los llamados «comunistas» les obligaron con empujones
y amenazas, a que les acompañaran en el registro.
Poco
antes de ser tiroteado el Hno. Aguirre, los marxistas le intimaron con golpes y
amenazas a que gritara: “¡Viva el comunismo!”, pero el Hermano gritaba con más
fuerza: “¡Viva Cristo Rey!” Con los brazos en cruz e invocando el nombre del
Señor, sellaba su vida mortal con la inocencia bautismal. El Hno. Aguirre tenía
veintidós años de edad y era tenido por todos los conocidos como un santo de
talla, por su sencillez. El martirio contribuyó a que la gente de Alcorisa
proclamara públicamente que había muerto un hombre de fe, que nunca se
avergonzó del evangelio.
III.
MARTIRES
DE GUADALAJARA
Esta casa fue abierta
por el P. Eladio Arnaiz en el año 1909, y se dedicó a la formación de los
futuros misioneros. Esta ESCUELA APOSTOLICA funcionó hasta el año 1936. Tres
sacerdotes y 1 hermano sufrieron la persecución y la muerte en este año.
P.
IRENEO RODRÍGUEZ GONZÁLEZ
(1879-1936)
P.
GREGORIO CERMEÑO BARCELÓ
(1874-1936)
P.
VICENTE VILUMBRALES FUENTE
(1909-1936)
Hno.
NARCISO PASCUAL PASCUAL
(1917-1936)
P.
IRENEO RODRÍGUEZ GONZÁLEZ
(1879-1936)
Ireneo, hijo de
modestos labradores, nació en Los Balbases (Burgos), el 10 de febrero de 1879.
Cumplidos los 12 años, se dirigió a la Casa Misión y Colegio Apostólico que los
Misioneros Paúles habían abierto en Arcos de la Llana, en un antiguo Palacio
del Arzobispo. El joven Ireneo tuvo oportunidad de estudiar en Arcos el primer
curso de latín, 1891-1892. Será uno de los primeros paúles que pasen de Arcos
de la Llana a Tardajos. De aquí, es enviado a Murguía (Álava), donde
funcionaba, desde 1888, otro Colegio similar al de Tardajos.
Al cumplir los dieciséis años, pidió ingresar
en la Congregación. Emitió los Santos Votos perpetuos el 3 de junio de 1897. En
el mismo lugar y casa de García de Paredes, Madrid, realizó tres años de
filosofía y cuatro de teología, que le capacitaron para la misión inmediata que
le esperaba. Recibió el presbiterado el 1 de noviembre, y fue enviado a FILIPINAS.
El granito de arena aportado por el P. Ireneo en la formación del clero
filipino contribuyó a levantar la obra más grandiosa que la Congregación de la
Misión ha realizado allí. De Filipinas va a CUBA, y de aquí, al finalizar el
año 1931, fue enviado al COLEGIO APOSTÓLICO de Guadalajara, donde mantenía los
movimientos marianos y apostólicos, con espíritu vicentino. Nadie sabrá
contabilizar las horas que dedicó con sus compañeros a la dirección espiritual
y al confesionario.
Avanzado el año 1936,
pero antes de que estallara la persecución religiosa, la comunidad educadora
del Colegio Central de Guadalajara había escapado a Murguía (Álava), para poner
a salvo a los jóvenes aspirantes a misioneros. Quedaban sólo para guardar el
Colegio los PP. Ireneo Rodríguez y tres compañeros de comunidad. Un tal
«Chinitas» respiraba odio mortal contra el P. Ireneo y le tenía jurado que un
día le cortaría la cabeza. Los milicianos detuvieron y encarcelaron a los tres
Padres y al Hermano, juntamente con otros sacerdotes, religiosos y católicos,
el 26 de julio de 1936.
En un gesto de caridad
heroica, el P. Ireneo y otro sacerdote se ofrecieron como víctimas por todo el
grupo de presos, en especial por los padres de familia. El P. Ireneo no cesaba
de exhortar a todos los presos a recibir el sacramento de la penitencia y a
disponerse para el martirio, si esa era la voluntad de Dios. Conducidos al
recinto de la Prisión, allí fueron fusilados «en odio a la fe», dejando sus
cadáveres en el suelo. Los primeros asesinados fueron los sacerdotes y
religiosos de la celda aislada, unos veintiuno. Parece que el P. Ireneo y el
Hno. Pascual fueron los primeros en romper filas en la lista de condenados a
muerte, el 6 de diciembre de 1936, animando al resto a morir por Cristo. El P.
Ireneo tenía cincuenta y siete años de edad.
P.
GREGORIO CERMEÑO BARCELÓ
(1874-1936)
Zaragozano de origen y
madrileño de adopción, nació el 9 de mayo de 1874, y fue bautizado el 11 del
mismo mes y año en la parroquia de San Pablo, de la capital del Ebro. Al quedar
huérfano de padre y madre, era trasladado a Madrid e ingresado en el Asilo de
Jesús, C/ Alburquerque, dirigido por las Hijas de la Caridad. Según los
Estatutos del Colegio, los niños podían permanecer en régimen de internado
hasta los catorce años, edad en que Gregorio tomó la decisión de ser un buen
misionero paúl, como los que visitaban el Asilo como capellanes.
Tras una corta estancia
en el Colegio Apostólico de Teruel, ingresó en el Seminario Interno de los
Misioneros Paúles, el 27 de abril de 1892, con 18 años cumplidos. Pronunció los
Santos Votos, el 28 de abril de 1894, en Madrid. Inmediatamente comienzó los
cursos de filosofía y teología en la misma casa de Madrid, que ya conocía de
vista por sus paseos en torno al barrio de Chamberí. Llegado el día de la
ordenación sacerdotal, el 8 de septiembre de 1899, en Madrid, su alegría quedó
colmada. En la celebración de su primera misa, estuvo acompañado de algunas
Hijas de la Caridad que habían sido sus educadoras y formadoras, de las que
guardará un recuerdo imborrable y agradecido.
Recién ordenado
presbítero, se dirigió a Valdemoro hasta que viaja a PORTO ALEGRE (BRASIL), donde
los misioneros paúles españoles regían el Seminario diocesano, en lugar de los
PP. Jesuitas que lo habían dejado. En 1902, también los Paúles levantaron la
fundación de Porto Alegre y el P. Cermeño regresó a España, muy cano, según él,
por los muchos y serios disgustos que hubo de pasar durante su corta estancia
en Brasil. Después de un corto paréntesis en Madrid, fue destinado al Santuario
de Nuestra Señora de los Milagros, en el Monte Medo (Orense). Más tarde fue
destinado al colegio de Guadalajara, donde le sorprendió la persecución
religiosa. Dado el poco tiempo que llevaba en la capital, era poco conocido por
la gente. Declarada la persecución, la comunidad entera fue conducida a la
cárcel para ser juzgada y, posteriormente, sacrificada, sin más cargos que ser
religiosos.
Él solo se atrevió a
preguntar a los verdugos por qué se comportaban de modo tan inhumano con
personas dedicadas al servicio de los necesitados. Nadie le respondió palabra,
pero como respuesta recibió una fulgurante descarga de pólvora. Tenía sesenta y
dos años de edad. Los cadáveres de los PP. Cermeño y Vilumbrales, con los de
otros muchos clérigos y seglares, fueron arrojados a una hoguera encendida,
fuego que los dejó transformados en ceniza blanca.
P.
VICENTE VILUMBRALES FUENTE
(1909-1936)
Vicente nació el 5 de
abril de 1909 en Reinoso de Bureba (Burgos). Él será el benjamín de los diez
hermanos, como lo será también de los sacerdotes mártires de la C.M. en España.
Sus padres ejercían el magisterio en los pueblos; su madre hubo de dejar la
escuela para dedicarse al cuidado y educación de sus hijos; gozaba de fama de
mujer santa por su caridad con los pobres.
Dos acontecimientos: la
muerte de su querida madre y la misión reciente dada en el pueblo por los
misioneros paúles animaron a Vicente a pedirle a su padre que le llevara a
Tardajos, porque también él quería ser misionero. Según testimonio de su
hermana mayor, Vicente era “muy alegre y comunicativo, despejado y de fácil
expresión; algo travieso, impulsivo, pero de tan buen corazón, que se hacía
querer de todos”. El joven Vicente ingresó el 14 de septiembre de 1926 en el
Seminario Interno de la Congregación fundada por San Vicente de Paúl. Siendo
seminarista, dejó escritas para la posteridad sus impresiones acerca de la
vocación misionera, impresionado por el centenario 1828-1928 de los Misioneros
Paúles en Madrid.
Emitió los Santos Votos
en la residencia de Villafranca del Bierzo (León), el 27 de septiembre de 1928.
En tierras bercianas estudió los tres cursos de filosofía, 1928-1931. Terminado
el ciclo filosófico, se trasladó a Cuenca, al Seminario de San Pablo, para
cursar los tres primeros años de Sagrada Teología. Terminado el curso tercero
de teología, recibió el 9 de septiembre de 1934 el presbiterado, con dispensa
de la Santa Sede. Al día siguiente, celebró la primera Eucaristía en la Basílica
de la Virgen Milagrosa. En Potters-Bar (Londres) cursó el cuarto de teología.
Vuelto a España, los superiores decidieron dejarle provisionalmente en Madrid
como ayuda al director de la revista Reina de las misiones, pero por poco
tiempo, porque en febrero de 1935 lo vemos ya establecido en el COLEGIO
APOSTÓLICO Central de Guadalajara.
En su nuevo destino
desempeñó los cargos de profesor de lenguas, sobre todo de inglés, además de
llevar la capellanía del Colegio de Huérfanas Militares en el Palacio del Duque
del Infantado, cargos que desempeñó con responsabilidad y con alegría
contagiosa. Con su simpatía y buena presencia se ganó a la juventud, que
procuraba orientar hacia los mejores ideales y compromisos cristianos. Poco
tiempo duró su misión de educador porque pronto se echó encima la persecución
religiosa.
Entrado el día 26 de
julio de 1936, el P. Vilumbrales fue detenido con sus compañeros de comunidad.
Juntos fueron conducidos a la Prisión Central, donde quedaron encarcelados y
sufrieron incontables castigos y penalidades. Camino de Chiloeches, coronó su
vida, el 6 de diciembre de 1936, confesando con los labios la fe que profesaba
su corazón. Tenía veintisiete años y respiraba salud física y espiritual por
todos los poros.
Hno.
NARCISO PASCUAL PASCUAL
(1917-1936)
Narciso nació el 11 de
agosto de 1917 en Sarreaus de Tioir (Orense). Sus padres, Juan Antonio y Pilar,
celebraron fiesta el día del nacimiento de su hijo, a quien llevaron a bautizar
al día siguiente a la parroquia de Tioira. Con el baño del segundo nacimiento y
con la fuerza de los otros sacramentos que fue recibiendo: la confirmación el
15 de octubre de 1920, la penitencia el 14 de agosto de 1924, y la eucaristía
al día siguiente, fiesta de la Asunción a los cielos de la Virgen María, quedó
y fortalecido para la vida presente hasta que dio testimonio, con sangre, de fe
y amor a Cristo en 1936.
El santuario de Nuestra
Señora de la los Milagros, cercano a Sarreaus de Tioira, le atrajo a la
Congregación de la Misión. A eso se debe que Narciso, a la edad aproximada de
14 años, pidiera entrar en la Escuela Apostólica de Los Milagros. Aquí cursó
los dos primeros cursos de humanidades. Pero viendo que el estudio se le hacía
cuesta arriba, decidió dejar las letras y dedicarse a las LABORES MANUALES a
que acostumbraban los Hermanos de la Congregación.
La decisión tomada por
Narciso no le privó de ir, junto con sus compañeros de los Milagros, al COLEGIO
APOSTÓLICO de Guadalajara, para completar su formación y ser admitido en el
«postulantado». Terminado este tiempo de preparación y prueba, los superiores
de Guadalajara lo consideraron maduro para enviarlo al Seminario Interno,
ubicado en Hortaleza (Madrid), acto que tuvo lugar el 26 de noviembre de 1933,
víspera de la celebración de las Apariciones de la Virgen Milagrosa.
A la vista de todos
estaba que la devoción del Hno. Pascual a la Virgen María destacaba en sus
prácticas piadosas durante el Seminario, como también descollará, en los años
futuros, en Cuenca y Guadalajara. Emitió los Santos Votos el mismo día de la
fiesta de la Virgen de la Medalla Milagrosa, el 27 de noviembre de 1935: día
grande para él y para la comunidad. El grupo de estudiantes teólogos se encargó
de homenajear al Hno. Pascual, que, conmovido hasta derramar lágrimas de
emoción, cedió la palabra al superior de la casa, para que en su nombre
agradeciera a la comunidad el acto celebrado en su honor.
El día 2 de mayo de
1936, de madrugada, escribía a sus familiares, ante la desbandada de la
comunidad conquense, por orden gubernativa: “Supongo que no pasará nada. Pero
si llega a pasar, Vds. no tengan pena, pues yo, si me matan, muero por Cristo y
por salvar a la Patria..” Vuelto a Madrid y recuperado físicamente, los
superiores le enviaron de nuevo a su antigua residencia de Guadalajara. Pero
fue aquí, en Guadalajara, donde cayó prisionero con sus compañeros de comunidad
y murió fusilado el 6 de diciembre 1936 en el camino de Chiloeches, junto con
el P. Vilumbrales, convertidos en cenizas. Tenía 19 años, pero le acompañaba una
voluntad de hierro para hacer el bien.
IV.
MARTIR
DE RIALP
P.
ANTONIO CARMANIÚ Y MERCADER
(1860-1936)
Antonio nació en Rialp
(Lérida), el 17 de abril de 1860. Al día siguiente del nacimiento fue bautizado
en la iglesia parroquial del pueblo. A los doce años, en 1872 ingresó en el
Seminario Diocesano de Seo de Urgel (Lérida), donde cursó con nota
sobresaliente las asignaturas de humanidades y filosofía. Su primera intención
de ser sacerdote diocesano fue reorientada hacia la de ser misionero paúl.
Tenía diecinueve años cumplidos. El día 22 de febrero de 1879 ingresó en el SEMINARIO
INTERNO. En febrero de 1881 emitió los votos y comenzó los estudios de Teología
Dogmática y Moral, en las que destacó brillantemente, demostrando ser un gran
talento en Ciencias Morales.
Ungido sacerdote en
1885, fue enviado a la Casa Misión de Palma de Mallorca, donde se dedicó
incansablemente a la predicación de MISIONES POPULARES. La fundación en Rialp,
de una Casa-Colegio de la C.M., de 1904, le llenó de ilusión; a ella irá destinado
por largo tiempo, 1909-1927. Es muy probable que fuera en Rialp donde confesó
ocasionalmente a san Josemaría Escrivá de Balaguer. No satisfecho con la
dedicación a los jóvenes, se introdujo en las familias del pueblo por medio del
movimiento apostólico mariano de la “Visita Domiciliaria de la Virgen
Milagrosa”.
Declarada la revolución
marxista en julio de 1936, el P. Carmaníu dejó la Casa Central de Barcelona y
buscó un refugio en la capital condal, hasta que encontró lugar seguro en su
pueblo natal. De escondite en escondite, llegó a Estarón (Lérida); acompañado
por un familiar, comienzó a caminar montaña arriba, con dirección de la
frontera de Francia. Al encontrarle los milicianos, sospecharon de él, le
pidieron el salvoconducto, le detuvieron y, sin más, le encarcelaron en el
Comité Rojo del pueblo de Estarón. En otra parada le obligaron brutalmente a
beber vino drogado.
En Ribera de Cardós
hicieron entrega del Siervo de Dios a los comunistas procedentes de la F.A.I de
Tremp (Lérida), que le condujeron al cercano pueblo de Llavorsí (Lérida). Eran
las diez u once de la noche del 17 de agosto de 1936. Los milicianos sentaron
al ajusticiado encima de un malecón. Le ordenaron que se pusiera de espaldas a
ellos y de cara a la corriente del río Noguera Pallaresa, a lo que no accedió
el P. Carmaníu, respondiéndoles que moriría de cara, pidiendo a Dios por ellos.
Mientras aquellos
mandados por las Fuerzas Armadas Internacionales gritaban «Viva el Comunismo»,
él se esforzaba en confesar su fe: “Os perdono. ¡Viva Cristo Rey, ya podéis
tirar!”. Sobre su cadáver echaron los asesinos arena y cascajo, que una riada
del Noguera se lo llevó por delante sin dejar rastro de su cuerpo. Su fama de
mártir invicto se extendió por toda la comarca y aún hoy llega a nosotros su
aureola de «sabio y humilde» misionero, gloria de la Iglesia. Tenía setenta y
seis años de edad.
EL
HOY DE NUESTROS MISIONEROS:
Tenemos el peligro de
quedarnos ante nuestros mártires contemplando su gesta martirial, admirando sus
virtudes y usufructuando su vida para nuestra gloria, pero sin que su legado
toque la fibra personal y comunitaria de quienes somos el presente y el futuro
de nuestra Comunidad.
Así pues, permítanme
hacer un aterrizaje que es apenas un esbozo simple que abre caminos, para que
otros misioneros y hermanas sigan escavando la veta rica de nuestros mayores en
la fe, el seguimiento de Cristo, la fidelidad a la Comunidad y a los pobres en
la amplia gama de la evangelización, y la entrega final al Señor en el martirio:
1. EL SEGUIMIENTO DE JESUS EVANGELIZADOR:
Todos nuestros
misioneros mártires llegaron a la Congregación de la Misión siendo niños. Se
fueron formando a partir de las Escuelas Apostólicas y así se fueron forjando
en el camino de Jesús. Desde un inicio comprendieron que Jesucristo era el
centro de sus vidas y de sus actividades como lo dicen las Constituciones
actuales N° 5. Su fuente de inspiración vital fue la Sagrada Escritura y los
escritos del Fundador, que leyeron en parte en la lengua materna pero también
en la lengua materna del Fundador y de la Comunidad. Textos como los siguientes,
seguramente los leyeron, reflexionaron, oraron y vivieron en su itinerario
misionero:
“Esta pequeña Congregación
de
la Misión, pues quiere imitar en la medida
de
sus pocas fuerzas al mismo Cristo, el Señor,
tanto
en sus virtudes cuanto en los trabajos dirigidos
a
la salvación del prójimo, conviene que use
medios
semejantes para llevar a la práctica el santo
deseo
de imitarle.
Por ello el fin de la Congregación
es:
1° dedicarse a la perfección
propia, tratando
de practicar en la medida de sus
fuerzas las virtudes
que este supremo maestro nos quiso
enseñar
de palabra y con el ejemplo…” RR.CC. I, 1.1.
“El
propósito de la Compañía es imitar a nuestro Señor, en la medida
en
que pueden hacerlo unas personas pobres y ruines. ¿Qué quiere decir
esto?
Que se ha propuesto conformarse con él en su comportamiento,
en
sus acciones, en sus tareas y en sus fines. ¿Cómo puede una persona
representar
a otra, si no tiene los mismos rasgos, las mismas líneas,
proporciones,
modales y forma de mirar? Es imposible. Por tanto, si nos
hemos
propuesto hacernos semejantes a este divino modelo y sentimos
en
nuestros corazones este deseo y esta santa afición, es menester procurar
conformar
nuestros pensamientos, nuestras obras y nuestras intenciones
a
las suyas. El no es solamente el Deus virtutum, sino que ha venido
a
practicar todas las virtudes; y como sus acciones y no acciones eran
otras
tantas virtudes, nosotros hemos de conformarnos con ellas procurando
ser
hombres de virtud, no sólo en nuestro interior, sino obrando
externamente
por virtud, de modo que todo lo que hagamos y no hagamos
se
acomode a este principio. Así es como hay que entender las palabras
primeras
de nuestra regla. SVP. XI, 383.
Nuestros misioneros
comprendieron que Cristo, era el enviado del Padre para evangelizar a los
pobres. Ellos en los diversos ministerios se dejaron interpelar por los
sufrimientos de los pobres, y en ellos descubrieron el rostro doliente del
Señor. Como San Vicente dieron “la vuelta a la medalla” (SVP. XI, 32) y allí en
sus miserias descubrieron a Cristo. Este espíritu de San Vicente fue el que los
contagió para unirse a la familia fundada por él.
2. EN LA CONGREGACION DE LA MISION
TODO EL TIEMPO DE LA VIDA.
“Todos hemos traído a la Compañía
la resolución de vivir y de morir
en ella; hemos traído todo lo que
somos, el cuerpo, el alma, la voluntad,
la capacidad, la destreza y todo lo
demás. ¿Para qué? Para hacer lo que
hizo Jesús, para salvar al mundo.
¿Cómo? Por medio de esta vinculación
que hay entre nosotros y del
ofrecimiento que hemos hecho de vivir y de
morir en esta sociedad y de darle
todo lo que somos y todo lo que hacemos…”
SVP. XI, 402
Hoy
estamos viviendo un fenómeno especial en la Congregación y en la vida
religiosa: El abandono de hermanos que luego de haber emitido los Santos Votos,
van abandonando la Comunidad, unos dejando el ministerio y no pocos pasando a
la vida diocesana. La realidad contraria es un fruto exótico: Cuán pocos
jóvenes o sacerdotes del clero diocesano tocan las puertas de la Compañía. Bástenos
mirar las últimas estadísticas para que lo veamos claramente, sólo 2 sacerdotes
diocesanos de Indonesia han entrado entre nosotros, y pasan años y años sin que
se dé esta realidad. Por el contrario no faltan los misioneros sacerdotes y no
pocos los que abandonan la Pequeña Compañía.
En
nuestros mártires, tengamos en cuenta que las fuentes de las que disponemos no
son abundantes, primero por el material del que dispongo y porque varios de
ellos murieron muy jóvenes, y de sus vidas no nos han quedado mayores escritos
y testimonios. A pesar de ello al menos algunos descuellan claramente por su
amor y fidelidad a la Comunidad.
El
P. Fortunato Velasco y el H. Luis Aguirre no abandonaron la casa de Alcorisa, pensando
en el bien de la Comunidad y en los bienes que la casa tenía y que debían
salvaguardarse por ser bienes al servicio de la Congregación y de los pobres,
pero también lo hicieron pensando en que había que atender a las gentes de la
comarca que no podían quedar sin el cuidado de sus pastores.
Llama
la atención el P. Gregorio Cermeño, quien tenía una sicología difícil: tímido y
con complejo de inferioridad, debido a su temprana orfandad y a las
dificultades de la vida misionera. Fue un misionero que trabajó cerca de
nosotros en Porto Alegre – Brasil. Regresó a la Madre Patria con sufrimientos
físicos y morales. Entró en crisis y esto hizo que los superiores lo llevaran
de una a otra parte por su inestabilidad, con deseos de irse al clero
diocesano. Pero su vida espiritual, su talante de buen confesor, su apertura a
los superiores y la cercanía de ellos, hicieron que nuestro misionero siguiera
el camino vicentino en fidelidad hasta el martirio en Guadalajara.
Es
notorio el testimonio del joven mártir de 27 años P. Vicente Vilumbrales, quien
dejó escrito. “Me debo al Señor para siempre, en la vida y en la muerte. En el
mundo que tú has creado, Señor, hay muchas criaturas tuyas que me gustan y me
atraen, pero te prefiero a ti, a todas las cosas y personas perecederas”.
Qué bueno sería que
pudiéramos seguir profundizando y encontrando otros testimonios de nuestros
mártires que nos muestren cómo fueron fieles y perseverantes durante toda la
vida al voto que hicieron un día.
3. SEGÚN EL ESPIRITU PROPIO
“Ay, padres! ¡Qué felices somos de estar
en una Compañía que tiene
como finalidad, no sólo hacernos
dignos de que él reine en nosotros, sino
también que sea amado y servido por
todo el mundo y que todo el
mundo se salve! Cuando leamos la
regla, veremos que nos recomienda
en primer lugar que nos
perfeccionemos, esto es, que hagamos reinar a
Dios en vosotros y en mí, y en
segundo lugar que cooperemos con él por
la extensión de su reino. ¿No os
parece esto maravilloso? Es hacer lo que
hacen los ángeles de Dios,
escogidos por él para llevar e indicar su voluntad
a los hombres, para que estos obren
según ella. ¿Habrá en la tierra
una situación más digna de ser
deseada que la nuestra?” SVP. XI, 435
El carisma de San
Vicente estaba vivo en la península ibérica: No hay un solo ministerio propio
que no fuera atendido en la época: Misiones populares, formación del clero,
misiones extranjeras, Hijas de la Caridad, asociaciones vicentinas y marianas…
Sólo tomo los
ministerios finales de estos cohermanos:
-
El primer grupo de mártires fue el de
OVIEDO, allí los 3 misioneros estaban dedicados a la FORMACION DEL CLERO,
incluido el H. Salustiano González quien de lleno estaba en la cocina y en la
portería del Seminario.
-
Los mártires de GIJON (4). De lleno
involucrados en las MISIONES POPULARES Y LA PREDICACION.
-
Las casas de GUADALAJARA Y ALCORISA,
eran COLEGIOS APOSTÓLICOS, donde se empezaban a forjar los futuros Misioneros Vicentinos.
Hubo misioneros
dedicados a las MISIONES EXTRANJERAS como los PP. Ireneo Rodríguez en Filipinas
y Cuba, Gregorio Cermeño en Brasil y Ricardo Atanes en México y EE.UU. En el
campo de la atención a las HIJAS DE LA CARIDAD no podríamos dejar por fuera a
ninguno de ellos tanto en la predicación de los retiros anuales como en la
dirección espiritual y en el ministerio de la penitencia. Y en cuanto a los
HERMANOS, misioneros como nosotros, también se destaca en ellos el servicio
humilde en la enfermería, la catequesis, la portería, la cocina y todos los
oficios generales al estilo de Santa Marta. Unos y otros, misioneros todos
siguiendo a Cristo evangelizador de los pobres desde distintos filones de la
vocación.
Nuestros Misioneros con
un gran amor y reverencia hacia el Padre, con caridad compasiva y eficaz por
las miserias de los pobres, en docilidad a la Divina Providencia y revestidos
de las cinco virtudes que son “como a las cinco limpísimas piedras de David con
las que venceremos en el nombre del Señor…RR.CC.XII,12, estos hijos de San
Vicente fueron fieles “hasta recibir la corona inmarcesible de la gloria” Apoc.
2, 10.
4. BAJO EL AMPARO DE MARIA
“La
misma bula nos recomienda expresamente
que
veneremos también con un culto especial
a
la Santísima Virgen María, cosa que debemos
hacer
también por otras muchas razones.
Nos
esforzaremos en hacerlo a la perfección con
la
ayuda de Dios: 1° dando honor cada día con
devoción
singular a esta nobilísima madre de
Cristo
y madre nuestra; 2° imitando sus virtudes
en
la medida de nuestras fuerzas, sobre todo la
humildad
y la castidad; 3° animando con celo a
los
demás, siempre que se ofrezca ocasión, a
que
también la honren constantemente en gran
manera y la
sirvan con dignidad”. RR. CC.X. 4
Este texto de las Santas
Reglas, si no había sido leído en la formación inicial, sí había sido vivido en
el transcurso de los años. Los mártires bien habían asimilado la espiritualidad
mariana que en el comienzo del siglo XX tenía un matiz especial en la F.V.: Las
apariciones de la Virgen Milagrosa a Santa Catalina Labouré.
Es curioso que a sólo
10 años de las apariciones se haya esculpido la primera imagen de la Medalla
Milagrosa en Celeiros, Orense, región de la cual entre otros muchos Misioneros
Vicentinos son el P: Ricardo Atanes y el H. Narciso Pascual; y en el mismo año
en Madrid se tallara la primera imagen de Nuestra Señora que está en la Iglesia
de San Ginés. Todo esto nos indica la gran propagación de la Medalla Milagrosa
en la península ibérica y naturalmente en medio de la F. V.
Citemos sólo dos casos
de misioneros desbordados de amor a la Virgen Milagrosa: el P. Andrés Avelino Gutiérrez
quien como formador en Limpias instituyó la recién aprobada Asociación de la
Medalla Milagrosa, recientemente aprobada en 1909 por San Pío X, y el P.
Leoncio Pérez quien fue reconocido en el lugar de su martirio gracias a la
medalla milagrosa que llevaba al cuello.
Y es también muy
probable que en este tiempo nuestros mártires conocieran la espléndida figura
del primer vicentino llegado a los altares: el P. Perboyre. Y que junto con el
alborozo que causó su beatificación hayan leído e interiorizado escritos de él
donde rezume su amor a María Milagrosa. Este texto que si bien pudo ser leído
por nuestros hermanos, indica todo el papel fundamental de María en sus vidas y
su compañía en las fatigas misioneras y en el momento sublime del martirio:
“Pida
a María que bendiga sus palabras y sus acciones…Cuando hable, cuando confiese,
cuando ofrezca el Santo Sacrificio, interese a María en favor suyo. No haga
nada sin ella y atraerá abundantes bendiciones sobre todo aquello que
emprenda”.
Y qué mejor
actualización y conclusión que el texto de nuestras Constituciones actuales:
49.— § 1. Veneraremos también con
especial devoción a María, Madre de Cristo y de la Iglesia, quien, según
palabras de San Vicente, comprendió con más profundidad que todos los creyentes
las enseñanzas evangélicas y las hizo realidad en su vida.
§ 2. Expresaremos de diversas
maneras nuestra devoción hacia la Inmaculada Virgen María, celebrando con
fervor sus fiestas e invocándola a menudo, sobre todo por medio del rosario.
Divulgaremos el peculiar mensaje manifestado, por su maternal benevolencia, en
la Sagrada Medalla.
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